Enrique Colmena

Hablábamos en la primera parte de este díptico de Michelle Pfeiffer, una de las dos actrices de primera línea, auténticos mitos artísticos de las últimas tres décadas, que en este 2018 ha cumplido la redonda cifra de 60 años, y lo hacen en plenitud de facultades. Hoy le toca el turno a Madonna, más conocida por su faceta como cantante y compositora, pero también con una apreciable carrera como actriz y, en menor medida (al menos por ahora en cuanto a títulos), como directora.

Por supuesto, la figura de Madonna es fundamentalmente un gigantesco, imprescincible icono de la música pop, cuya historia no se entendería sin ella. Sobrenombres como La Ambición Rubia o La Reina del Pop no son nada altisonantes, sino definitorios de su papel dirigente en una industria a la que la cantante de Michigan revolucionó desde sus primeros éxitos, en 1983 y 84, hasta el punto de convertirse en un referente mundial, una de esas personas, personalidades o personajes (que no es lo mismo aunque tengan la misma raíz...) que todo el mundo conoce, y de quien alguna vez todos hemos tarareado Like a virgin, La isla bonita o Material girl, por citar algunas de sus más conocidas canciones.


Primeros escarceos con el cine

Madonna, como queda dicho, explotó como cantante casi a mediados de los años ochenta. Pero la que tiene como nombre completo Madonna Louise Ciccone, en el siglo Madonna, como era de suponer, no consiguió el éxito de buenas a primeras, sino que desde 1977, fecha en la que se mudó a Nueva York desde su natal Bay City, en Michigan, venía peleándose con la fama, sin mucha suerte. En 1979, cuando seguía siendo una auténtica desconocida, rodó A certain sacrifice, puesta en escena por el neófito Stephen Jon Lewicki (que nunca más volvió a dirigir...), estrenada años en España más tarde, cuando la diva ya era famosa, como Un cierto sacrificio. Era un film auténticamente de saldo, con un presupuesto de 20.000 dólares, una historia muy propia del cine underground de finales de los setenta, en la que nuestra diva es secuestrada y violada, por lo que después se cobrará cumplida venganza... Como curiosidad, nadie en la película cobró, salvo Madonna, que así lo exigió: 100 dólares fue su salario, no precisamente como para hacerse rica... También como curiosidad, en el film aparece en los créditos como Louise Ciccone, no habiendo aún tomado el nombre con el que será conocida mundialmente. La película no se llegó a estrenar en su momento, dadas sus evidentes carencias, y fue lanzada en vídeo en el mercado norteamericano a partir de 1985, cuando Madonna ya era internacionalmente famosa; también se hicieron algunos pases en salas, pero como la cantante y actriz estaba muy insatisfecha con su papel en la película, intentó comprar sus derechos, sin éxito.

Ya con Madonna llegada a la fama se estrenará otro film rodado casi paralelamente al momento en el que estalló musicalmente. Es Loco por ti (1985), ya una película comercial al uso, con Harold Becker en la dirección, un cineasta que en aquellos años gozó de cierto predicamento por títulos como El campo de cebollas (1979), aunque después la verdad es que se adocenó, como en este film con Madonna, en el que nuestra biografiada tenía un papelito que colindaba directamente con el cameo, siendo la cantante de un club, recayendo el protagonismo en un Matthew Modine entonces muy popular por su intervención en Birdy (1984), de Alan Parker, y una Linda Fiorentino en su debut en la gran pantalla.

Como en 1985 Madonna es ya una estrella mundial, uno de esos raros fenómenos que suceden en la música, en la que alguien asciende de la nada al todo en un chasquido de dedos (Elvis, Beatles, Rollings y poco más), y estaba claro que seguía teniendo la espinita clavada del cine, Hollywood la reclama para hacer Buscando a Susan desesperadamente, película en la que se plasma en imágenes esa nueva atracción fatal que ya era la que sería La Ambición Rubia, un film en el que realmente el protagonismo recaía en Rosanna Arquette, y Madonna, que hacía de la Susan del título, daba rienda suelta a sus desinhibiciones y provocaciones, en una comedia alocada, moderna y (para la época) transgresora, que sirvió también para lanzar internacionalmente a su directora, Susan Seidelman, que venía de hacer la muy curiosa, muy modesta y muy indie Smithereens (1982), aclamada en los minoritarios circuitos de cine de arte y ensayo, como se denominaban en la época. La película quintuplicó en recaudación, solo en el mercado USA-Canadá, el magro presupuesto con el que contó, así que se pudo considerar un éxito en toda regla.


