Enrique Colmena

El actor bonaerense Óscar Martínez ha estrenado este verano que acaba de terminar dos películas de nacionalidad española, Yo, mi mujer y mi mujer muerta y Vivir dos veces. Ello nos va a permitir hablar de los actores y actrices argentinos que han trabajado en España, algo bastante habitual, como trataremos de demostrar en estos artículos. Ha existido una doble motivación para ello; la primera, evidentemente indeseada, ha sido el exilio político, sobre la que nos extenderemos en esta primera entrega de este conjunto de artículos: a raíz del golpe de estado que Argentina sufrió en 1976, al deponer ilegalmente el ejército a la presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón y sustituirla por el general Videla, buena parte de los actores argentinos que tenían algún tipo de significación política tuvieron que escapar de su país, so pena de sufrir persecución por parte de las nuevas autoridades, cuyas felonías y atrocidades el propio cine argentino, en una suerte de justicia poética, describiría años más tarde, cuando aquellos traidores con uniforme fueron felizmente derrocados. La segunda motivación ha sido económica, dados los problemas que la República Argentina ha atravesado en las últimas décadas, y a ello dedicaremos los siguientes capítulos.

Curiosamente, Héctor Alterio tuvo que dejar Argentina antes del golpe de estado; en 1974, cuando presentaba en el Festival de San Sebastián su película La tregua, dirigida por Sergio Renán, le llegó información muy fiable sobre las amenazas, contra él y su familia, emitidas por la siniestra Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que ya tenía un largo y sangriento historial de asesinatos políticos en su tierra. A la vista de ello, el actor decidió quedarse en España con su mujer, Tita Bacaicoa, y sus niños pequeños, Ernesto y Malena Alterio, que crecerán en nuestro país y que, con el tiempo, seguirían la estela de su padre.

En su época pre-española, Héctor había brillado ya en su faceta de actor. Debutó en el cine en 1959, aunque durante los años sesenta no consiguió papeles de altura. Ya en los setenta, llama la atención en el personaje del General Bolívar en Estirpe de raza (1970), de Leopoldo Torre Nilsson. A partir de entonces participa, aunque generalmente en papeles secundarios, en algunas de las películas más interesantes de la época: Los siete locos (1973), de nuevo para Torre Nilsson, Quebracho (1974), de Ricardo Wullicher, y La Patagonia rebelde (1974), otra vez de Olivera, que precipitará el odio de la Triple A y de los sectores más ultramontanos de la sociedad platense. La tregua (1974), la hermosa adaptación de la novela de Mario Benedetti con la que debutó en la realización el actor Sergio Renán, sería su última película rodada en Argentina en aquel tiempo.

Cuando se asienta en España, Héctor Alterio se irá convirtiendo en figura señera en el cine español. Su rostro popular se fue haciendo popular en nuestro país, aunque en los primeros años solo hizo secundarios, en películas como Pascual Duarte (1975), de Ricardo Franco, y Cría cuervos (1976), de Carlos Saura, para empezar a asumir roles protagónicos a partir de A un dios desconocido (1977), de Jaime Chávarri, en la que la sombra de Lorca era evidente. A partir de su intervención en Las truchas (1978), de García Sánchez, y Las palabras de Max (1978), de Martínez-Lázaro (curiosamente ambas premiadas ex aequo con el Oso de Oro de Berlín), su presencia en las pantallas españolas, siempre a las órdenes de directores de primera línea, será constante durante la década de los ochenta: entre otros títulos, estará en El nido (1980), de Armiñán, Antonieta (1982), de Saura, y las series televisivas Anillos de oro (1983), de Pedro Masó, y Teresa de Jesús (1984), de Josefina Molina.

A partir de 1984, tras la caída de la dictadura argentina, volverá intermitentemente a su tierra a trabajar también allí, simultaneando su carrera a ambos lados del Atlántico, aunque mantendrá su residencia en España. En Argentina hará Los chicos de la guerra (1984), de Bebe Kamin, uno de los primeros ajustes de cuentas del cine hacia los dictadores que llevaron a cientos de jóvenes a la muerte en las Malvinas; estará también en La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, Oscar a la Mejor Película Extranjera, también contra la dictadura, y en Caballos salvajes (1995) y Cenizas del paraíso (1997), ambas para Marcelo Piñeyro. En España hizo títulos como Mi general (1987), de Armiñán, Don Juan en los Infiernos (1991) y El detective y la muerte (1994), ambas de Gonzalo Suárez, y estará también en la exquisita adaptación de Clarín que hizo Fernando Méndez Leite en la minisere televisiva La Regenta (1995).

