Se ha cumplido en este 2024 (el 25 de Abril, concretamente) los 50 años de la la Revolución de los Claveles, el incruento golpe de estado militar que desalojó del poder al régimen dictatorial salazarista que gobernaba Portugal con mano de hierro desde más de 50 años atrás. Ese golpe de estado, dado en principio por un grupo de capitanes, que tuvo en la radiodifusión de la famosa canción Grandola vila morena de José Afonso la señal para ser ejecutado, sería saludado en otros países (singularmente España) con alborozo, como el regreso a la democracia del país hermano en la Península Ibérica. Tras unos inicios convulsos en los que todo estuvo en juego, finalmente, a partir de la presidencia del general Ramalho Eanes, el país encontró su senda dentro de las democracias occidentales, constituyéndose desde entonces como un estado fiable dentro de los cánones habituales de las naciones de Europa, ingresando en la entonces Comunidad Europea en 1986, a la par que España.
El cine que se ha hecho desde ese 1974 hasta nuestros días en Portugal sería, por tanto, el cine portugués de la democracia, y sobre él queremos hablar en este artículo, con algunas circunstancias que deben aclararse. Por un lado, hablar de cine portugués es hablar fundamentalmente de Manoel de Oliveira, el que fuera patriarca del cine luso y del cine internacional: estuvo en activo hasta su muerte, con 106 años, que ya son años... Pero sobre De Oliveira tenemos publicados dos artículos en Criticalia, con los títulos Palabra de Oliveira, fechado en 2004, y Manoel de Oliveira: Singularidades de un cineasta insólito, coincidiendo con su muerte en 2015, por lo que entendemos que el lector interesado puede pulsar en esos títulos para consultarlos y quedará perfectamente informado sobre nuestra opinión sobre el sugestivo cineasta portugués.
Vamos a hablar entonces del cine portugués de la democracia, pero extramuros De Oliveira, con la particularidad de que el cine luso visto en España es escaso, muy escaso. Para que nos hagamos una idea, las películas (ficción y documental) de largometraje producidas en Portugal en los cincuenta años que van de 1974 a 2024 (es decir, el cine portugués producido en democracia) asciende, según la IMDb, a 1278 títulos (no se incluyen series de televisión, ni telefilms, ni cortometrajes); de esos títulos, solo 58 se han exhibido comercialmente en España, según la web del Ministerio de Cultura: por supuesto, somos conscientes de las muchas limitaciones –siendo benévolos- de esta fuente ministerial. Posiblemente el número de títulos portugueses que se han podido ver en este último medio siglo en España sea superior a esa cifra, pero tampoco tenemos la impresión de que hayan sido muchos más: es sabido que España y Portugal, países que se reputan (en la publicidad oficial) como hermanos, en realidad viven mutuamente de espaldas, en especial España con respecto a Portugal. De otra forma, sería impensable que el cine portugués se vea tan poco en nuestro país; por supuesto, nos tememos que en sentido contrario, cine español en Portugal, al menos comercialmente hablando, tampoco se ve mucho allí que digamos.
Nuestra mirada hacia el cine portugués de la democracia se centrará, entonces, en aquel cine portugués que hemos podido ver en España, bien en salas comerciales (las menos), bien en festivales (las más). No es un método especialmente científico, lo sabemos, pero al menos podremos echar una visual sobre qué han planteado nuestros hermanos peninsulares en su cine durante este medio siglo que (Deo gratias) disfrutan ya de una democracia plena.
Siglo XX
Vamos a hacer nuestra revisión sobre el cine luso de la democracia atendiendo a un criterio cronológico en su producción, con lo que podremos ir viendo, en su caso, la evolución de las temáticas, estéticas, etcétera. El primer film que traemos aquí es El vestido de fuego (O vestido cor de fogo, 1985), dirigida por el antiguo crítico de cine Lauro António, una historia de amor y celos ambientada, precisamente, en la Revolución de los Claveles, con un protagonista casado con fémina tan ardorosa que da en pensar si no lo será también con otros; a esos celos se añadirá el sentirse el prota (férreo opositor al salazarismo) preterido por las nuevas autoridades. No era una gran película, pero presentaba de fondo ese momento histórico irrepetible que fue el nuevo tiempo abierto por el golpe de estado cívico-militar.
