Rafael Utrera Macías

En capítulo precedente hemos recordado la figura literaria de Benjamín Jarnés y su interés por el cinematógrafo. El presente artículo lo dedicaremos a su libro “Cita de ensueños”, refiriéndonos a su estructura y contenido en las dos primeras ediciones, publicadas en Madrid en los años 1936 y 1974.


Edición del “Grupo de escritores cinematográficos independientes”

La primera, editada en el fatídico año de 1936, fue publicada por la Biblioteca del “Grupo de Escritores cinematográficos independientes” (Geci); el comité directivo del mismo estaba compuesto por Antonio Barbero, Rafael Gil, Luis Gómez Mesa, Benjamín Jarnés y Manuel Villegas López, escritores, periodistas e historiadores cinematográficos unidos por una causa común que explicaban en su “manifiesto”, escrito tres años antes aunque incorporado a cada una de las publicaciones aparecidas entonces, tales como “Luz de Cinema”, de Gil, y “Arte de masas (Ruta de los temas fílmicos)”, de Villegas, además del título jarnesiano que nos ocupa. La autocalificación de “independientes” pretendía distinguirse tanto del “crítico prevaricador” como del “seudocrítico”, en ambos casos, meros voceros de la industria y sus comerciantes, y era su misión orientar al espectador desinteresadamente tanto con sus escritos y publicaciones como con la tarea, orientadora y formadora, llevada a cabo por el propio cine-club que dicho grupo dirigía. Esta primera edición constaba de 153 páginas, más el índice, seguida del listado de obras del autor. La portada, incorpora el logotipo de Geci, título y autor sobre fotograma en blanco y negro.


Edición de “Ediciones del Centro”

La segunda edición se publicó, en 1974, por “Ediciones del Centro”, y consta de un prólogo del crítico cinematográfico Carlos Gortari (quien, posteriormente, sería Director General de Cinematografía) donde se contextualiza la figura de Jarnés y de los distintos miembros pertenecientes a su misma generación que mostraron inusitado interés y conocimiento por el arte cinematográfico. El prologuista elogia al escritor y lo define como “baziniano antes de Bazin” al tiempo que, en su opinión, anticipa los posicionamientos de otro cinéfilo novelista como fue Guillermo Cabrera Infante sobre Chaplin o Murnau, del mismo modo que Jarnés se manifiesta en favor del “cine de poesía”, mucho antes de que este concepto entrara en controversia con el “cine de prosa”. Gortari opina que estos ensayos cinematográficos están “casi olvidados”; afortunadamente, la edición apareció en un momento muy oportuno por cuanto los estudios sobre cine y literatura comenzarían, desde entonces, a conocer una etapa y un auge que ya se detectaba desde la propia prensa en artículos relativos “a las Artes y las Letras”, en cuyos titulares podía leerse el genérico “Los escritores y el cine (1925-1933)” o el específico “Hacia el rescate de Benjamín Jarnés”. Esta edición constaba de 116 páginas; la sugerente portada del dibujante José Ramón Sánchez ofrecía un diseño a color con el rostro de Greta Garbo.


Estructura y contenidos de “Cita de ensueños”

Ambas ediciones incorporan los mismos contenidos, como también cuanto figura, a modo de prólogo, en el “manifiesto” del “Grupo de Escritores Cinematográficos Independientes”

Jarnés estructura su trabajo en cinco apartados, denominados “Técnica y expresión” (6 artículos), “Constelación incompleta” (9 artículos), “Consideración de Charlot” (4 artículos), “Desfile de soñadores” (7 artículos) y “Fábulas pintorescas” (3 artículos).

El primero, y tras una cita de Frank Capra, le sirve para establecer una tipología de espectadores que, en coetánea catalogación ferroviaria, los clasifica en primera, segunda y tercera, de manera que los más privilegiados son los que tras soñar la película pueden, incluso, escribir sobre ella; por el contrario, los menos, son tontos afortunados porque sólo se nutren de cuanto la pantalla les ofrece. Seguidamente, Jarnés establece pertinentes conexiones entre cine y literatura y entre cine y pedagogía para hacernos saber que la poesía es género supremo que abarca todas las artes pero que cierta literatura es difícil, si no imposible, de filmar, mientras que otra se convierte en puro poema (ejemplo: Amanecer, de Murnau). Y en un mundo donde la imagen prevalece, utilícese esta con el didactismo oportuno a fin de conseguir un pedagógico proyecto. Un Jarnés entusiasmado con el medio no ahorra hipérboles al considerarlo como “el mejor educador del hombre futuro”. Frente a ello, el cine tiene sus limitaciones en ciertos órdenes expresivos y esas incapacidades no le permiten asumir lo que otras artes resuelven como activos propios. De otra parte, el espectador debe estar al quite por cuanto el cinema está “envenenado por la economía”, de modo que ante esa excelente fuente espiritual hay que estar en guardia para que ni la codicia mercantil ni la incompetencia artística acaben con ella.


