Enrique Colmena

Ha sido noticia estos días la actriz Victoria Abril (nacida Victoria Mérida Rojas, en 1959, en Madrid), no tanto por haber sido galardonada con el Premio Feroz de Honor a toda su carrera, como por unas desafortunadas declaraciones que realizó en una entrevista previa con los organizadores de estos galardones, la Asociación de Informadores de Cine de España (AICE), en las que se burló de la pandemia del COVID-19 poniéndola en duda con sarcasmos inaceptables. Posteriormente, ya en la entrega de su premio, pidió perdón a los que se hubieran sentido heridos por sus palabras, mayormente los deudos de los más de 70.000 muertos que, solo en España y a la fecha en la que se escriben estas líneas, ha producido el SARS-COV-2.

No vamos a entrar en ese debate sobre el negacionismo, porque eso sería darle alas a unos argumentos que sencillamente no se sostienen. Pero a raíz de este asunto se ha desatado, como tantas veces, la furia del españolito de a pie que, sobre todo en esas calderas de Pepe Botero también conocidas como redes sociales, le han negado el pan y la sal a la actriz madrileña, cuando no la han insultado de mala manera, con ese anonimato cobarde que se ampara en los falsos perfiles.

Hemos sido, somos y (suponemos...) seremos partidarios de juzgar (y, sobre todo, disfrutar) la obra de los artistas al margen de sus vidas: Picasso fue un egocéntrico maltratador psicológico (como mínimo...) de sus mujeres. ¿Por ello dejaremos de admirar el Guernica, o Las señoritas de Avignon, por poner solo dos ejemplos en su proteica obra? El escritor T.S. Eliot hizo “luz de gas” a su mujer, Viv, que tenía algunos problemas mentales, hasta conseguir que enloqueciera totalmente y poderla así internar en un manicomio. ¿Dejaremos por ello de gozar de su bellísimo poema The waste land, entre otros textos espléndidos? Jorge Luis Borges ensalzó el brutal golpe de estado del general Videla en Argentina en 1976 llamándolo “un gobierno de caballeros”. ¿Hará eso que dejemos de leer con fruición El aleph o Ficciones?

Así que, por nuestra parte, y expresando nuestro total desacuerdo con las desafortunadas declaraciones abrileñas (dichas en febrero...), vamos a glosar una carrera que, ciertamente, tiene muchos y muy interesantes jalones.


Primeros pasos

La primera película en la que pudimos ver a Victoria Abril fue Obsesión (1975), una de esas comedias muy de su tiempo, la Transición, donde hizo furor el llamado “Destape”, fenómeno con el que se conoció la notable profusión de desnudos, fundamentalmente femeninos, aunque también masculinos, que llenaron las pantallas españolas, al tiempo que se producía una tímida apertura (Arias Navarro, Pío Cabanillas) que finalmente desembocaría en la llegada al poder de Adolfo Suárez, las primeras elecciones libres y la Constitución de 1978. Victoria era en esta peli del avispado Paco Lara Polop el objeto del deseo del protagonista, un Jaime Gamboa que ganó popularidad como coprotagonista (junto a Ana Belén y Fernando Fernán Gómez, nada menos) de El amor del capitán Brando. Aquí Victoria era Angelines, la nueva criadita de la casa a la que el adolescente rijoso le pondrá los puntos.

Curiosamente, las pelis abrileñas de 1976 serán ambas de temática “robinhoodiana”, una en serio y otra en broma (por decir algo...). La seria es Robin y Marian, la muy hermosa mirada crepuscular de Richard Lester hacia un arquero de Sherwood ya bastante cascado y su reencuentro con su antiguo amor, Lady Marian, con Sean Connery y Audrey Hepburn en los papeles principales. Victoria hacía una jovencísima reina Isabel de Angulema. La otra peli con este mismo tema, pero en clave de cachondeo, será una coproducción italo-española, Y le llamaban Robin Hood, con Tonino Ricci en la dirección.

Tendrá en ese tiempo Victoria pequeños papeles en algunos films de interés, como El hombre que supo amar (1976), la biografía de Juan Ciudad (posteriormente San Juan de Dios), dirigida por Miguel Picazo; y también en el film-bisagra del landismo, El puente (1977), de J.A. Bardem, donde Alfredo Landa, por primera vez, ensayó el cambio de su personaje rijoso y sanchopancista hacia otro más maduro, más comprometido socialmente.



