En estos últimos meses de 2014 se cumplen cien años de la publicación de Platero y yo, el famoso libro de Juan Ramón Jiménez que tiene como personaje principal al burrito Platero, aquel que era “pequeño, peludo y suave”. Por semejante razón, en 2017 se podría celebrar el mismo centenario ya que una edición generosamente ampliada y ya definitiva salió en 1917. En efecto, aunque la obra estuviera escrita en 1914, la editorial La Lectura seleccionó para su versión sesenta y cuatro capítulos. La posterior, editada por Calleja, incorporaría los inéditos hasta conformar un total de ciento treinta y ocho.
Juan Ramón Jiménez nació en Moguer (Huelva) en 1881; fue el menor de cuatro hermanos pertenecientes a una acomodada familia dedicada a la crianza y exportación de vinos. Interrumpió sus estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla para trasladarse a Madrid donde, llamado por Villaespesa, fue muy bien acogido por Darío, Valle-Inclán y otros escritores. Pronto aparecerían sus libros, Ninfeas y Almas de violeta, brillantes cartas de presentación tanto en el ámbito académico como en el de la bohemia. La muerte de su padre causó gran impacto en un joven de temperamento nervioso y gran sensibilidad, lo que le obligó a ingresar en distintos sanatorios así como a vivir en la casa del especialista Doctor Simarro; este “maestro y amigo” le procuraría una tranquila y apacible estancia madrileña y la posibilidad de relacionarse con selectos sectores culturales, como la Institución Libre de Enseñanza, y con cualificadas personas vinculadas a la misma, entre otras, Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío.
La nostalgia de su tierra y de su gente le hizo volver a Moguer en 1905 y allí permanecería hasta 1912. La quebrantada salud del poeta corría paralela a la pérdida de bienes familiares y, en general, al deterioro económico del pueblo. El contraste entre la situación pretérita y la actual se dejará sentir en el ánimo del moguerense y, consecuentemente, en las páginas de sus composiciones; Platero y yo, escrito a partir de 1906, dispondrá de abundantes ejemplos donde el recuerdo de la infancia, vivida como paraíso, se opondrá a la realidad de un presente sentido como adusto y bañado de melancolía. Aquellos lugares “por donde la fantasía de niño brilló sonriendo” le arrancan hoy al adulto admiraciones negativas del tipo “¡Qué pobreza! (…) ¡Qué miseria!”. Tal como advierte en nota a la primera edición el poeta, “la alegría y la pena son gemelas, cual las orejas de Platero”.
Los dos tiempos, pasado y presente, en los que se balancea Platero… se estructuran en la obra respondiendo al ciclo natural de un año, de primavera a primavera, en el que la mariposa se ofrece como símbolo. Juan Ramón consigue una elegía donde se combinan los efluvios regeneracionistas con la conciencia de ser y sentirse andaluz. La obra se incardina en la denominada “primera época” del poeta que incluye Primeras prosas, Baladas para después y la ahora comentada.
Los capítulos del libro van catalogados con numeración romana (para comodidad de nuestros lectores utilizaremos numeración arábiga), seguida del título correspondiente: “Mariposas blancas”, “La novia”, “Fuego en los montes”, “Antonia”, “Susto”, etc.; su extensión va desde un único párrafo de cuatro renglones (“Los burros del arenero”) a una página completa (“El eco”). La diversidad de temas se corresponde con la vida de un joven tan solitario como sensible; a sí mismo se retrata “vestido de luto, con mi barba nazarena y mi breve sombrero negro”, a quien los chiquillos gitanos le gritan “¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!” (cap. 7), y le declara sin rodeos a Platero que desde niño tuvo “un horror instintivo al apólogo, como a la iglesia, a la guardia civil, a los toreros, al acordeón”, según escribe en “La fábula” (cap. 125).
Como puede comprobarse, este habitante y vecino de Moguer es el narrador y, al tiempo, personaje. Por ello, en la obra encontraremos el uso de la 1ª, 2ª y 3ª persona, lo que le permite establecer capítulos o apartados con declarada vocación narrativa donde las acciones y hechos conforman la argumentación, junto a otros en los que priman los aspectos y modos impresionistas no exentos de marcados elementos sentimentales. En el conjunto del libro se aprecia un riguroso control del autor a la hora de combinar adecuadamente factores propios de la acción concreta con aspectos ligados al pensamiento abstracto.
La lectura de Platero y yo puede llevar a múltiples conclusiones y a interpretaciones antagónicas. Si para el investigador Michel Predmore, esta obra de Juan Ramón es “el libro de la armonía universal centrada en Moguer”, en la que “hay elementos de una compleja alegoría cristiana”, para el profesor Jorge Urrutia lo que se palpa es “la desarmonía del mundo” por cuanto la propia naturaleza, en el amplio sentido del término, actúa numerosas veces en perjuicio de otro, ya sea animal o humano: el rayo que mata a la niña, la primavera temprana que equivoca a las golondrinas, la sanguijuela que se alimenta de la sangre del asno.