“Constelación incompleta”

Se refiere, naturalmente, a las estrellas cinematográficas, a una selección de varias actrices que conforman una constelación. Jarnés, castellanizado el nombre de las mismas según su costumbre, analiza y, generalmente, exalta sus atributos y capacidades en relación a un personaje determinado según su actuación en el film elegido. Greta Garbo será la diosa de magistral expresión patética en Ana Karenina como la maquiavélica capaz de enseñar la ciencia del abrazo en Reina Cristina de Suecia. Y Catalina Hepburn se hace visible, muy visible al espectador, porque su carne se hace transparente y a través de ella se ve pasar a los ángeles, como le pasaba al curita de Sangre gitana. Por su parte, Paula Wessely pasea por la pantalla, en Mascarada, “la sencillez” a lo que otros llaman “ingenuidad”, como también se le puede aplicar a unos versos de Racine. Y así, con estos dos términos, juega el escritor, cruzándolos con la tipología de la mujer “ingenua” y la mujer “fatal” para rematar el artículo lamentando que el público distinguido “no distinga”. Frente a ella, Marlene Dietrich es la zarina “irresistible” en una película “monumental” titulada Capricho imperial donde Sofía se convierte en Catalina de manera que la actriz “abandona su estupor y pisa el terreno firme de lo dramático”, matices en los que la protagonista es maestra. Como monumental es también Metrópolis, ensueño de simples hierros arrumbados ya en el trastero del cine, que sólo se mantiene en pie por la presencia de la muchacha cursi interpretada por Brigitte Helm; pero lo que Lang no consiguió, lo hizo posible Pabst en La Atlántida, donde los elementos primitivos de la tierra acogieron a la actriz como la mejor intérprete de “olímpica mujer petrificada”, la más “divina” que hasta hoy se conoce. Y luego viene el elogio de Dorotea Wieck y Herta Thiele en Muchachas de uniforme, donde Jarnés defiende el proceso de buscar intérpretes para los personajes de una obra y, por el contario, desestima el proceder inverso; por ello, en ¿Milagro? el dúo, siendo el mismo, no se ajusta a lo que el tema solicita. Seguidamente, el nombre y los oficios de Marta Eggerth le permiten disentir de esa modalidad del cine cantado al que califica como “el gran disco ilustrado” y el peor enemigo del cine, como “el café cantante lo es del café”.

Cuando Jarnés se fija en la actriz Francisca Gaal, la sitúa en el ámbito del humorismo; como este puede catalogarse en diferentes grupos, tomando la nomenclatura de los colores, a ella le asigna el rosa, sobre todo en esas películas donde el personaje representado por la Gaal “comienza por ser un náufrago” y es el amor el cable que vuelve a “restituirla a tierra firme”. Con tales matices humorísticos, el escritor se ha visto implicado en paralelismos, con algunas desviaciones, al escribir sobre el humor y el humorismo donde su admirado Charlot no puede faltar. Por ello, el siguiente bloque en “Cita de ensueños” se titula, precisamente, “Consideración de Charlot”.


Consideración de Charlot

Este apartado se compone de cinco artículos donde la admirada figura del humorista queda descrita tanto en el modo de vivir como en el modo de ser. Y saltan los ejemplos que, naturalmente, proceden de Tiempos modernos, de El chico, de El circo. A quienes dicen que es un sentimental, Jarnés añade que, además, “siente la angustia de serlo”. Una larga cita de su amigo Fernando Vela cierra el artículo, al tiempo que revela una semejante consideración sobre el humor y lo humano del personaje de la pantalla. Por eso, en “El drama en la cuerda floja” sentencia que es el hombre dramático “que mejor sabe sentir el rubor de su tristeza”. Los tres elementos externos que definen su figura son los zapatos, el sombrero hongo y el bastón; ellos definen al personaje con solo verlo; al fondo, se esconde una figura humana que representa el “sentido profundo de lo cómico en el hombre”. Y por eso, antes de acabar el capítulo, nuestro autor recoge la sentencia del propio cineasta: “lo que yo he querido hacer es un vagabundo poético”. Al tiempo, advierte de los peligros de que se convierta en un vagabundo sentimental y de que por ahí se escape su genio y, sin quererlo, se eclipse su figura.