Cuando hacer cine con la pareja quizá no sea la mejor idea...

En 1985 Madonna se casa con un enfant terrible del cine norteamericano, Sean Penn, conocido por su mal carácter, aunque también por su genuino talento interpretativo. Aquel cóctel explosivo, que nadie sabe cómo pudo durar cuatro años, en cine solo dio como resultado una infame película, Shanghai Surprise (1986), una de aventuras exóticas ambientadas en Oriente en los años treinta, en la que Madonna hacía de (¡glup!) misionera, a las órdenes de Jim Goddard, que no volvió a levantar cabeza tras aquel batacazo, dedicándose desde entonces a olvidables productos televisivos.

Y es que, al menos en el caso de Madonna, no siempre hacer cine con cónyuges o parejas es una buena idea. No sólo el desastre de Shanghai Surprise confirma esa impresión (recaudó la décima parte que costó, y le valió a Madonna el Razzie –el antiOscar, para entendernos—a la Peor Actriz del Año), sino que años más tarde, ya casada con Guy Ritchie, ambos perpetraron juntos (Ritchie como director, Madonna como actriz protagonista) un horror titulado Barridos por la marea (2002), que, desde luego, fue premonitorio en su título. Esta comedia romántica ambientada en el Mediterráneo, con estúpida y pija (perdón por la redundancia...) ricachona, por un lado, y bronco proletario comunista, por otro, que se ven obligados a convivir en una isla desierta (remake, por cierto, de Insólita aventura de verano, mucho más entonado film de Lina Wertmüller), consiguió la rara proeza de poner de acuerdo a público y crítica: su estreno se saldó con un sonoro fracaso, la prensa especializada la puso a caer de un burro, hizo un pleno en los Razzies (ya saben, los antiOscar) del año, con nada menos que cinco “premios” (entre ellos de nuevo Madonna como Peor Actriz), y en los “ratings” de la IMDb, elaborados por los visitantes registrados de la página, ostenta el dudoso honor de ser uno de los 80 peores films de la Historia del Cine.

Menos mal que, en cuestión de cine hecho con la pareja de turno, al menos hay uno en el que Madonna sí puede decir que tuvo éxito: fue Dick Tracy (1990), la lujosa adaptación a la gran pantalla del cómic creado por Chester Gould, que dirigió y coprotagonizó su novio de entonces, Warren Beatty. La vistosa adaptación pasa por ser una de las mejores películas de Madonna como actriz, pero también de Beatty como director (además de Rojos, se entiende), en un film de peculiar diseño visual, muy influido en ese aspecto, lógicamente, por el cómic original, y que obtuvo tres Oscar, si bien todos ellos de pedrea. La recaudación mundial cuadruplicó el presupuesto, así que se puede considerar que, comercialmente, también fue un éxito.


De todo un poco

Madonna, además de la cantante más ambiciosa que haya dado la música pop (y las más exitosa en términos de discos vendidos: 300 millones de copias en todo el mundo), ha estado en otras varias producciones de muy distinto pelaje. A veces ha sido en films ambientados en el mundo musical que le es propio, como en la hoy olvidada Noches de Broadway (1989), dirigida por Howard Brookner, quien por cierto murió poco después víctima del sida, siendo el protagonista del sentido documental que le dedicó su sobrino Aaron Brookner en Uncle Howard (2016), pero también hizo Madonna cine sobre temas totalmente ajenos a sus intereses e inquietudes, como Ellas dan el golpe (1992), localizada en el proceloso mundo del béisbol, con Tom Hanks y Geena Davis como compañeros de reparto, y Penny Marshall a los mandos, una comedia no precisamente exquisita que, sin embargo, tuvo cierta carrera comercial.

