Enrique Colmena

Ha terminado la decimoquinta edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, una edición marcada precisamente por esos 15 años que ya cumple el SEFF, quizá la mejor noticia de todas: contra la inveterada y archicomprobada capacidad sevillana para el cainismo, que nos hizo “cargarnos” el Festival Internacional de Cine de Sevilla que se llevaba a cabo en los años ochenta, y que nos duró solo cuatro ediciones, el SEFF se ha afianzado y, con sus defectos, que los tiene, pero también sus virtudes, es ya una cita cultural ineludible en el otoño de la ciudad.

Ciertamente el problema mayor que, a nuestro juicio, arrastra el certamen sevillano sea el de su poca repercusión en los medios nacionales e internacionales (no hablamos, por supuesto, de los especializados en cine, en los que este tipo de eventos siempre tiene relevancia). Ello viene dado, como ya hemos comentado en otras ocasiones, por la apuesta del SEFF por un festival que no prima la presencia de nombres populares que facilite su presencia en los telediarios, lo que hace que estos sencillamente lo ignoren. Quizá tampoco sea fundamental esa presencia en medios generalistas, siempre que las cosas en el festival se hagan bien y se consigan los resultados que se esperaban.

Este año, como en otros anteriores, los homenajeados han sido justos pero escasamente conocidos; el que más, el sueco Roy Andersson, mayormente por el León de Oro conseguido en Venecia por su Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia (2014); sin embargo, las otras homenajeadas, la alemana Ula Stöckl y la húngara Ildikó Enyedi, son desconocidas incluso para los cinéfilos. Bien está descubrirlas, pero quizá excesivo dedicarles un tributo de este nivel.

La organización ha funcionado bien, sin fallos llamativos. En cuanto al público, a falta de cifras oficiales, la impresión, o al menos así nos lo parece, es que este año ha habido menos asistencia que otros. No hemos visto, como en otros años, al menos en las películas a las que hemos asistido, llenos a rebosar que incluso hayan obligado a algunos espectadores a ver los films sentados en las escaleras. Con todo, es evidente que el certamen tiene ya un tirón entre los espectadores sevillanos con inquietudes culturales que difícilmente va a perder, a poco que las cosas se sigan haciendo correctamente.

En cuanto al palmarés del certamen, el Giraldillo de Oro ha sido para Donbass, la película del bielorruso Sergei Loznitsa, sobre Ucrania, la guerra, la paz y la posverdad. El Gran Premio del Jurado ha sido para Ray & Liz, la ópera prima del fotógrafo Richard Billingham, autorretrato de su infancia en una familia desestructurada, que, si vale la ironía, confirma la existencia del ángel de la guarda: de otra forma, no se entiende cómo llegó a la edad adulta aquel niño, y cómo, además, se convirtió en un artista reputado. Quizá excesivo el premio en nuestra opinión, aunque hay que reconocerle el valor de la denuncia social contra los horrores del ultraliberalismo económico que propició Thatcher en el Reino Unido, doctrina que, a lo que se ve, no está muerta sino vivita y coleando...

El Premio del Jurado a la Mejor Dirección ha sido para la francesa Yolande Zauberman por su film M, que nos parece correcto, aunque curiosamente la cineasta gala ha optado por un formato de corte cuasi amateur, evidentemente buscado, muy estudiado, que conviene al contenido de su película, lacerante denuncia de la pederastia generalizada en el seno del judaísmo ultraortodoxo. El Premio al Mejor Guion ha sido para Ruben Brandt, collector, la estupenda cinta de animación del esloveno-húngaro Milorad Krstic, una cuidadísima amalgama entre arte y cine de acción, trufada de referencias de todo tipo: cinematográficas, pictóricas, escultóricas, literarias... una gozada que quizá debió llevarse un premio más importante. Quizá como compensación, se ha llevado también el Premio ASECAN y el Premio de la CICAE.

El galardón a la Mejor Actriz fue para la intérprete amateur Anwulika Alphonsus, protagonista de la devastadora Joy; celebramos el premio por lo que supone de reconocer los méritos de una película pequeña pero necesaria, aunque quizá ello opacara trabajos más serios, a fuer de profesionales, de una Juliette Binoche en Non-Fiction, o de una Laura Benson absolutamente entregada en Touch me not; por cierto que ha sido llamativo que este último film, una de las propuestas más arriesgadas que se ha podido ver en la Sección Oficial, se haya ido de vacío, cuando es evidente su interés y su osadía. Quizá el hecho de que ya consiguiera el Oso de Oro en la Berlinale le haya restado posibilidades, aunque entonces, ¿por qué se aceptó que viniera a competir? Podría haber venido “fuera de concurso”, o haber recalado en Las Nuevas Olas.

En cuanto al Premio al Mejor Actor, ha sido compartido por Vincent Lacoste y Pierre Deladonchamps, protagonistas de Vivir deprisa, amar despacio, la estimulante película de Christophe Honoré, un drama romántico en los aciagos años de plomo del sida que podría haber conseguido perfectamente otro premio de más enjundia. Vincent y Pierre están muy bien, en especial el primero; eso sí, el Jurado se ha dejado en el tintero la eximia interpretación de Denys Podalydès, cuyo personaje más secundario quizá le haya restado opciones a compartir el galardón con sus colegas. Tal vez el único actor que hubiera podido rivalizar para llevarse el premio hubiera sido el griego Yannis Drakopoulos por su intenso personaje de Pity.

El Premio a la Mejor Fotografía para La ciudad oculta se nos antoja el único posible para este documental que, por lo demás, es una muestra de cine estetizante y vacío de contenido.

Aparte de no premiar a Touch me not, también nos parece injusto que se haya ido de vacío What you gonna do when the world’s on fire?; si bien es cierto que un film como este, de temática inequívocamente norteamericana (aunque se trate de una coproducción de Estados Unidos con Francia e Italia), puede ser discutible que esté en un certamen dedicado al cine europeo, lo cierto es que, una vez aceptado en la Sección Oficial, podría haber optado perfectamente a algún premio, porque tiene méritos para ello.

En definitiva, el SEFF ha cumplido 15 años, y esa es la mejor de las noticias: cuando llegue a los 18 será el momento de su (metafórica) mayoría de edad; por ahora mantiene las rebeldías de la adolescencia, esa enfermedad que, en palabras de Borges, es la única que se cura con el paso de los años...

Ilustración: Una imagen de Donbass, ganadora del Giraldillo de Oro en el SEFF'2018.