Rafael Utrera Macías

En este año de 2015 se cumple un siglo de la aparición de la crítica cinematográfica en España firmada por escritores e intelectuales que entendieron las proyecciones de la “fotografía en movimiento” como asunto “digno de las musas” y, por ello, quisieron enjuiciarlo de modo semejante a como se hacía con obras literarias, pictóricas o musicales.

Al margen de opiniones ocasionales, como pudieron ser las de Eduardo Gómez de Vaquero (“Andrenio”), la sección propia, “El cinematógrafo”, y el periodista especializado, “El espectador”, aparecieron en la revista semanal “España”, dirigida por D. José Ortega y Gasset, en enero de 1915. Bajo tal pseudónimo se ocultaba la firma de Federico de Onís, un salmantino de nacimiento, intelectual de brillante carrera, catedrático de universidad y entusiasta hispanista en tierras americanas.

Lamentablemente, esta específica tarea de Onís tuvo corto recorrido ya que sus reflexiones sobre tan popular espectáculo sólo llegaron a alcanzar un puñado de colaboraciones: ello no ha impedido que, a día de hoy, tengan la consideración simbólica de punto de partida de la crítica cinematográfica intelectual en nuestro país.

Tras unos meses sin publicarse la sección en la mencionada revista, volvió a aparecer, en octubre de 1915, con el título de “Frente a la pantalla” y la firma, ahora, de “Fósforo”. Este nuevo pseudónimo encubría los nombres de Martín Luis Guzmán y Alfonso Reyes, ambos mexicanos, nacidos en Chihuahua y Monterrey respectivamente, quienes habiendo coincidido en ámbitos universitarios y tras diversa vinculación con la revolución de su país, se encontraron en España donde, además de otras actividades periodísticas, miraron conjuntamente el “lienzo de plata” madrileño para enjuiciar sus proyecciones.

La partida de Guzmán hacia Estados Unidos, dejaría a Reyes como comentarista único aunque, desde entonces, “Fósforo” trasladaría esta firma a otras cabeceras como el periódico “El Imparcial” (en 1916) o la “Revista General” (en 1918) de la casa Calleja. Obviamente, los lectores contemporáneos a estos pioneros ignoraban las identidades de “El espectador” y de “Fósforo” así como la duplicidad de personas en relación a este último pseudónimo. En ediciones posteriores de sus obras, ambos críticos recogieron sus hispanas colaboraciones lo que ha permitido a la historiografía posterior contextualizarla en el conjunto de sus publicaciones o en relación a sus gustos y estilos.

Revista “España”
"El Espectador”: Federico de Onís

Los títulos de sus colaboraciones, publicados entre el 29 de enero y el 29 de febrero de 1915, fueron: “Asta Nielsen”, “Un poco de atención”, “La sustantividad del cine”, “El primer balbuceo”, “Interpretación económica”, “Hace falta un genio”, “El cine y la literatura”, “El cine y la pedagogía” y “Dos modos de ver la vida”.

Cada uno contiene dos o tres motivos que suscitan los comentarios de un espectador más esperanzado en el futuro del cine que en su presente. Así, en el entusiasta retrato de la actriz Asta Nielsen, asegura que se siente el gesto inicial del devenir cinematográfico; por el contrario, en los restantes apartados, defiende la necesidad de encararse al hecho fílmico por ser éste un nuevo instrumento de la humanidad caracterizador de la vida moderna.

En otros comentarios mantiene Onís la teoría de que el cine debe seguir un camino propio y, por tanto, desvincularse de cuantas ciencias o artes le desvíen de sus fines. La fotografía de la realidad en movimiento y el fingimiento de formas irreales constituyen los primeros balbuceos del cinema; posteriormente, cambiará su rumbo ante la necesidad de constituirse en negocio y acabar pronto vinculándose a la literatura, lo que suscitará en el ingenuo espectador la creencia de que, en el cinematógrafo, puede “leerse” una novela en diez minutos.

El maridaje entre el joven cine y la vieja literatura acaba en abrazo donde uno y otro satisfacen la vanidad con éxitos populares y la ambición con éxitos económicos. Hace falta genio para que el cine se baste a sí mismo; por ello, acusa a quienes lo manipulan en su beneficio: pedagogos y políticos, comerciantes y propagandistas.


"Fósforo”: Martín Luis Guzmán

La colaboración de Guzmán en el semanario de Ortega se compone de ocho comentarios en los que predomina la información al ensayo. En la obligada relación cine / literatura, estableció la distinción entre “adaptación” y “creación” y ejemplificó con dos títulos: La Gitanilla y La dama de las camelias. Escribió en contra de la primera por su pobreza de ambientación y aceptó la segunda alabando puesta en escena y fotografía; en lo relativo a interpretación, acusó a la actriz Francesca Bertini de falta de elegancia, finura y delicadeza como debe corresponder al personaje de Margarita Gautier.

