Enrique Colmena

Ayer sábado día 11 de noviembre se clausuró la decimocuarta edición del Sevilla Festival de Cine Europeo (SEFF, por sus siglas en inglés), relativa al año 2017. Se cerró con la entrega de los premios otorgados por el Jurado Oficial y otros jurados, así como del Premio Ciudad de Sevilla a la actriz escandinava Trine Dyrholm. Se acaba así una nueva edición de un certamen que, a qué dudarlo, forma parte ya de manera permanente de la vida cultural de la ciudad.

Es cierto, como han apuntado algunos colegas de la crítica, que el Festival tiene carencias evidentes: una de ellas, quizá la que más, es la ausencia de figuras relevantes que permitan que el evento tenga una repercusión adecuada en los media, tanto nacionales como internacionales. Es cierto, desde luego, aunque también lo es que, teniendo en cuenta la especialización del Festival, el cine europeo, no tendría sentido traer estrellas americanas, que son las que más lustre publicitario pueden aportar, pero que nada tienen que ver con esa tematización, y que además costaría un dinero que, ciertamente, es mucho mejor se utilice para cosas más prácticas que fomentar el fenómeno fan. No obstante, sí parece claro que el certamen debería afinar mejor la puntería a la hora de seleccionar homenajeados: si bien el Giraldillo de Honor para los Taviani (solo vino a recogerlo Paolo, Vittorio no está ya para muchos trotes…) nos parece justísimo y apropiado, parece excesivo el citado Premio Ciudad de Sevilla para Trine Dyrholm; si bien es una actriz que tiene una filmografía apreciable (entre otras películas, ha estado con papeles centrales en las conocidas y reconocidas Celebración, En un mundo mejor, Un asunto real y El padre), no parece que sus méritos sean tantos como para conseguir un galardón honorífico de ese calibre.

Pero, al margen de errores como ese, en el SEFF me quedo con la botella medio llena: creo que es estimulante que, durante nueve días, la ciudad se vea inmersa en un frenesí cinéfilo, que las salas se llenen de gente de varia laya, jóvenes, maduros, viejos, que exista este interés en absoluto impostado por otro cine, muchas veces un cine invisible que sería imposible de otra forma verlo en la ciudad. La organización ha sido correcta, la programación se ha respetado razonablemente bien, y la sensación general es la de que el certamen forma parte ya, de manera intrínseca, de la vida cultural, artística e intelectual de una ciudad que, ciertamente, no está sobrada de este tipo de eventos.

En cuanto al palmarés del Festival, y por lo que se refiere al Jurado Oficial, que es el que dirime los premios en la Sección Oficial del certamen, lo cierto es que este año (sin que sirva de precedente…) estamos bastante de acuerdo con los galardones, aunque haya algunos que nos han parecido manifiestamente mejorables. Pero en su conjunto se puede decir que este año el fallo no ha fallado demasiado (este idioma español nuestro, que nos permite estos juegos de palabras…). El Giraldillo de Oro, máximo galardón del SEFF, ha sido para A fábrica de nada, la irregular pero tan estimulante película del portugués Pedro Pinho, un militante drama de izquierdas que se viste con ropajes de docudrama, ensayo y musical (sí, parece una mezcla indigesta, pero no lo es) y que ha gustado mucho, a pesar de sus evidentes desequilibrios. El Gran Premio del Jurado para la alemana Western, de Valeska Grisebach, un acercamiento, con metafóricas claves del género que da título al film, a la realidad europea interterritorial, se nos antoja muy justo. También ha sido un acierto la Mención Especial del Jurado para la hispano-argentina (además de otras nacionalidades…) Zama, de Lucrecia Martel, que combina admirablemente cine de época con un concepto modernísimo de narración e introspección cinematográfica, en una obra de rara capacidad hipnótica.

