Enrique Colmena

Tras hablar en el capítulo I de esta serie de los pioneros de la animación en el Viejo Continente (centrándonos en las tres últimas décadas del siglo XX, para conectar así con las producciones de lo que llevamos del siglo XXI), nos fijaremos hoy en los más relevantes largometrajes de dibujos animados tradicionales que se han realizado en España desde comienzos de esta centuria vigésimo primera. Como siempre, sin ánimo de exhaustividad.

Curiosamente, la Historia que está por hacer sobre los “cartoons” tradicionales en España en nuestro siglo nos parece que habrá de estar escrita en clave autonómica, pues la gran mayoría de las producciones se han gestado y plasmado a través de productoras radicadas en diversas comunidades autónomas del país.


El “cartoon” hispano va por autonomías


De Euskadi...

Quizá sea Euskadi, o el País Vasco si lo decimos en lengua española, la comunidad autónoma con un mayor número y relevancia de “cartoons” dentro de la geografía de España. En buena parte se debe a una figura emblemática, la del cineasta de Pasajes (Guipúzcoa) Juan Bautista Berasategi, también conocido simplemente como Juanba Berasategi, al que podríamos habernos referido en el capítulo anterior, relativo a los pioneros, pero que hemos preferido glosar aquí, ya que buena parte de su obra ha tenido lugar ya en el siglo XXI. El director pasaitarra, fallecido en 2017, fue el primero que hizo un film de animación en Euskadi, La calabaza mágica (1985), con dibujo de trazo muy sencillo y sobre temas legendarios de la tierra vasca, como el Tarttalo. Le seguiría La leyenda del viento del Norte (1992), que tuvo una tormentosa (nunca mejor dicho...) peripecia judicial, al haber sido denunciada por Berasategi por haberse apropiado la productora (y otros dos directores) de la película por él iniciada con el título de Balleneros; finalmente la Justicia le dio la razón y esta obra sobre legendarios pescadores euskaldunes en el Mar del Norte figura hoy día como original de Juanba Berasategi. A finales de siglo, el pasaitarra rueda, en connivencia con productoras andaluzas (y no sería la última “joint venture” en “cartoon” entre ambas comunidades autónomas), Ahmed, el príncipe de la Alhambra (1997), con un tipo de dibujo que recuerda poderosamente a la entonces muy de moda Aladdin (1992) de Disney, una fantasía arabizante de corte histórico, basada en uno de los relatos de los Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, aunque aquí el príncipe del título, en vez de detenerse en Toledo, que es donde vivía su amada en el cuento, llegará hasta Navarra (Nafarroa en la noble aunque un tanto correosa lengua de Bernardo Atxaga). Esa misma veta la continuará Berasategi, ya en el siglo XXI, con El embrujo del sur (2002), también en coproducción vasco-andaluza, de nuevo sobre los Cuentos de la Alhambra, aquí haciendo protagonista al propio Washington Irving, en una historia que se toma bastantes licencias sobre los textos del escritor norteamericano.

Berasategi, de nuevo con coproducción entre su tierra vasca y Andalucía, insistió en las adaptaciones sobre textos literarios en El Lazarillo de Tormes (2012), sobre la famosa novela de autor anónimo, cumbre de la literatura picaresca española, con un dibujo que buscaba alejarse del realismo antropomorfo y acercarse al dibujo tipo viñeta de cómic. Y como su canto del cisne haría Nur y el templo del dragón (2017), ya sin la base de un clásico literario, aunque sí de una novela de autor moderno, en un film que buscaba acercarse a las nuevas tendencias del dibujo animado, aunque siempre, como ha sido habitual en Juanba, con una evidente intención de dirigirse al público infantil.

El bilbaíno Pedro Rivero será el otro gran referente del “cartoon” tradicional vasco. Debutó con La crisis carnívora (2007), una auténtica marcianada que, nada más que por su tremenda osadía, hubiera merecido mejor suerte; aquí sí que estamos en un film más dirigido a adultos que a niños, dada la temática y el planteamiento (un reino animal donde los depredadores se vuelven veganos, con algunos que se saltan las reglas de forma bastante abrupta...). Esta coproducción entre Euskadi y Galicia tendrá continuidad en el siguiente film de Rivero, ahora codirigido con Alberto Vázquez, autor del cómic original; su título es Psiconautas, los niños olvidados (2015), y supone una de las más interesantes aportaciones del “cartoon” español de este siglo, una película con una historia de corte ecologista pero de tono adulto, con un tipo de dibujo estilizado y muy sencillo, buscando una austeridad casi naif. El film obtuvo numerosos premios, entre ellos el Goya.