La etapa Vicente Aranda

Pero lo cierto es que, al margen de su intervención, entre 1976 y 1978, en el popular concurso Un, dos, tres... responda otra vez, de Chicho Ibáñez Serrador, que la hizo conocidísima en toda España, la carrera de Victoria Abril empieza a tomar grosor cuando se encuentra con el cineasta catalán Vicente Aranda y hace para él Cambio de sexo (1977), un film que habla, quizá por primera vez en el cine español, del transexualismo, una película que llamó poderosamente la atención y nos mostró a una jovencísima Victoria en un personaje trans de lo más sugestivo. Comienza así una colaboración entre ambos, Aranda y Abril, que dará grandes frutos: con La muchacha de las bragas de oro (1979), sobre la premiada novela de Juan Marsé, el director ajustará cuentas al franquismo que quería travestirse de democracia, con un papel para Abril en las antípodas de su anterior trabajo juntos, una adolescente resabiada que utiliza su encanto para pastorear al protagonista a su antojo. En Asesinato en el Comité Central (1982) tendrá un papel más secundario, una militante comunista que colaborará con el detective Carvalho en la resolución del crimen descrito en el título. El crimen del capitán Sánchez (1985), uno de los episodios de la serie La huella del crimen, producida por Pedro Costa Musté, será la nueva colaboración entre Aranda y Abril, aquí una joven con una ambigua relación con su padre, el militar del título, un excelente Fernando Guillén. En Tiempo de silencio (1986) Aranda versionó la famosa novela de Luis Martín Santos, en la que Victoria será Dorita, chica burguesa casadera que quieren endosarle al protagonista, el médico que interpreta Imanol Arias. Con este mismo actor, uno de los intérpretes arandianos por excelencia de la época, hará Abril El Lute, camina o revienta (1987), versión de la primera parte de las memorias de Eleuterio Sánchez, proclamado “enemigo número 1” en pleno franquismo, en un personaje, el de Victoria, caracterizado por pertenecer a un grupo social tan peculiar como los “mercheros”, en una nueva y notable creación de la madrileña.

De nuevo para Aranda hace Si te dicen que caí (1989), nueva versión de Juan Marsé, la inolvidable novela homónima sobre la Barcelona de postguerra, con sus niños y adolescentes, sus juegos sexuales, sus aventis, las penalidades de la época y las miserias a las que se veían obligados para salir del arroyo, en la que Victoria Abril hace hasta tres papeles distintos, uno de ellos una prostituta cuyas habilidades “manuales” dejan impactado... En la serie de televisión Los jinetes del alba (1990) el versionado por Aranda será el escritor Jesús Fernández Santos, una crónica de los años previos y posteriores a la Guerra Civil, en Asturias, en el que Abril tendrá un tortuoso papel lleno de dobleces. Con Amantes (1991), Aranda y Abril llegan al culmen de su colaboración, una pequeña obra maestra llena de buen cine, de detalles espléndidos, donde Victoria será la admirable (y, a la vez, execrable) amante de un soldadito con los rasgos de Jorge Sanz, vértice isósceles de un triángulo que tendrá en el otro ángulo a una modosita Maribel Verdú que no podrá superar las taimadas artes amatorias del personaje abrileño, en la que se puede considerar su mejor interpretación cinematográfica, en un papel ciertamente inolvidable.

Tras ese cénit, la colaboración con Aranda aún continuará durante algunos films más: en Intruso (1993) Abril será el vértice femenino de un triángulo imposible, una historia de amor y muerte que, nos tememos, no fue bien entendida en su momento. En Libertarias (1996) Victoria será una de las valerosas milicianas anarquistas que lucharon en la Guerra Civil; y en Tirante el Blanco (2006) finalizará la colaboración entre ambos, en la ambiciosa adaptación del clásico homónimo de caballeros andantes y cruzadas de Joanot Martorell, una versión tan costeada como, a la postre, fracasada, tanto artística como comercialmente, en la que Victoria hace el personaje de Viuda Reposada, una especie de celestina que juega sus arteras cartas en un proceloso juego de poder.


La etapa Pedro Almodóvar

Si la colaboración con Aranda fue dilatada y fructífera (doce títulos en total), la de Abril con Pedro Almodóvar, aunque más corta (solo cuatro films), fue también muy interesante. Comenzaron a trabajar juntos en La ley del deseo (1987), aunque Victoria tenía poco más que un cameo. Ya en ¡Átame! (1989) la cosa varió sustancialmente, siendo Abril la protagonista absoluta, junto a Antonio Banderas, de esta variante de El coleccionista, de Wyler, en la que Victoria será una actriz secuestrada por un tipo obsesionado por ella; esta película le abriría las puertas del cine americano, donde debutará en Jimmy Hollywood (1994), de Barry Levinson, aunque Victoria optó por no dar continuidad a la aventura americana. En el melodrama (entreverado de thriller y hasta de musical) Tacones lejanos (1991) será una presentadora de noticias de televisión víctima del complejo de Adèle Hugo (ya saben, la hija de Victor Hugo aplastada por el genio del progenitor). Y en Kika (1993), que marcará el final de su colaboración con Almodóvar, Victoria será Andrea Caracortada, la flamígera a la par que resentida presentadora de un estrafalario “reality show”, en una de las pelis más flojas del cineasta manchego, aunque el fuerte personaje de Abril sería de lo más potable.