Desfile de soñadores

Soñador es Pabst y quien, como él, pretenda revivir en la pantalla al gran héroe cervantino, al ingenioso hidalgo. Sin embargo, el director ha conseguido convertir la gran novela en “excelente poema dramático” y, por añadidura, en “la más original rapsodia española”. Este poeta-cineasta ha logrado la “máxima sustancia plástica” en lugar de mantener la “máxima sustancia novelesca”. Su film es Don Quijote. Desde Francia es René Clair quien nos sirve una buena ración de “poesía fin de siglo” y ello sin necesidad de recurrir a ejemplificaciones concretas por parte del articulista o crítico que lo recrea; sintetiza Jarnés: “poeta a dos vertientes: una de ellas hacia la vida de hoy, otra hacia la vida de ayer”. La continuación de tales justificaciones las reserva el escritor para referirlas a los grandes éxitos del cineasta y muy en concreto a 14 de julio porque en ésta, como en otras del mismo autor, ha conseguido lo más difícil y lo más sencillo: “un poco de poesía puesta en imágenes y sometida a un ritmo”.

También en la otra zona de Europa los soñadores trabajan haciendo imágenes de su literatura. Turjansky es el cineasta que convierte la literatura de Pushkin, con tantos episodios cercanos a la inverosimilitud, en auténtico “vigor plástico”, tal como puede verse en Volga en llamas; la interpretación de Albert Prejean se decanta por lo delicado y gentil con actitudes y manifestaciones bien distintas a sus, igualmente excelentes, Bajo los techos de París o La ópera de cuatro perras chicas (sic); del mismo modo, Danielle Darrieux, heroína, debe dar réplica a dos oficiales con intenciones profesionales distintas.

La película Vampiro, de Carl Th. Dreyer, le sirve a Jarnés para elucubrar atinadamente sobre cierta tipología de espectadores a los que “el joven autor danés” les hace “perder pie” porque esas eran sus intenciones y ello con un “tema de arte” como la pesadilla, que en el film pueden ser menores, tal las de tipo técnico, como mayores, derivadas del asunto principal.


En el mundo de Viviana y Merlín

“En el mundo de Viviana y Merlín” titula Jarnés un apartado donde reflexiona sobre un film del director Starewicht: Reloj mágico, al que define como un “cuento de hadas”, como “fantasía pura”, como “un sueño” donde consigue el prodigio de “humanizar lo insensible” y “automatizar lo vivo”. Y otra vez se asoma el amigo Fernando Vela al texto jarnesiano para ilustrar con una ingeniosa cita cuanto se quiere explicar sobre los elementos metafóricos de la película comentada: “La butaca del cine es nuestro Clavileño de madera…”. Y todo el resto es todavía una elucubración donde Shakespeare y Reinhardt, sus personajes y sus representaciones, se hacen preguntas cuyas respuestas parecen remitir a “Locura y muerte de nadie”, y donde el espectador, testigo de todo ello, nunca es olvidado por su comentarista y crítico.

Acaba el capítulo “El arte cruel de un sonámbulo” con diversas consideraciones sobre Caligari (sic), “la geométrica y torturada película de Robert Wiene”, sobre su personaje, César, pero, sobre todo, sobre su intérprete, Conrad Veidt. Se pregunta el escritor: “¿cómo salió ileso de tanta balumba teatral, de entre tantos desmelenados expresionistas siempre en las fronteras de lo patético, a pocos milímetros de la carcajada? Qué distintas sus otras películas, El rey de los condenados, El número 83, más dueño que nunca de sus “geniales instrumentos de seducir y conmover”.


Fábulas pintorescas

Y “Cita de ensueños” se cierra con un apartado, “Fábulas pintorescas”, donde toma cuerpo el fabuloso mundo de la animación en sus distintas modalidades. Aquí está Feyder con su Kermesse heroica (sic), donde “el arte flamenco, saliéndose de las telas, se ha puesto a danzar…”, está Walt Disney con todo un zoológico que, en la pantalla, “los animalejos se van escalonando entre los hombres: Betty Boop alterna con Greta Garbo, Mickey alterna con Buster Keaton”. Y serán los tres cerditos quienes cierren el libro de Jarnés, convertidos nada menos que “en símbolos poéticos”, por más que, enfrente, pueda estar el lobo, aunque ya desprovisto de ferocidad, o, al menos, con una simple apariencia de “barítono de ópera fracasado”.

Ilustración: Portada de “Cita de ensueños”; primera edición.
Próximo capítulo: Cita de ensueños. Figuras del cinema. Jarnés en edición de Conget (y III)