De otra parte, admitida la universalidad de la imagen cinematográfica, entiende que ésta no debe ser óbice para que cada país y cada productora se orienten por especialidades y estilos propios: asuntos humorísticos en la cinematografía yanqui, escenografía grandiosa en la italiana, sobriedad argumental en la francesa, escenarios naturales en la danesa.

Respecto a los géneros populares, folletín y cinematógrafo quedan emparentados porque en ambos se da la “estética inherente a la acción”, elemento en que descansa la obra de arte al remedar el vivir humano; tal hermandad hace sonreír a los doctos porque, según ellos, la bella arte y el espectáculo vulgar no tienen cabida en el mismo espacio. Al establecer la comparación entre cine y danza, se permite emparentarlos porque uno y otro "rescatan al movimiento de su estado secundario para convertirlo en expresión”. A su vez, cuando reseña el uso del color en el cine recrimina a sus inventores porque sólo color quieren mostrar, posponiendo actividad y asunto, al igual que, en los primeros tiempos, los cineastas sólo movimiento ofrecían.

No faltará comentario laudatorio a Chaplin (como también lo hará Reyes) señalando ya que no es sólo un buen actor sino un “tipo”, inventor de rostro, mecánica y ética nuevas, además de haber creado un personaje, Charlot, “héroe de una risueña epopeya occidental”.


"Fósforo”: Alfonso Reyes

"Fósforo" consideró indispensable que el arte cinematográfico estuviera vigilado de cerca por la crítica, "nueva literatura”, puesto que el cine genera comercio y, ante ello, el público debe ser advertido y hasta defendido. Asegura estar ensayando “una nueva interpretación del cine" y, consecuentemente, admite la incomprensión de su tarea en el presente, si bien no descarta el entendimiento de sus propósitos en un futuro cercano.

La ilusión que "Fósforo" depositó en el cine tiene como base, frente a otras artes, el haber creado una nueva mecánica, ética y estética del ademán y el gesto. Entendió el cine como arte mixto, mezcla de tiempo y espacio, diferenciándolo del teatro en ser "arte en silencio" e igualándolo a la pintura por carecer de tercera dimensión. “Fósforo" se situó ante la pantalla como un espectador lúcido, culto e inteligente, como ese buen espectador de cine que, según él, pide silencio, aislamiento y oscuridad: “está trabajando, está colaborando en el acto, como el coro de la tragedia griega”.

La película artística debe estar apoyada en tres elementos fundamentales: buen fotógrafo, gran actor y excelente literatura. A primera vista, pues, la única diferencia con el teatro radica en la fotografía, aunque "Fósforo" admite que "sin literatura o con muy poca literatura, puede darse una buena cinta". Por ello, se detiene especialmente en aquellas obras que han dado buenos resultados cinematográficos procediendo de autores y obras de interés, o, simplemente, en las que se detecte una influencia: El cofre negro recuerda asuntos de Poe e influencias de Wells, El féretro de cristal recuerda a Stevenson porque los "toques trágicos no son, como en Poe, sonoros: son mudos".

Sin embargo, La gitanilla, adaptación de la obra cervantina, constituye un fracaso porque "no de otra manera pretende el loco dibujar un silbido". Algo semejante ocurre con la filmación de Corazón, de Edmundo d´Amicis, sencillamente porque "el letrero es enemigo del cine" y, en consecuencia, De los Apeninos a los Andes no es otra cosa que "un cuento proyectado". El contraste entre el título mencionado, El féretro de cristal y El millón o El prisionero de Zenda le hace distinguir entre dos tipos de cinema habituales en su tiempo: aquel que utiliza "el desenvolvimiento gradual y pausado de una acción relativamente sobria" y aquel otro apoyado en "el desarrollo rápido de un argumento rico en episodios e incidencias de todo género”; por ello, en un caso, el personaje “más que ejecutar un acto, casi lo anuncia", y en el segundo “se crean los moldes puros del movimiento, o, por lo menos, el cine nos enseña a percibirlos".

La película es considerada un producto industrial cuyas cualidades y calidades artísticas vienen definidas por la casa, entonces llamada editora, la cual diseña igualmente las características genéricas; en este sentido alude a la actividad de Tanhauser, Heuze et Diamant-Berger, Transatlantic, Patria Film, etc. La figura del director escapa a su consideración.

El método crítico usado por Reyes utiliza frecuentemente alusiones a la mitología, a las diferencias entre diversos géneros, a las variantes entre héroes literarios y cinematográficos, básicamente a la comparación del “séptimo arte” con las demás. Su discurrir y meditar queda plasmado en estos ensayos a propósito de los estrenos madrileños ya citados o a otros como Maciste, La moneda rota, La pantera, Cristóbal Colón, El misterio de Zudora, etc. Su misión no es sólo dar cuenta artística del film sino comentar el estado de las salas, la calidad de las proyecciones, la actitud mantenida por el público; recrimina a quien lo merece y previene contra los abusos, siempre en beneficio de su lector.

