El sábado 6 de marzo se ha celebrado en Málaga, en el Teatro del Soho Caixabank, la gala de entrega de los Premios Goya 2021, organizados por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España. Este año, conforme a esta pandemia maldita que no termina de irse, el acto ha tenido unas características muy distintas a las habituales, en una ceremonia en buena parte telemática en la que los nominados (y, por ende, también los finalmente premiados) asistieron desde sus casas (o en hoteles reservados “ad hoc”), mientras que sobre el escenario solo estuvieron los presentadores de la gala (unos sobrios Antonio Banderas y María Casado), las personalidades del mundo del cine que anunciaron los premios, y las artistas actuantes (solo cantaron mujeres).
Con buen criterio, no fue una gala pródiga en chistes ni gags humorísticos; de hecho, no recordamos ninguno, y nos parece bien, porque las circunstancias no eran precisamente las adecuadas para ese tipo de guion plagado de bromas, tan habituales otros años, y también, a qué negarlo, generalmente tan pesadas y faltas de gracia... Aunque habrá quien diga que Banderas estuvo un tanto pesado en sus digresiones, no somos de esa opinión: aunque en una gala de estas características parece que ponerse serio no procede, este año sí que procedía, y además hacer un discurso de más calado que el habitual, con reflexiones que, desde luego, no tendrían cabida en la barra del bar, lugar donde parece que se suelen escribir los guiones de estos eventos, firmemente apoyado el codo mientras con la otra mano se sostiene la birra. El mensaje, doliente por el sufrimiento general padecido, por los fallecidos en la pandemia, por sus familiares y afectos, por los sanitarios que se batieron y se baten el cobre en primera línea, fue también esperanzadamente reivindicativo sobre la función social de la cultura, y sobre cómo en estos tiempos del coronavirus, el cine en general, y el español en particular, han formado parte del necesario lenitivo para poder tirar para adelante, cuando salir de casa, moverse, viajar, se hace imposible.
Por lo demás, en cuanto a los premios de esta edición, lo cierto es que no ha habido un ganador claro, como sí ha sucedido otras noches. Se podría convenir que ese privilegiado puesto en el podio lo ha conseguido Las niñas, la estupenda ópera prima de la aragonesa Pilar Palomero, una crónica en clave criptoautobiográfica, ambientada en los primeros años noventa del siglo pasado, el doloroso trance del paso de la niñez a la adolescencia de la hija de una madre soltera en un contexto en el que esa circunstancia era, todavía, un baldón. La película de Palomero ha conseguido cuatro Goyas, por los conceptos de Película (lo que le confiere, de facto, el papel de ganadora moral de la gala), Dirección Novel, Dirección de Fotografía (que, por primera vez, recaía en una mujer: ya le vale a la Academia, ha tardado “solo” 35 años en hacerlo...) y Guion Original, todos ellos cabezones de primera línea.
La cinta vasca Akelarre, dirigida por el franco-argentino Pablo Agüero, sin embargo, podría aducir, con razón, que si es por número de Goyas, ellos han ganado, porque han conseguido cinco premios en total, por los conceptos de Maquillaje y Peluquería, Efectos Especiales, Música Original, Dirección Artística y Diseño de Vestuario. Cierto, si no fuera porque todos esos premios son los que se suelen considerar “de segunda clase” o “de pedrea”.
También podría el drama migratorio Adú, dirigido por Salvador Calvo, reclamar su primacía en este competido podio, al haber alcanzado cuatro estatuillas, como la propia Las niñas, en este caso por los conceptos de Dirección (premio “de primera” que serviría para reivindicar el ser el “primus inter pares”), Sonido, Dirección de Producción y Actor Revelación (para el jovencísimo Adam Nourou, primer actor de raza negra en conseguir un Goya). Por cierto que la intervención de Calvo durante el transcurso de la previa a la gala, en una peculiar alfombra roja en la que no estuvo al desfilar por ella solo los presentadores de los premios y las artistas que cantaron, supuso una de esas imágenes que probablemente quedarán en el recuerdo: perfectamente ataviados con sus “smokings” en el salón de su casa, Calvo y su marido aparecieron junto a su hija de corta edad, presentando para toda España otra forma de familia que, ciertamente, es conocida pero generalmente poco visibilizada.
Ane, otra cinta vasca (el cine euskaldun, como siempre, en primera línea del cine español desde hace ya varios años, como el andaluz, aunque este año apenas nos ha tocado...), con dirección de David Pérez Sañudo, un duro drama intergeneracional, obtuvo también tres Goyas, en este caso los relativos a Actriz Protagonista (Patricia López Arnáiz), Actriz Revelación (Jone Laspiur) y Guion Adaptado. Por su parte, la nueva peli de Icíar Bollaín, La boda de Rosa, percutante reivindicación de las “cuidadoras familiares”, logró dos cabezones, los correspondientes a Actriz de Reparto (Nathalie Poza, su segundo Goya tras No sé decir adiós) y Canción Original (para Rozalén). El combativo documental El año del descubrimiento, de Luis López Carrasco, que presenta en pantalla los graves conflictos laborales acontecidos en la Región de Murcia en 1992, consiguió también dos premios, los relativos a Documental y Montaje.
Sentimental, la comedia agridulce de Cesc Gay, se tuvo que conformar con un solo Goya, el correspondiente a Mejor Actor de Reparto, para Alberto Sanjuán, el segundo galardón de este tras el que consiguió por Bajo las estrellas en 2007. También consiguió un solitario premio el trepidante thriller No matarás, de David Victori, en este caso para Mario Casas como Mejor Actor, galardón que nos parece justo por el denodado esfuerzo de este guapo de libro por convertirse en intérprete y dejar de ser ídolo de “teenagers”.
Así que, en general, se puede considerar que este año el cine español no ha querido señalar a ninguno de sus títulos como ganador indubitable. Casi mejor así: aunque tenemos para nosotros que Las niñas era, de largo, la mejor película del año en España, en este tiempo aciago mejor que no haya vencedores ni vencidos, que todos puedan darse por satisfechos y que, juntos (a ver si puede ser de una vez por todas) consigamos salir del túnel.
Ilustración: Natalia de Molina y Andrea Fandos, en una imagen de Las niñas, ganadora de cuatro Goyas.