El caballero del Mississippi

Rudolph Maté fue un cineasta norteamericano de origen polaco, habiéndose formado en Hungría y trabajado en casi toda Europa, para finalmente emigrar a Estados Unidos a mediados de los años treinta. Inicialmente fue uno de los directores de fotografía más interesantes de esa década, siendo el responsable de la imagen de, entre otros, films como La pasión de Juana de Arco (1928) y Vampyr (1932), ambos del gran Dreyer. Ya en Norteamericana siguió con su carrera como operador, ejerciendo como tal en obras de las dimensiones artísticas de Gilda, Tú y yo, Ser o no ser y La dama de Shanghai.

A partir de mediados de los años cuarenta inició también una interesante carrera como director, aunque se puede concluir que no alcanzó las altas cimas que consiguiera como operador. Como cineasta sus títulos más renombrados fueron Con las horas contadas (1949), Cuando los mundos chocan (1951) y Hombres violentos (1955), casi siempre cine de género de serie B, que Maté servía con profesionalidad aunque sin destellos de genio. También El caballero del Mississippi participa de ese buen hacer de Maté como director, en una historia ambientada en el tiempo del Far West, si bien no en la misma zona, sino más bien en el proceloso Sur norteamericano, en la época aproximada en la que situó Mark Twain sus historias del ciclo narrativo de Tom Sawyer y Huck Finn.

Fallon es un jugador de juegos de cartas que abjura de la figura del “jugador de ventaja”, del fullero. Así, cuando llega al Mississippi y conoce a Polly, que sí lo es, le propone jugar siempre limpiamente en los barcos que surcan el río, a lo que este accede, conformando con ello un formidable dúo que pronto se hará famoso y también hostil a los tahúres. Fallon conoce a Angelique, una rica heredera por la que se siente atraído, aunque ella parece no corresponderle. El hermano, Laurent, un pisaverde, hace lo imposible por demostrar a Fallon lo mal que le cae; sin embargo, el padre de ambos, Edmond, pronto se hará amigo inseparable del jugador...

Estamos ante un film que podría inscribirse libremente en el género de aventuras, con ciertos resabios de western, aunque no esté situado en la zona geográfica concreta en la que habitualmente se desarrollaban las pelis de este género, además de un evidente toque romántico, que en buena parte del film lo copa todo, con la relación amor/odio entre el jugador profesional y la señorita de buena familia que, sin embargo, no quiere darse por enterada del amor que siente por Fallon. Film muy clásico, hay que decirlo en un sentido positivo, pues lo cierto es que está impecablemente rodado por un cineasta que, además de conocer todos los secretos de la imagen (es lo que tiene haber sido operador de maestros como Dreyer, Clair, Lang, Wyler, Lubitsch o Welles), como director se confirmó como un profesional válido y solvente, no genial pero sí seguro y certero. Aquí acierta en esta historia que, como de pasada, no ahorra un zurriagazo a las clases altas, sean las que sean; aquí lo son la nobleza plutocrática del estado de Mississippi a mediados del siglo XIX, pero podría valer la de cualquier otro lugar y momento histórico. Maté y su guionista, Seton I. Miller, aprovechan para arremeter sobre todo contra los “hijos de papá”, institución que, por supuesto, es universal, como aquí se confirma, con la estúpida hija de vida vacía que no sabe lo que quiere y el muchacho que tiene menos seso que un mosquito, caprichoso, bravucón, con tendencia a la hiperactuación para superar su ausencia de autoestima.

Buen trabajo interpretativo, conforme a los cánones clásicos, de Tyrone Power y una Piper Laurie que consiguió mucha popularidad en los años cincuenta, si bien su desaparición de la escena pública durante casi un decenio, entre mediados de los sesenta y los setenta (volvió para ser la madre de la protagonista de Carrie, gran regreso), hizo que cayera en el olvido, si bien tras su vuelta conoció una cierta popularidad.