El siglo XXI continuará con su actividad a ambos lados del Charco; en Argentina, en el potente thriller Plata quemada (2000), de nuevo para Marcelo Piñeyro, la estupenda dramedia El hijo de la novia (2001), de Campanella, y Kamchatka (2003), otra vez para Piñeyro. Su trabajo durante este siglo en el cine en España se ha espaciado (en beneficio del teatro), y se ha centrado más en nuevos valores, como Daniela Fejerman e Inés París, para las que hizo Semen, una historia de amor (2005); en Argentina solo rodará una película reseñable en este siglo, Fermín, glorias del tango (2014), de Hernán Findling. Seguro, fiable y confiable, lleno de matices, Héctor Alterio ha sido para la pantalla española un gran descubrimiento y ha hecho grandes cosas en el cine español.

Por seguir con la familia, su hijo Ernesto Alterio nació en Buenos Aires pero, como hemos dicho, tuvo que refugiarse en España con sus padres cuando tenía apenas 4 años. Es, pues, mucho más español que argentino. Empezó a hacer cine en 1992; su primera película reseñable en un papel protagónico es Insomnio (1998), de la granadina Chus Gutiérrez, para, a partir de entonces, convertirse en rostro habitual en el cine español, alternando con soltura papeles cómicos y dramáticos, trabajando generalmente con directores interesantes; así, estará, entre otros, en Los años bárbaros (1998) y Cuarteto de La Habana (1999) para Colomo, Los lobos de Washington (1999) y Kasbah (2000) para Barroso, Buñuel y la Mesa del Rey Salomón (2001) para Saura, y El otro lado de la cama (2002) para Martínez-Lázaro. En ese tiempo empezará también a hacer cine en su tierra natal, en films como Las viudas de los jueves (2009), de Piñeyro, e Infancia clandestina (2011), de Benjamín Ávila. En los últimos tiempos ha alternado fracasos comerciales como ¿Quién mató a Bambi? (2013), de Santi Amodeo, o La sombra de la ley (2018), de Dani de la Torre, en las que sin embargo era lo mejor, con algunos notables éxitos, como Perfectos desconocidos (2017), de  Álex de la Iglesia.

Su hermana Malena Alterio, cuatro años menor que Ernesto, empezó a hacer televisión en 1998, medio que le daría gran popularidad a comienzos de siglo con la “sitcom” Aquí no hay quien viva, que prolongaría años más tarde en su secuela “de facto” La que se avecina. En cine tendrá también papeles relevantes en films como Torremolinos 73 (2003), de Pablo Berger, Días de cine (2007), de David Serrano, y Una palabra tuya (2008), de Ángeles González Sinde, sobre la novela de Elvira Lindo. En los últimos años se ha centrado sobre todo en televisión, en series como BuenAgente, El hombre de tu vida y Vergüenza, espaciando sus apariciones en cine, casi siempre en papeles deudores del personaje de Aquí no hay quien viva: Perdiendo el norte (2015), de Nacho G. Velilla, o Bajo el mismo techo (2019), de Juana Macías, entre otros.

Marilina Ross empezó a hacer cine y televisión a primeros de los años sesenta en su país, aunque cuando consiguió verdadera notoriedad sería ya en los años setenta con su percutante protagonista de La Raulito (1975), una de las escasas películas como director del actor Lautaro Murúa. El film fue un gran éxito de taquilla, no solo en Argentina sino también en España, cuyo momento político (tras la muerte de Franco) era ideal para apreciar este canto a la libertad absoluta. Por ello, cuando el golpe militar de 1976 la obliga a exiliarse, su destino natural, también por el idioma, será España, donde rodará varios films de interés, como Parranda (1976) y Reina Zanahoria (1977), ambas de Gonzalo Suárez, La Raulito en libertad (1977), remake de su gran éxito anterior, también para Murúa, Al servicio de la mujer española (1978), de Armiñán, y El hombre de moda (1980), de Méndez Leite, para volver a principios de los años ochenta, todavía con la dictadura argentina en pie, a su país, donde sus apariciones en pantalla serán esporádicas, dedicándose preferentemente desde entonces a una exitosa carrera musical como cantautora.

