Enrique Colmena

A buen seguro que al cinéfilo no se le ha escapado esa manía que se viene observando desde hace algún tiempo en los “trailers” de las películas, sobre todo de las norteamericanas, en los que, a poco que te descuides, te cuentan el filme enterito, salvo, si acaso, el final. Hace unos días tuve la ocasión de presenciar uno de esos “trailers” que te lo cuentan todo, un caso paradigmático de lo que decimos; se trataba de “Al límite de la verdad”, título que llevará en España el filme de intriga de Roger Michell (sí, sí, el de “Notting Hill”, vaya cambio de género) “Changing Lanes”.
Lo que sigue a continuación está extraído exclusivamente de lo visto en ese “trailer”, sin tener en cuenta ninguna otra fuente de información: Ben Affleck es un joven y ambicioso abogado (perdón por la redundancia...) que tiene que llevar determinado documento hasta el juez; Samuel L. Jackson es un hombre atribulado que tiene que conseguir un crédito a toda costa y está citado para ello. Los caminos de ambos se cruzan, tienen un accidente de tráfico sin mayores consecuencias pero que les retrasa para llegar a sus respectivos destinos; Affleck, que es el responsable del accidente, se va de la escena del suceso para entregar el documento de marras, pero se lo deja donde está el otro. Cuando llega ante el juez (la juez, más bien), se le concede un día para recuperarlo, o irá a la cárcel. Jackson, por su parte, llega tarde y pierde el crédito y con ello la ruina para su familia. Affleck se pone en contacto con él, ofreciéndole una gran cantidad de dinero por el documento en cuestión; Jackson se niega porque está hundido y el otro es el responsable de su desgracia. Affleck utiliza a un amigo experto en informática para dejar en bancarrota al negro, y éste, cuando va al banco a intentar remediar su situación, se da cuenta de que es una artimaña del otro, así que le llama para decirle que va a destruir el documento.
Sigue el “trailer” contándonos que, llegados a este punto, con uno en un tris de ir a la cárcel y el otro arruinado y con una grave ruptura familiar, terminarán enfrentándose físicamente por puro odio, por resentimiento.
O sea, que sólo nos queda saber en qué queda la pugna física entre ambos: ¿se matarán uno al otro? ¿Se darán una paliza? Esas son las únicas incógnitas que quedan por desvelar tras contemplar los tres minutos largos de “trailer” que son, en realidad, un concentrado de película, un resumen del filme. Es como si, cuando uno va a leer una novela, le echara primero un vistazo a la historia que se nos cuenta en la solapa y después nos fuéramos directamente al final, para saber cómo termina: ea, ya está leída la novela. Pues con esta “Al límite de la verdad” pasará igual: cuando vayamos a verla ya sabremos aproximadamente el ochenta por ciento de lo que va a ocurrir, y nos quedará, como mucho, el desenlace final. Estamos ante la muerte de los tres hitos clásicos del teatro (adaptados enseguida por el cine), planteamiento, nudo y desenlace. Con estos “trailers” tan explícitos, el planteamiento y el nudo ya están servidos en pastillitas, y el desenlace es un mero trámite. No estaría mal, entonces, que cuando estrenen la película, en vez de proyectarla entera, se limiten a exhibir de nuevo el “trailer” y después los diez o quince minutos finales, y así ahorraremos tiempo...
Pero no se crea que esto es una cuestión exclusivamente de la película de Roger Michell; en el cine norteamericano ya es el pan nuestro de cada día. No hay “trailer” que no te cuente prácticamente la historia entera, cuando lo que tendría que hacer ese avance del filme sería, como ha sido siempre, despertar el interés por ver la película, sugerir antes que mostrar, incitar, estimular, espolear la curiosidad del público para que, cuando se estrene, se gaste los cuartos en ver aquello que promete; que promete, no que lo da casi todo en un concentrado que parece inventado por el mismo autor de aquellos viejos anuncios de la televisión de los años sesenta, de aquel potingue a base de carne de vacuno que terminaba gritando “concentrado estooooy...”.