La France, sa deuxième patrie
 
Sí, Francia ha sido claramente la segunda patria de Victoria Abril, y allí ha desarrollado buena parte de su carrera. Afincada en el país galo desde 1982, mayormente por su relación sentimental con Gérard de Battista y por sus hijos franceses con este, la madrileña debutó en el cine del país vecino en Otra mujer (1980), a no confundir con la homónima de Woody Allen. Esta la dirigía Frank Apprederis y contaba con la gran Annie Girardot como estrella; Abril tenía un pequeño papel, y no es precisamente una película memorable. Sus títulos de aquella época en Francia eran generalmente personajes de reparto, en films no especialmente distinguidos como Más vale pájaro en mano (1980) y La guerrillera (1982). La cosa comienza a mejorar para ella con películas como La luna en el arroyo (1983), de Jean-Jacques Beineix, con Gérard Depardieu y Nastassja Kinski, y Max, mi amor (1986), dirigida por Nagisha Ôshima (sí, el realizador de la mítica El imperio de los sentidos) bajo pabellón galo, con Charlotte Rampling.

Durante la década de los noventa Victoria tendrá dos buenos títulos en su país de adopción, ambas sendas comedias: Felpudo maldito (1995), con dirección y coprotagonismo de Josiane Balasko, un divertido (y peculiar...) triángulo sexual; y La mujer del cosmonauta (1997), de Jacques Monnet, con Gérard Lanvin y nuestra Rossy de Palma haciendo también las Américas (en este caso en París...).

Lo cierto es que el siglo XXI no le ha sentado muy bien al cine que hace Victoria en Francia: sigue trabajando allí regularmente, pero los films que hace en el país galo tienen poco recorrido, son comedias con pocas ambiciones, muy para el mercado doméstico. Hablamos de películas como La gente honrada (2005), 48 heures par jour (2008) o Mince alors! (2012).


Grandes directores (y una última década para olvidar)

Además de con Aranda y Almodóvar, que han sido sus cineastas de referencia y le han regalado papeles inolvidables, Victoria ha trabajado con toda una pléyade de cineastas, fundamentalmente españoles, como Agustín Díaz-Yanes, para el que hizo la percutante Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto (1995), que procuró a Abril el único Goya que posee hasta ahora; para el director madrileño hizo otros dos films, muy ambiciosos aunque nos tememos que también muy fallidos, Sin noticias de Dios (2001) y Solo quiero caminar (2008), en los que Victoria era lo mejor, sin duda. Ha rodado también, como comentamos, para Miguel Picazo y Juan Antonio Bardem, pero también par Mario Camus en la hermosa adaptación celiana La colmena (1982), Jaime Chávarri en Las bicicletas son para el verano (1984), Manuel Gutiérrez Aragón en La noche más hermosa (1984), José Luis Borau en la azarosa aventura americana del cineasta aragonés, Río abajo (1984), Francisco Regueiro en su metafísica Padre nuestro (1985), Jaime de Armiñán en La hora bruja (1985), Gonzalo Suárez en su ambiciosa adaptación televisiva de la novela de Pardo Bazán Los pazos de Ulloa (1985), y Carlos Saura en la bronca tragedia rural El 7º día (2004).

Desgraciadamente, la década de los años diez de este siglo XXI no está siendo piadosa con la actriz madrileña: sigue trabajando, es cierto, mayormente en Francia, pero generalmente en productos mediocres con escaso recorrido, con frecuencia series, miniseries y TV-movies, nada que ver con la extraordinaria carrera que Victoria desarrolló décadas antes. De vez en cuando trabaja en España, en series como Sin identidad o en comedias no especialmente destacables como La lista de los deseos (2020), pero lo cierto es que parece que su buena época pasó.

En cualquier caso, su carrera está ahí, llena de personajes inolvidables, de grandes películas, de excelentes directores que supieron extraer de ello lo mejor de sí misma. Que ahora haya metido la pata a modo haciendo “un Miguel Bosé” deberemos de no tenérselo en cuenta, al menos en la medida en la que nos gusta su obra y queremos seguir disfrutando de ella...

Ilustración: Victoria Abril, entre Maribel Verdú y Jorge Sanz, en una imagen de Amantes (1991), de Vicente Aranda.