Periódico “El Imparcial”
“Fósforo”: Alfonso Reyes

Las diferencias y semejanzas entre cine y teatro, la superioridad de uno sobre otro son temas planteados desde los mismos comienzos del cine: con la llegada del sonido, se convertirán en extremadamente polémicos; "Fósforo” defendió enérgicamente la independencia del cine respecto del teatro y se ocupó de analizar aquellos factores que le pertenecían en exclusiva así como la índole de sus fenómenos: “...en el cine, simbolización luminosa del movimiento, hay siempre una especie de placer fisiológico que toca al psicólogo explicar; aquella lejanía, aquella ritualidad que el griego buscaba para su arte, mediante el uso del coturno que agiganta y de la máscara que deshumaniza, se realizan, pues, mucho mejor en el cine que en el teatro moderno".

La amenaza del nuevo “invento" sobre el viejo “arte" no es infundada puesto que con los avances, internos y no sólo técnicos, el cine hace retroceder al teatro precisamente en su terreno, el de la creación de caracteres y el del análisis psicológico: “La fotografía cinematográfica... ahorra una cantidad de explicaciones que la mímica teatral necesita como suplemento". En este aspecto, "Fósforo" es, igualmente, un adelantado capaz de ver cuánto se podía lograr con la interrelación de ambos antes que empecinarse en la inevitable servidumbre de uno respecto a otro. El trasvase de actores que pasaban del teatro al cine no siempre le satisface; su ideal de “artista de cine” sería el resultado de combinar el cuerpo elástico de un virtuoso circense a la cabeza conformada de un gran actor teatral.

"Fósforo"/Alfonso Reyes descubrió muchos factores intrínsecos del cinematógrafo a la vez que de sus eximios intérpretes. "Cada film de Charlot es como una nueva serie del mismo drama inacabable"; aquí el crítico anticipa el paralelismo entre cine y cómic, “pariente de esos otros personajes, también heroicos, que viven en las ediciones dominicales de los periódicos yanquis”. Pero Charlot es un mito, uno de los primeros mitos fabricados por el cine que, en consecuencia, rebasan el campo de lo cinematográfico; Reyes supo verlo anticipadamente: "Charlot saldría a la vida trocado en nuevo tipo cómico tan consistente como Pierrot"; "su recuerdo se asocia al de dos o tres gestos fundamentales: un saludo, un golpe y un salto"; el mito se ha convertido en emblema de la sensibilidad popular de nuestro tiempo porque la figurilla del hombre con sombrero hongo y bastón flexible ha adquirido la popularidad suficiente como para encontrar dobles en el carnaval, los toros y el circo.

La experiencia de "Fósforo" como espectador le hace conocer y distinguir aquellas características distintivas del cine de cada nación que, a su vez, combinan con cada una de las tendencias genéricas ofrecidas por las casas editoras-productoras; así por ejemplo, para el crítico, el cine italiano, "tan cursi y tan sentimental, es lento porque posee virtud dormitiva, porque padece delectación morosa ante la curva del brazo de la Bertini”. Muchas secuencias de sus películas podrían seguirse con los ojos cerrados porque este cine está lleno de tiempos muertos. Ello no impide que su influencia se deje sentir en la cinematografía española: la producción catalana copia sus modelos sentimentales.

Del mismo modo que la cinematografía madrileña se fija preferentemente en la norteamericana de asunto cómico. Sus calidades técnicas le permiten manipular el tiempo cinematográfico en beneficio de la narración y sacar partido a la capacidad de sus actores "educados en la grotesca novedad de la mueca"; esta cinematografía es para el crítico no sólo la representante de la aventura folletinesca y del exceso de movimientos sino la que “está más cerca de los orígenes, más cerca de la etimología del cine".

Los convencionalismos de probada eficacia comercial son manejados por el cine inglés, donde se deja sentir la influencia de la literatura folletinesca, mientras que el cinema francés ha cultivado “con inspiración genuina", las “revistas científicas", es decir la vida de animales y plantas como ejemplo. En otros aspectos se anticipa también "Fósforo" a plantear problemas que poco después se suscitarían; entro ellos, puede señalarse la atención que debía merecer un específico cine infantil, no sólo en temática y tratamiento sino en horarios y sesiones.

Cuando Reyes recogió sus artículos cinematográficos para incorporarlos a sus “obras completas”, en el volumen Simpatías y Diferencias, buscó un epitafio para "Fósforo'': "Aquí yace uno que desesperó de ver revelarse a un arte nuevo". Sin embargo, en las notas complementarias añadidas en 1950 advierte que su "esperanza resucitó después".

El lector de CRITICALIA interesado en la lectura de las crónicas de “El Espectador” y “Fósforo” puede acudir a los libros:

Reyes, Guzmán, Onís (1963), Frente a la pantalla, Dirección General de Difusión Cultural, México.


González Casanova, Manuel (2003), El cine que vio Fósforo, Fondo de Cultura Económica, México.



Pie de foto: La revista “España”, pionera en ofrecer crítica cinematográfica a sus lectores.