...a Andalucía...

Además de las coproducciones ya citadas con Euskadi, Ahmed, el príncipe de la Alhambra y El embrujo del Sur, en las que las productoras andaluzas tuvieron una participación minoritaria, en otras películas sí que fueron las empresas que dirigieron los proyectos. En buena parte de ellos han estados, juntos o por separado, dos cineastas, Ángel Izquierdo y Antonio Zurera. El primero de ellos, Izquierdo, será, como director, el responsable de Dragon Hill. La colina del dragón (2002), con un tipo de dibujo muy sencillo y colorido, centrado en una fantástica historia de dragones sin corte épico (tan típico de tan legendarias criaturas...). También estará al frente de El cubo mágico (2006), aquí con coproducción minoritaria vasca, un regreso al universo ya hollado con Dragon Hill, en una nueva aventura con los mismos personajes y algunos elementos añadidos, en una película de nuevo muy modesta, esforzada y voluntariosa, pero en la que se hace evidente la carencia de recursos económicos de los que se dispuso, tema que en la animación tradicional (y no digamos en la digital) es esencial.

Antonio Zurera, que había ejercido como guionista en los dos proyectos anteriores de Izquierdo, codirigirá con este el siguiente empeño de producción andaluza, Rh+. El vampiro de Sevilla (2007), con un tipo de dibujo muy anguloso, en las aventuras de un Drácula “miarma” que se recorrerá medio mundo con sus andanzas de señorito andaluz de acerados colmillos. Zurera, ya en solitario, será el director de Las aventuras de Don Quijote (2010), nueva aproximación al personaje cervantino, aquí tomándose muchas libertades, incluyendo extraterrestres hostiles y robots que recuerdan a los de la serie Mazinger Z, entre otras licencias más o menos artísticas.

En un tono muy distinto, dirigiéndose sin ambages a adultos (y adultos con conciencia, añadiríamos), Manuel H. Martín dirige 30 años de oscuridad (2011), una producción andaluza con participación minoritaria vasca, un documental sobre los conocidos como “topos”, hombres que, al finalizar la Guerra (in)Civil, se escondieron en zulos en sus domicilios para no ser capturados y fusilados por los franquistas, escondite en el que, por lo general, permanecieron hasta que en 1969 se promulgó una amnistía para “delitos” (las comillas no son inocentes, claro...) cometidos durante la conflagración bélica. Ese documental, además de imágenes de archivo y entrevistas con personas que daban su testimonio sobre el tema, insertaba una serie de dibujos, muy realistas, a la manera de una novela gráfica, que ponía en imágenes la historia de uno de esos topos que se había tomado como sinécdoque: un topo, todos los topos... Esta película, por cierto, sería el germen de la posterior y espléndida coproducción vasco-andaluza La trinchera infinita (2019), de los cineastas euskaldunes Arregi & Garaño & Goenaga, película hecha ya con actores de carne y hueso.


... pasando por Cataluña, Galicia y Extremadura

Efectivamente, en el antiguo Principat se produjó El Cid: La leyenda (2002), con el apoyo de la poderosa Filmax, un proyecto costeado que buscaba acercar la figura de Ruy Díaz de Vivar al público infantil y juvenil, con dirección de José Pozo, con un tipo de dibujo que jugaba con cuerpos antropomórficos de grandes volúmenes, quizá influido por la fortaleza que se les supone a los guerreros, no digamos ya a los héroes como el Cid; aunque la película se incardinaba, en general, en los hechos históricos acaecidos al famoso caballero castellano, el director y guionista se tomó bastantes licencias artísticas. Lo cierto es que, aunque tuvo una aceptación popular bastante razonable, el importante presupuesto manejado (que se nota en la calidad del dibujo, de los mejores hasta entonces en la animación española) no la hizo rentable, e impidió la continuidad de este tipo de proyectos relacionados con personajes históricos populares.