El Premio a la Mejor Dirección para la francesa Barbara, arriesgadísimo y nada convencional biopic sobre la famosa cantante gala, se nos antoja también muy razonable; el film de Mathieu Amalric es una de las películas importantes, osada en fondo y forma, y no podía irse sin un reconocimiento expreso. El Premio al Mejor Guion para Une vie violent, del francés Thierry de Peretti, tampoco parece erróneo, aunque es cierto que ha habido otros films con guiones tan buenos e incluso mejores.

Otra cosa son los premios de interpretación, donde parece que el Jurado sí que ha fallado (en su acepción de equivocarse) estrepitosamente: todavía podríamos dar por bueno, con reticencias, el Premio a la Mejor Actriz para la italiana Selene Caramazza, por su personaje de meapilas enamorada de un chico de pasado y presente pavoroso en Corazón puro, de Roberto de Paolis, pero ello ha supuesto dejar sin galardón el inmenso trabajo actoral de Jeanne Balibar en Barbara; se argumentará, claro, que el film de Amalric ya había sido reconocido por el Jurado con el Premio a la Mejor Dirección, pero es tan evidente la diferencia entre los trabajos de Balibar y Caramazza, que clama al cielo. Tampoco hubiera sido ningún disparate que la premiada fuera Juliette Binoche, por una vez con un papel en el que a ratos sonríe (aunque también sufra lo suyo, que es lo habitual en ella, poverella…) en Un sol interior, de Claire Denis.

Pero en el Premio al Mejor Actor el fallo es mucho peor, porque el galardonado, el adolescente Pio Amato, no es actor y se autointerpreta en A ciambra, de Jonas Carpignano; con independencia de que estaría muy bien que el chico pudiera salir de su vida actual (en un gueto gitano en la Calabria, con un futuro obviamente espantoso), lo cierto es que dejar sin ese galardón el exquisito trabajo de Daniel Giménez Cacho en Zama parece una injusticia total; también aquí se dirá que el film de Martel ya había obtenido otro (e importante) reconocimiento por parte del Jurado, pero las injusticias son las injusticias, y tampoco hubiera pasado nada por dar dos galardones a una misma película.


El Premio a la Mejor Fotografía a la danesa Winter brothers no nos parece mal. El notable trabajo de Maria von Hausswolff como directora de fotografía, sacando oro de las imágenes de las minas escandinavas donde está rodada parcialmente la película, merece ciertamente el reconocimiento que, sin embargo, no se puede adjudicar al film en su conjunto.


Es una lástima, sin embargo, que algunos films estimables de la Sección Oficial se hayan ido de vacío. Me estoy refiriendo a la valiosa Tierra firme, del español Carlos Marqués-Marcet, una mirada fresca, moderna y emotiva a las nuevas formas de familia, que sin embargo, en cuanto a sentimientos, son tan clásicas, tan de siempre; afortunadamente, el Premio ASECAN a este film al menos le permite no irse con las manos vacías, cuando no hubiera sido justo. Como tampoco lo es que se haya quedado sin nada la irregular, arriesgadísima pero tan estimulante El taller de escritura, de Laurent Cantet, También la muy clásica, pero también muy interesante Les gardiennes, de Xavier Beauvois, hubiera merecido algún tipo de reconocimiento por parte del Jurado. Por otro lado, afortunadamente el Festival no ha premiado algunas de las “castañas” de la Sección Oficial, supuestas moderneces que sucumben en su propia inanidad: El mar nos mira de lejos, Little Crusader, Penèlope, Ramiro.


Así es, si así os parece, un a modo de síntesis o resumen de lo que hemos visto y apreciado en el SEFF’2017. El año que viene sería estupendo que se pudieran corregir algunos de los errores que aquí se han citado, o que han comentado otros colegas. En ese caso, y dado que será la edición decimoquinta, podríamos decir, sin faltar a la verdad, que estaríamos, quinielísticamente hablando, ante un “pleno al 15”…

Ilustración: Los actores no profesionales de A fábrica de nada, Giraldillo de Oro del SEFF'2017, en una imagen de la secuencia musical del film.