Entre los defensores a ultranza del librito está el mencionado Giner de los Ríos, entusiasta lector de la obra hasta el punto de que, según cuenta el propio Juan Ramón, disponía de numerosos ejemplares utilizados como regalo para amistades y conocidos. Por el contrario, también pueden encontrarse detractores furibundos que insultan a su autor sin el menor miramiento; así, Buñuel y Dalí, en su beligerancia contra “los putrefactos”, escribieron una carta al autor donde, entre otras lindezas, decían: “¡¡Merde!! Para su Platero y yo… el burro más odioso con que nos hemos tropezado”.
¿Cómo abordar en cine una obra de semejantes características literarias, estructurales, poéticas? ¿Cómo “traducir” la prosa poética juanramoniana a imágenes en las que se perciban las múltiples sensaciones emanadas de la literatura del andaluz? Los manidos posicionamientos sobre el modo de abordar las adaptaciones literarias se han empecinado entre mantener “la fidelidad” a la pieza original y utilizar la “subversión” a la misma. ¿Es posible ser fiel a Platero y yo? ¿Cómo se puede subvertir su esencia sin llegar a la traición? Cierto cineasta francés estimaba que la mejor versión cinematográfica de una obra literaria sería aquella que filmara, renglón a renglón, desde el principio al fin, el texto escrito. Más allá de la boutade que ello significa, parece evidente que pocos espectadores quedarían satisfechos con el resultado.
Ante la incertidumbre sobre cómo se puede “adaptar” a la pantalla este título, ya tan centenario como universal, seleccionaremos dos ejemplos, ambos españoles, uno producido por nuestro cine y otro por nuestra televisión.
Platero… película del cine español
Platero y yo, película española producida por Marte Films y dirigida por Alfredo Castellón, fue rodada en 1964, estrenada en Sevilla en 1967 (24 de mayo) y en Madrid en 1968 (24 de abril). La diferencia entre fechas advierte que llevarla a la pantalla y conseguir estrenarla no estuvo exento de dificultades; a ello puede añadirse que, en general, la escasa atención prestada por la crítica del momento corrió pareja a la ofrecida por el público; de ahí que la historiografía de hoy se resienta de una evidente ausencia sobre cuanta información se solicite sobre la misma.
¿Qué tendencias en temas y estilos se llevaban en nuestra cinematografía en los años referidos? ¿Qué películas fueron las favoritas de la crítica? Las mejores del 64 se titularon El verdugo, de Berlanga, La tía Tula, de Picazo y Llanto por un bandido, de Saura. El llamado “Nuevo cine español” estaba en plena ebullición. En el 67 se estrenaron Nueve cartas a Berta, de Patino, Amador, de Regueiro, Peppermint frappé, de Saura, y La busca, de Fons. Por el contrario, los estrenos del 68 marcaban claras tendencias industriales con abundantes coproducciones y sólo algunos autores como Julio Diamante con El arte de vivir, Pedro Olea con Días de viejo color, Miguel Picazo con Oscuros sueños de agosto, Vicente Aranda con Fata Morgana y Carlos Saura con Stress es tres tres, despuntaban de un panorama donde la mercancía, bajo la fórmula de la coproducción, abundaba. En estos años, el Ministerio de Información y Turismo publicó numerosas leyes y nuevas normas para el desarrollo de la cinematografía nacional, entre cuyos apartados figuraban los dedicados a la protección económica y a las películas de interés especial.
Hace unos años, Filmoteca de Andalucía publicó el guión y editó la película en dvd (con duración de 88 minutos), un volumen donde el director, Alfredo Castellón (un pionero de Televisión Española y diplomado por el Centro del Cine Italiano) comentaba cómo se habían sucedido los hechos relativos a la escritura del texto y a la realización de la película. Era autor del primitivo guión el norteamericano Eduardo Mann, quien, en principio, iba a dirigir la película producida por el italiano Eduardo de Santis. Éste solicitó a Castellón un informe sobre el mismo en el que, como aspecto negativo, señaló los escasos capítulos que del libro original se habían incluido.
A partir de aquí, Castellón dirigirá la película; su rodaje estará controlado por el productor español Clemente Roberto Pérez Moreno, fundador y propietario de varias empresas en los años 50 y 60 (Llama Films, Sonora Films, Marte Films) y coproductor con distintas casas italianas. La nueva legislación española, que fomentaba el “cine para niños”, acaso fue un acicate para producir esta película en la falsa creencia de que la obra de Juan Ramón, con burrito de por medio, encajaría en esta clasificación. Al decir del director, la censura ordenó cinco cortes y “no le otorgó la calificación de infantil, lo que impidió su estreno inmediato”. Con un primer montaje, se solicitó la subvención ministerial y, obtenida la misma, ya no se hizo, al parecer, el definitivo. Los créditos de la película rezan como “una producción de Marte Films: Roberto Moreno” y asigna a De Santis la “producción ejecutiva”.
