Enrique Colmena

El estreno de "Hermanas" ha puesto de nuevo de actualidad el asunto, no del todo baladí, de los acentos de los actores españoles e hispanoamericanos cuando actúan en países hispanohablantes que no son los suyos. En la citada película de Julia Solomonoff, la española Ingrid Rubio da un auténtico recital de adaptación de su acento peninsular al argentino, de tal forma que, al menos a los oídos de un español, no hay diferencia apreciable entre su habla y la de Valeria Bertucelli, bonaerense de nacimiento.
Pero no siempre eso es así: en esa misma película interviene Eusebio Poncela, y su acento supuestamente argentino es lamentable: no se sabe si está hablando en andaluz, en canario, o en una mezcla de los dos. En ningún momento tiene la musicalidad del argentino, y por supuesto no se esfuerza en absoluto en los fonemas típicos del país, como el arquetípico sonido de las "elles".
Sin embargo, es tradición que los actores argentinos que vienen a trabajar a España suelan adaptar enseguida sus acentos criollos a la dureza del acento castellano: véase, por ejemplo, el caso de Héctor Alterio, que pasa perfectamente por español y así ha interpretado decenas de filmes, de obras de teatro y de televisión. Es cierto que lleva afincado en España varias décadas, desde los años setenta, pero también lo es que, desde el principio (recuérdense títulos como "Las palabras de Max" o "A un dios desconocido", que datan de los primeros años de su estancia en nuestro país) interpretaba a personajes españoles sin ningún apuro. Vale decir lo mismo de otros tantos actores de aquella procedencia que, por mor de la inicua dictadura de Videla y compañía, tuvieron que emigrar a Europa. Estoy hablando de gente como Walter Vidarte o Luis Politti, entre otros muchos, que hicieron de españoles tan bien como hacían de argentinos. Ello por no citar al último de los porteños afincados en España, Leonardo Sbaraglia, que adecuó su acento bonaerense al castellano neutro en filmes como "Carmen", de Vicente Aranda, o en series televisivas como "Lobos".
Los actores mexicanos también se han adaptado bien al acento español: recuérdese a Daniel Giménez-Cacho (madrileño de nacimiento, pero mexicano de adopción), que transformó su acento de cuate para filmes españoles como "Celos" y "La mala educación". En esa última película también exhibió un buen acento castellano su protagonista, el asimismo azteca Gael García Bernal.
Sin embargo, en general, a los actores españoles les cuesta un Perú (nunca mejor dicho la frase hecha...) adaptarse a los acentos vernáculos de Hispanoamérica. Recuérdese el caso flagrante de Ángela Molina en la hispano-colombiana "Edipo alcalde", en la que hacía de madre de un muy criollo Jorge Perugorría, pero en el que la española hablaba con su acento de Madrid de siempre. El añorado Paco Rabal, sin embargo, sí intentaba, con mayor o menor fortuna, adaptarse al país en el que rodaba: véanse los casos de ese mismo "Edipo alcalde" o en la mexicana "El Evangelio de las Maravillas". Eso por no hablar de Jorge Sanz, que en "El sexo lo cambia todo" hace de español que, a ratos, se hace pasar por cubano: menos mal que sus interlocutores son yanquis, porque si no difícilmente se tragarían un acento que parece enteramente el del payaso Fofito parodiando a los originarios de la isla caribe...
En resumidas cuentas, parece que los actores españoles son remisos a adaptar acentos que no sean el suyo, salvo honrosas excepciones. Sin embargo, a la inversa, lo habitual es que los hispanoamericanos se adapten perfectamente a nuestra forma de hablar. Hay sus excepciones, por supuesto: el gran Federico Luppi no hay manera de que consiga un acento castellano medianamente decente. En fin, menos mal, porque si no sería perfecto...