En el género del drama Madonna ha hecho diversas incursiones, y ciertamente variopintas. Así, en su variante psicológica hará para Abel Ferrara Juego peligroso (1993), con Harvey Keitel, con cine dentro del cine. En su faceta erótica, muy influida por el entonces reciente éxito de Instinto básico (1992), hará El cuerpo del delito (1993), para el alemán Uli Edel, afincado en USA, con Willem Dafoe como “partenaire”, en un film que no convenció ni a tirios ni a troyanos, a pesar de que ofrecía algunas escenas de sadomasoquismo flagrante, poco habitual en cine comercial. En tono de dramedia urbana hará Algo casi perfecto (2000), a las órdenes de John Schlesinger, con Rupert Everett como coprotagonista, en un film que contribuyó no poco a la normalización de la homosexualidad en el cine comercial. Y en tono de drama de corte expresionista estará en Sombras y niebla (1991), el film con el que Woody Allen homenajeó al expresionismo, el brillante género inventado por los alemanes a partir de El gabinete del doctor Caligari (1920), aunque aquí el título al que se le rinde tributo es más bien M, el vampiro de Düsseldorf (1931).

Pero no solo de drama vive el hombre, ni Madonna: su nombre también ha estado asociado a comedias como ¿Quién es esa chica? (1987), de James Foley, que pareció querer reverdecer, sin conseguirlo, el entonces reciente éxito de Buscando a Susan desesperadamente, aunque visual y conceptualmente más bien recordaba una de las grandes pelis del género de los años setenta, ¿Qué me pasa, doctor? (1972), de Peter Bogdanovich. También Four rooms (1995), la película colectiva de varios directores, entre ellos Quentin Tarantino y su cuate Robert Rodríguez, participaba de ese tono de comedia, en este caso disparatada, ambientado en habitaciones de hotel (de ahí el título), siendo el “sketch” de Madonna el dirigido por Allison Anders, la directora que se dio a conocer con Área de servicio (1992).


Tu cara me suena...

Con cierta frecuencia, la diva de Michigan ha puesto su cara unos minutos, a veces solo unos segundos, en films a los que ha querido aportar la comercialidad de su nombre; en ocasiones ha sido porque ha formado parte de la banda sonora, como fue el caso de Muere otro día (2002), el James Bond que rodó el neozelandés Lee Tamahori. También hizo un cameo la cantante en Blue in the face (1995), la continuación de Smoke (1995) que dirigió el escritor Paul Auster en comandita con Wayne Wang. Otra aparición en plan visto y no visto tendría Madonna en Girl 6 (1996), la película de Spike Lee sobre las líneas eróticas, y, en el caso de Arthur y los Minimoys (2006), la peli de Luc Besson de animación digital, lo que puso La Reina del Pop fue la voz de uno de los personajes en la versión en inglés.


Por fin se alinearon los astros...

Si hay una película en la que se puede decir que, ciertamente, Madonna brilló como actriz, y además también como cantante, esa sería Evita (1996), la versión que Alan Parker rodó de la famosa ópera rock de Tim Rice, en la que la artista interpretó muy sentidamente a la célebre Eva Duarte de Perón, la mujer del General Perón que, en los pocos años en los que estuvo en el poder, fue un rayo de esperanza para los pobres de Argentina, los famosos Descamisados. La película cubrió razonablemente sus expectativas comerciales y fue, en general, bien acogida por la crítica, que alabó la sensibilidad de la diva y la admirable forma en la que se plegó al personaje histórico, si bien es cierto que Evita no es un biopic sino una aproximación artística al personaje histórico, una recreación sobre una de las mujeres más interesantes de la Historia del siglo XX.


Madonna, directora

La artista de Michigan hace ya varios años que no se pone delante de las cámaras, quizá harta de que los de los “premios” Razzie la frían a antiOscars... Así las cosas, desde hace relativamente pocos años (curiosamente casi los mismos en los que no interviene como actriz...) viene desarrollando una por ahora corta y episódica carrera como directora. Su primera obra como tal fue Filth and Wisdom (2008), película de modesto presupuesto de corte realista, casi costumbrista, veladamente autobiográfico, al menos en cuanto a las peripecias que les suceden a tres compañeros de piso que malviven en Londres. Su segundo film como directora sería, en un registro muy distinto, Wallis y Eduardo: El romance del siglo (2011), entonado biopic de corte clásico sobre el famoso romance del que fue rey de Inglaterra y abdicó por amor. Y su tercer trabajo detrás de las cámaras es un corto, Secret Project Revolution (2013), rodado en blanco y negro y codirigido con Steven Klein, una película mucho más personal y comprometida.

Ilustración: Una imagen de Madonna interpretando a Eva Duarte de Perón en Evita (1996), de Alan Parker.