Ese mismo escenario, pero ahora como eje sobre el que pivota la película, será el de Capitanes de Abril (Capitâes de Abril, 2000), debut en la dirección de la actriz María de Medeiros, con varias historias protagonizadas por esos capitanes felizmente golpistas que pusieron a Portugal en la senda de los países que pueden respetarse a sí mismos porque se gobiernan a sí mismos. Film en el que, afortunadamente, no cabe la ideologización (entonces estaríamos ante una película “a favor de” y “en contra de”, mala cosa...), habla más del factor humano de aquellos militares de mediana graduación que supieron hacer lo correcto cuando hubo que hacerlo.
Siglo XXI
El siguiente film que comentamos, O fatalista (2005), visto en el SEFF, dirigido por Joâo Botelho, y adaptando muy libremente un texto de Diderot, se plantea como una larga conversación entre un chófer y su jefe, que hablan de lo divino y lo humano a lo largo de un viaje en coche, sobre todo a vueltas con las relaciones amorosas y, subiendo un peldaño en la trascendencia, sobre la fatalidad (o no) del destino, pero contado con ligereza y sin tomarse demasiado en serio a sí mismo, lo que es, sin duda, su mayor acierto.
Dot.com (2007) es una de las escasas ocasiones en las que las cinematografías lusa y española (además de la brasileña, en este caso) han colaborado juntas, en un film de Luís Galvâo Teles en clave de comedia un poco berlanguiana, con un villorrio portugués al que una multinacional pretende arrebatar el dominio de internet que le corresponde, lo que dará lugar a una especia de Fuenteovejuna (todos a una...) a la lusa, con nuestra María Adánez por allí con un horrible acento cuando intenta hablar portugués (al menos lo intentó, eso sí...).
A outra margem (sería, lógicamente, algo así como “La otra orilla”, 2009) es un sólido melodrama dirigido por el veterano Luís Filipe Rocha, con dos personajes singulares, un hombre travestido y su sobrino, un chico afectado por el síndrome de Down. Esa relación peculiar entre dos personas marginadas socialmente, cada una por sus propias razones, está bien contada, con sencillez y sobriedad, con una muy notable interpretación de Filipe Duarte.
Por su parte, O fantasma do Novais (literalmente, “El fantasma de Novais”, 2012), es un docudrama de Margarida Gil sobre Joaquim Novais, un intelectual luso de mediados del siglo XX que fue de todo, desde amigo de Lorca y otros colegas de la Generación del 27 a secretario de Azaña en España durante la Segunda República, pasando por conocedor de intelectuales como Bazin o Langlois y hasta valedor del primer Manoel de Oliveira, el de los años setenta, cuando no lo conocía nadie. Sobre este peculiarísimo personaje, Gil plantea un extenso documental y una breve ficción, siendo mucho mejor la primera que la segunda, cuyo objetivo parece mayormente oficiar de relleno para completar el metraje estándar.
Caballo dinero (Cavalo dinheiro, 2014) es cine experimental de Pedro Costa (no confundir con su homónimo español, ya difunto, Pedro Costa Musté), un cine experimental que, ciertamente, resulta abstruso, por no decir una palabra más gruesa. No nos interesó mayormente nada, aun comprendiendo que Costa busca caminos (pero aquí, nos parece, no llegó a ninguna parte...).
En 2015, y a través del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF), vimos una trilogía lusitana titulada genéricamente Las Mil y Una Noches (As Mil e Uma Noites), que, sin embargo, no tenía mayormente nada que ver con el clásico de la literatura arábica. Eran tres películas dirigidas por Miguel Gomes, que conseguía la rara proeza de interesarnos muchísimo con la primera de las partes de este tríptico, titulada El inquieto, de una creatividad y una frescura notables, una cachondada que se hacía grande gracias precisamente a su tono desprejuiciado e imaginativo; pero los dos segmentos siguientes, El desconsolado y El embelesado serán de decreciente interés, en uno de esos extraños misterios que supone que una misma obra (pues la trilogía está claro que tiene una unidad de estilo y de intención) sea a la vez insigne y mediocre...