Luis Politti comenzó su filmografía como actor de cine y, sobre todo, de televisión a principios de los años sesenta. En cine estaría, en papeles de reparto, en dos de los éxitos de los años setenta de Leopoldo Torre Nilsson, Los siete locos (1973) y Boquitas pintadas (1975), así como en dos películas ya mencionadas anteriormente, La tregua y La Raulito. Tras el golpe militar de 1976 es secuestrado y torturado durante dos días por militares o paramilitares, escapa vía México hasta España, donde se exilia, y en la que desarrollará el resto de su carrera, hasta su precoz muerte en 1980 por una hepatitis. Siempre en personajes de reparto, a los que Politti infundía su carisma y buen hacer, estará en films relevantes como, entre otros, Las truchas (19678), de García Sánchez, La escopeta nacional (1978), estupenda iniciación de la Trilogia Nacional de Berlanga, Tierra de rastrojos (1980), el drama campesino andaluz de Antonio Gonzalo, y Sus años dorados (1980), de Martínez-Lázaro, aunque aquel por el que pasará a la posteridad será por el personaje de El Andarín de El corazón del bosque (1978), de Gutiérrez Aragón, sólida y libérrima adaptación al universo cántabro de la conradiana El corazón de las tinieblas, donde interpreta el mismo personaje que Brando en Apocalypse now, basada en la misma novela.

Como le ocurriera a Héctor Alterio, también Norman Briski fue amenazado por la Triple A, por lo que se exilió en España en 1975. Previamente, en su tierra argentina había comenzado a actuar en las pantallas a mediados de los años sesenta, obteniendo resonante éxito en la comedia La fiaca (1969), de Fernando Ayala. Ya exiliado en España, su primera película sería la dramedia Nosotros que fuimos tan felices (1976), de Antonio Drove, para enlazar de inmediato con Elisa, vida mía (1977), de Saura, en ambos casos en papeles de reparto. Manuel Gutiérrez Aragón lo ficha para dos de sus películas más interesantes de los años setenta, Sonámbulos (1978) y, sobre todo, la antes mencionada El corazón del bosque (1977), donde será el protagonista absoluto, un personaje muy interiorizado, Juan, que en Apocalypse now tendría los rasgos de Martin Sheen y el nombre de Willard, ambas versiones libérrimas, como queda dicho, de El corazón de las tinieblas. Durante los siguientes años su rostro se hará habitual en el cine español, generalmente en papeles secundarios, característicos, que él siempre componía con vigor y naturalidad, en films como Mamá cumple 100 años (1979), de nuevo para Saura, y Vértigo en Manhattan (1981), de Gonzalo Herralde; tras la caída de la dictadura militar, retorna a su país en los primeros años ochenta, no volviendo a trabajar más en España. Lo cierto es que su nueva etapa en Argentina, aunque dilatada, no se ha caracterizado por abundar los buenos títulos; citaremos, en una parva gavilla, algunos de ellos, como La peste (1992), costeada coproducción internacional de Luis Puenzo sobre la novela de Albert Camus, El amor y el espanto (2001), de Juan Carlos Desanzo, y el peculiar thriller Betibú (2014), de Miguel Cohan.

Norma Aleandro, gran dama de la interpretación argentina, también tuvo que exiliarse en España, y también por mor de las amenazas de la Triple A; tras una primera estancia en Uruguay, recalaría en nuestro país. Aleandro, con una también notabilísima y dilatada carrera sobre los escenarios teatrales, empezó a aparecer en las pantallas grande y pequeña a primeros de los años cincuenta. De esa etapa previa al exilio se pueden destacar, entre otras, las anteriormente citadas La fiaca, Los siete locos y La tregua. Ya en España, hizo solo dos películas en nuestro país, Tobi (1978), con la que Antonio Mercero intentó reeditar (sin éxito...) su taquillazo previo con La guerra de papá (1977), y Las verdes praderas (1979), de Garci, en ambos casos en papeles episódicos y mayormente alimenticios. Ya de regreso a Argentina, tras la caída de la dictadura militar, Norma brillará como la gran diva que es en films como la oscarizada La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, la cosmopolita Gaby, una historia verdadera (1987), de Luis Mandoki, la divertida y emocionante El hijo de la novia (2001), de Campanella, Cleopatra (2003), de Eduardo Mignogna, y La suerte en tus manos (2012), del nuevo valor Daniel Burman. Incidentalmente, rodará de forma aislada de nuevo en España en el film de Gerardo Vera Deseo (2002).