Por su parte, en la antigua Gallaecia o Suevia, la actual Galicia, se produjo, con minoritaria participación catalana, una de las más interesantes aportaciones al dibujo animado tradicional que se ha hecho en España en este siglo XXI, Arrugas (2011), claramente dirigido a un público adulto (incluso “muy” adulto, diríamos...), una historia realizada por Ignacio Ferreras que se ambienta en un geriátrico, y cuyas peripecias están lejos del concepto de aventura y mucho más cerca de los avatares que suceden en uno de estos centros de mayores, con una mirada escéptica, tomando como base el cómic original de Paco Roca, que también intervino en el guion. La película tuvo una trayectoria muy laureada, consiguiendo incluso 2 Goyas, no solo el de animación, que iba de suyo, sino incluso el de guión adaptado. Una taquilla ínfima impediría, sin embargo, la continuidad de proyectos de este equipo.

Y en Extremadura, región que ciertamente no se ha caracterizado hasta ahora por sus producciones cinematográficas, surge un proyecto ciertamente fascinante. Con la contribución de productoras madrileñas y valencianas, además de algunas empresas extranjeras, y con dirección del barcelonés Salvador Simó, se rueda Buñuel en el laberinto de las tortugas (2019), basada en la novela gráfica de Fermín Solís, que recrea (con ayuda de la ficción, claro está) el rodaje que llevó a cabo el cineasta de Calanda en la deprimida comarca extremeña de Las Hurdes para su tercer film, Tierra sin pan (1933). El film, notabilísimo, utiliza un dibujo duro y anguloso, acorde con la temática, el rodaje en una tierra literalmente sin pan. Ampliamente galardonada (con un Goya y un Premio del Cine Europeo, entre otros), su taquilla fue, sin embargo, muy menguada, quizá porque en España aún no tenemos experiencia en ver “cartoons” dirigidos a un público adulto, como es el caso.


Los francotiradores

Al margen del cine producido en las diversas autonomías españolas, hay algunos títulos que no se pueden incluir en esa etiqueta y que son producciones nacionales al uso, siempre con el carácter de francotirador que parece consustancial con la industria (si es que tal cosa existe...) española del dibujo animado en dos dimensiones. El primer caso que vamos a referir será el de Chico & Rita (2010), una curiosísima película dirigida en comandita por Fernando Trueba, que pondría su dilatada experiencia cinematográfica (y también su nombre, de indudable peso en el cine español); Javier Mariscal, el famoso diseñador valenciano, que aportaría la acusada personalidad del dibujo; y Tono Errando (hermano de Mariscal), que añadiría su experiencia como animador. El resultado fue una afortunada película ambientada en La Habana de finales de los años cuarenta, un fogoso amor entre la pareja de mulatos que dan título al film, con aromas jazzísticos y cinéfilos, y un dibujo muy carnal, muy sexual, por supuesto dirigido a públicos claramente adultos, que sería ampliamente premiada (Goya, Cine Europeo, Forqué, incluso nominada al Oscar).

Por su parte, Klaus (2019) es la apuesta de otro francotirador, Sergio Pablos, madrileño con una amplia experiencia como animador en el Disney de los años noventa (vale decir el mejor desde la anterior edad de oro de la Casa del Ratón, datable en las décadas de los cuarenta y cincuenta) y también de “cartoons” de otras productoras, que ha llevado a la gran pantalla la que pudiera haber sido la génesis del famoso Santa Claus, en una película costeada e imaginativa que puede ser vista indistintamente por pequeños y mayores, en ese nuevo “target” u objetivo en el que se intenta llegar al máximo de públicos posibles, sin por ello perder por el camino la calidad, la frescura, el talento creativo. Es el caso: el film, con la codirección de Carlos Martínez López, ha concitado unánimes elogios y ha conseguido premios de toda laya (BAFTA, Annie, nominada a los Goya y a los Oscar) y abre una interesante veta que puede ser cultivada, la de proyectos bien armados económicamente (con Atresmedia detrás como productora y Netflix como distribuidora mundial), más el buen hacer de un equipo talentoso, y un cineasta a los mandos que sabe lo que se hace.

Ilustración: Una imagen de Chico & Rita (2010), quizá el paradigma del cine de animación para adultos hecho en España.

Próxima entrega: Europa como polo del “cartoon” tradicional en el siglo XXI: menos infantil, más adulto (III). Francia: Michel Ocelot