Ramiro (2017), con dirección de Miguel Mozos, es una dramedia sobre un poetastro y librero de lance, un tipo peculiar aunque más soso que un yogur natural light 0’0, en una película que se vio en el SEFF y que, desde luego, concitó escaso entusiasmo (como el del protagonista, un horchatoso de libro...).
Bastante más interés tuvo La fábrica de nada (A fábrica de nada, 2017), dirigida por Pedro Pinho y que vimos en el SEFF, aunque después tuvo una cierta distribución comercial en las salas españolas, una curiosa mezcla entre cine de compromiso social y musical, peculiar mezcla que no se le ha ocurrido todavía a Ken Loach y los hermanos Dardenne, los cineastas comprometidos por antonomasia de Europa. Pero aquí funcionaba bien, incluso muy bien, cuando los obreros en huelga se arrancaban con bailes coreografiados con cierto gusto, una manera distinta de presentar sus reivindicaciones.
Technoboss (2019), con dirección de Joâo Nicolau (inicialmente montador de profesión), es una curiosa comedia levemente irisada de drama y abundantemente invadida por el musical, hasta el punto de que la trama avanza a golpe de canción cantada y bailada por los protagonistas, un sesentón que ve acercarse (entre el anhelo y el terror) el momento de la jubilación, mientras desgrana los días que le quedan en su trabajo de supervisor de equipos de seguridad, toda una declaración de intenciones en estos tiempos de inseguridades individuales y colectivas...
Menos nos interesó (aunque ha habido críticos que han creído ver una pequeña obra maestra) el film titulado Un fio de baba escarlate (literalmente, “Un hilo de baba escarlata”, 2020), vista en el SEFF, con dirección de Carlos Conceiçâo, un mediometraje estetizante con asesino en serie de mujeres que, pillado en un renuncio, se convierte en estrella viral gracias a un beso dado en el momento y lugar oportunos. Con intencionalidades de acercarse al cine de De Oliveira, lo cierto es que el resultado estuvo muy lejos de ello...
Diarios de Otsoga (2021) es un nuevo film de Miguel Gomes, al que antes aludíamos a raíz de Las Mil y Una Noches. Aquí codirige con Maureen Fazendeiro, en un film ciertamente curioso, rodado hacia atrás (sí, como Memento, pero con su propia personalidad), un rodaje sobre un rodaje, y hecho en plena pandemia, con lo que las mascarillas (al ir de adelante a atrás) desaparecen como por ensalmo conforme vamos descontando días en ese mes de Agosto del título (Otsoga es, al revés, Agosto...). Una curiosidad ciertamente interesante, un experimento tan provocador como agradable, que reconcilia con el carácter creador del cine, a lo que nunca se puede renunciar.
Con Fuego fatuo (Fogo-fátuo, 2022) vamos a cerrar este somero repaso del cine portugués de la democracia que hemos podido ver en España. Con dirección de Joâo Pedro Rodrigues, reincide en uno de los estilos y géneros que se están haciendo ya habituales en el cine luso de los últimos años, el musical. Se trata de una curiosa mezcla de drama y comedia, de musical y crítica política, pero también de concienciación ecologista, un batiburrillo que, a pesar de los diversos afluentes, tiene cierta coherencia argumental, en un film ciertamente atípico, con tendencia al sexo homoerótico (su anterior O fantasma iba por ese mismo camino, aunque este que comentamos es más comedido...), en un film recorrido por un humor socarrón que tanto se agradece.
Esto es lo que se nos ha dado ver, a nivel personal, sobre el cine luso de la democracia. No es mucho, aunque sí muy variado y ecléctico. Ojalá podamos ver, en los próximos 50 años de la democracia portuguesa (el que llegue a verlos...) más, mucho más del cine que hacen nuestros hermanos portugueses, esos a los que, con tanta frecuencia, y tan lamentablemente, damos la espalda como país, como sociedad.
Ilustración: Una escena de la película Diarios de Otsoga (2021), de Miguel Gomes y Maureen Fazendeiro.