Los guionistas han establecido una línea argumental (“inspirada en…”) con Juan Ramón como personaje principal y diferentes secuencias de acción que estructuran la narración mediante presentación/ nudo/ desenlace; diversos protagonistas, con sus vivencias y anecdotarios, dan cuerpo al desarrollo de la película.
Ésta comienza con la llegada de Juan Ramón (Simón Martín), en ferrocarril, a Andalucía; tras bajarse en San Juan del Puerto, se encamina a Moguer. El presente socioeconómico de la comarca supone un fuerte impacto en el hombre cuyo recuerdo de espacios y personas se remonta a su época juvenil. Y lo mismo ocurre al entrar de nuevo en su casa y ser reconocido por Macaria (María Francés), la fiel sirvienta de la casa. A partir de aquí, el escritor y poeta, al que se le llama Juan, establece las relaciones oportunas con diferentes personas de distintas profesiones, Don Carlos (Carlos Casaravilla), Blanca (Elisa Ramírez), el alcalde y la alcaldesa (Antonio Prieto y Mercedes Barranco), Darbón, el veterinario (Roberto Camardiel), Don José, el cura (José Calvo), Aguedilla (María Cuadra), junto a otros personajes de diferentes clases sociales, los gitanos, el tío de las vistas, el panadero, los campesinos, etc.
La situación personal de Jiménez le sitúa en un momento comprometido: sin familia, debe tomar decisiones sobre su patrimonio, del que deberá deshacerse. Su compromiso social a favor de los campesinos le indispondrá contra caciques y propietarios, manipuladores de situaciones sólo beneficiosas para sus turbios intereses. El toque regeneracionista del moguereño se pone de manifiesto donde la justicia social se hace precisa. Del mismo modo, su relación amistosa y afectiva con las mujeres correspondientes a las de su clase social se pone en entredicho, dada la estrechez de miras y el pensamiento pequeño burgués de las mismas.
Este Platero de la película es, en tamaño, diferente al imaginado por el escritor en su elegía andaluza. Difícilmente este “platerillo” de cine al que el poeta coge en brazos, lo lava y lo mueve como a niño, podría responder, como dice en “Libertad” (cap. 32), al ponerse caballero sobre él: “Monté en Platero, y, obligándolo con las piernas, subimos, en un agudo trote, al pinar”.
Aguedilla es personaje principalísimo en el film y conforma el triángulo afectivo formado por ella, Juan Ramón y Platero. El libro está dedicado “A la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del sol que me mandaba moras y claveles”. Los guionistas la convierten en una muchacha marginada de la sociedad, a modo del buen salvaje roussoniano, cuya amistad y afecto con Juan Ramón no llegará ni siquiera a amor romántico sino a amistad blanca y pura; pero las malas lenguas, junto a las fuerzas vivas, quieren imponer su voluntad sobre una situación cuya base es el prejuicio y la maledicencia; y Aguedilla, por consejo del cura, por imposición del alcalde, será internada en una residencia religiosa al cuidado de monjas sumisas a las autoridades. Allí, abrazada a un Platero de trapo, con su limpia memoria puesta en el amigo y benefactor, acabará, posiblemente, loca; acaso, aún le quede tiempo para vivir en la calle del sol y mandar esas moras y claveles a las que el poeta se refería en la dedicatoria inicial.
Otros personajes y escenas del libro están en función de las necesidades de un guión que, más allá de la historia principal, debe servirse de tramas secundarias y de personajes de apoyo. Don José, el cura, montado “sobre su burra lenta, como Jesús en la muerte…” (cap. 24), también puede llevarse un inesperado remojón, por lo que Macaria asegura que mañana no le dará la comunión. La referencia a los panaderos (cap. 38) que llegan trotando en sus caballos mientras pregonan su mercancía, se reduce a escena costumbrista y pícara para que un niño, desde el balcón, arroje aguas menores sobre bollos y hogazas. Un múltiple anecdotario se deja sentir entresacado de la rica prosa poética del libro.
Y cuando el espacio y el tiempo o la situación requieran otro texto aún más poético que el del mismo Platero, se tirará de poema para, mientras Jiménez se deleita con el aire y la luz de la azotea (cap. 21), la voz en off nos haga llegar éste relativo al pueblo del poeta: “Buenas tardes, Moguer mío / monte y valle, mar lejano/ vengo a sentir florecer/ un abril verde en tu campo”.
En resumen, este Platero y yo, “se inspira” en la elegía juanramoniana para, con los múltiples elementos de su prosa poética, construir una historia relativa a esta etapa de la vida del poeta que aporta singulares perfiles de su personalidad y múltiples inquietudes de su conciencia.
Próximo artículo: PLATERO en cine y JUAN RAMÓN en televisión (II)
Pie de foto: La actriz María Cuadra en la película Platero y yo, en una foto fija original de José Luis Alcaine, que ilustró la portada de la revista Nuestro Cine (Septiembre 1964).