Cecilia Roth empezó en el cine en su país casi al mismo tiempo que tuvo que abandonarlo al ser perseguida por la dictadura militar. En su tierra solo le dio tiempo a hacer un par de films, No toquen a la nena (1976), de Jusid, y Crecer de golpe (1976), de Renán. Pero lo cierto es que su exilio en España no pudo ser más interesante y fecundo. De entrada estará en varios productos comerciales pero con buen nivel de calidad, como la mentada Las verdes praderas y La familia bien, gracias (1979), de Pedro Masó, para posteriormente convertirse en una especie de musa de la Movida Madrileña, al intervenir en varios films emblemáticos de ese movimiento (contra)cultural, como la mítica Arrebato (1979), de Iván Zulueta, o el debut de Pedro Almodóvar, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Se convierte desde entonces en una “chica Almodóvar”, apareciendo, con papeles más o menos importantes, en buena parte de su filmografía, entre otras en Laberinto de pasiones (1982), la oscarizada Todo sobre mi madre (1999), que reporta a Cecilia su segundo Goya, y Los amantes pasajeros (2013). En España ha estado también en otra serie de títulos interesantes, de cine y televisión, como Pepe Carvalho (1986) y Martín (Hache) (1997), de Adolfo Aristaráin, por la que consiguió su primer Goya. A la caída del régimen militar argentino, Roth ha mantenido su carrera a ambos lados del Atlántico, brillando en su tierra en algunos de los mejores films de aquella nacionalidad de los últimos tiempos, como Un lugar en el mundo (1992), de Aristaráin, Caballos salvajes (1995),  Cenizas del paraíso (1997) y Kamchatka (2002), las tres de Piñeyro, y El nido vacío (2008), de Burman.

El caso de Juan Diego Botto y María Botto es parecido al de los hermanos Alterio: ambos tuvieron que exiliarse, en este caso con su madre, la actriz y reputada maestra de actores Cristina Rota, cuando eran niños de muy corta edad. Su padre, Diego Botto, fue uno de los “desaparecidos” por parte de la dictadura militar. Ya en España, Juan Diego Botto debutaría de niño a principios de los años ochenta, y poco a poco empezó a llamar la atención en títulos relevantes en los que lógicamente todavía tenía papeles de reparto, como en Si te dicen que caí (1989), la adaptación de Marsé que hizo Vicente Aranda, o en la superproducción 1492: La conquista del paraíso (1992), de Ridley Scott. A partir de Historias del Kronen (1995), de Montxo Armendáriz, se confirma como actor dúctil y de amplio registro. Estará en varios títulos destacables de fin de siglo, como Éxtasis (1996), de Mariano Barroso, La Celestina (1996), versión del clásico de Fernando de Rojas que pondría en escena Gerardo Vera, y, sobre todo, en la ya citada Martín (Hache), de Aristaráin, una de sus mejores actuaciones. En Plenilunio (1999), la adaptación de la novela de Muñoz Molina que llevara a cabo Imanol Uribe, compone un torvo asesino. A partir del siglo XXI, aunque se inicia con algunos papeles importantes, como el protagonista de Silencio roto (2001), de nuevo para Armendáriz, lo cierto es que su intuición para escoger buenos papeles ya no será la misma. Estará en algunos films españoles de cierta relevancia, como Silencio en la nieve (2011), de Gerardo Herrero, y en el fiasco La ignorancia de la sangre (2014), de Gómez Pereira. Simultáneamente, durante estas dos primeras décadas de siglo ha hecho algunos films en su tierra natal, de bastante mayor interés que su filmografía en España en igual período; hablamos de películas como Roma (2004), de nuevo para Aristaráin, o Las viudas de los jueves (2009), de Piñeyro.

Por su parte, su hermana María Botto ha tenido una carrera menos numerosa que Juan Diego, algo extraño al ser actriz segura y versátil. Debutó a mediados de los años ochenta, aún niña, y coincidió con su hermano en varios films de la época, como Si te dicen que caí. Al contrario que su hermano, el siglo XXI le ha sido más propicio, con intervenciones en films como Soldados de Salamina (2003), de David Trueba, sobre la novela homónima de Javier Cercas, la adaptación del clásico de Merimée que hizo Aranda con Carmen (2003) y el biopic sobre María Zambrano que hizo José Luis García Sánchez en María querida (2004). De su cualidad de actriz versátil da idea el hecho de que ha alternado sin despeinarse la comedia en El penalti más largo del mundo (2005), de Roberto Santiago, y 3 bodas de más (2013), de Javier Ruiz Caldera, con el drama, además hablado en catalán, Barcelona (un mapa) (2007), de Ventura Pons. Ha hecho incluso varias incursiones en coproducciones internacionales, como Resucitado (2016), de Kevin Reynolds. Al contrario que su hermano, María no ha hecho, hasta ahora. cine en su país natal.

Ilustración: Cecilia Roth, en una imagen de Martín (Hache) (1997), de Adolfo Aristaráin.

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