CRITICALIA CLÁSICOS
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Llevamos ya mucho, mucho tiempo considerando al londinense Alfred Joseph Hitchcock como uno de los grandes maestros de la historia del cine. Pero no siempre fue así, y en concreto cuando rueda Psicosis era popular y valorado especialmente por sus episodios televisivos, de los que rodó 260 capítulos para la CBS, de 25 minutos y en blanco y negro, de los que dirigió personalmente una veintena, pero los presentó todos, con su prosa irónica, su musiquilla pegadiza y su orondo perfil. Y eso que ya había firmado películas tan importantes y/o comerciales como El hombre que sabía demasiado (segunda versión), Falso culpable, Vértigo. De entre los muertos o Con la muerte en los talones.
Pero para poner en pie este nuevo proyecto tiene que inventar una compañía, Shamley Productions, y poner él 807.000 (irrisorios) dólares, y garantizar así que la Paramount se la distribuya. Quiere hacer una cinta de intriga y terror barata, sin muchos escenarios y reparto corto, y por supuesto en blanco y negro, como sus éxitos televisivos. Y elige un texto de Robert Bloch, un escritor transversal a lo que iba buscando, un autor en la órbita de Howard Phillips Lovecraft, el visionario de Providence y ...
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ESTRENO EN MOVISTAR+.
Rafael Cobos (Sevilla, 1973) era hasta hace bien poco “el guionista” de Alberto Rodríguez, por aquello de que había sido su colibretista habitual desde casi los inicios de la carrera de Alberto (en concreto desde 2005 con 7 vírgenes, el tercer largo de Rodríguez y segundo en solitario); aunque había intervenido también en el guion de otros films, como Toro o Las gentiles, en general su nombre se asociaba al del notable cineasta de El hombre de las mil caras. Como una evolución natural, Cobos, con buen criterio, y sin abandonar la escritura cinematográfica, está pasando al terreno del control total del producto audiovisual: ya lo hizo como “creador” o “showrunner”, en comandita con Rodríguez, de La peste. La mano de la Garduña, la soberbia continuación de la extraordinaria miniserie La peste, de Alberto, y ahora da el salto como creador en solitario (bien que con el experimentado Paco R. Baños como codirector de 4 de los 6 episodios) de esta miniserie de 6 capítulos, El hijo zurdo, de la que adelantamos que nos ha dejado un sabor agridulce, aunque a la postre más positivo que negativo.
La serie se ambienta en nuestros días, en Sevilla, en una Sevilla en general alejada de las postalitas de rigor, aunque aparezcan episódicamente algunas de las imágenes típicas de la Sevilla inevitable, como la Torre del Oro y varios de los reconocibles puentes de la ciudad, pero también algunos barrios digamos chungos... Conocemos a Lola, una mujer de clase alta, casada con Rodrigo, ambicioso político cortito de escrúpulos que es la mano derecha (y amante...) de la alcaldesa de la ciudad, a la que aspira a suceder cuando ésta dé el inminente salto al gobierno de la comunidad ...
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Como hemos comentado en los anteriores capítulos, la nueva organización del estado español a partir de la Constitución de 1978, a través de un total de 17 comunidades autónomas y 2 ciudades-autónomas (Ceuta y Melilla), ha propiciado una importante descentralización del cine español, antes situado de forma casi monográfica en Madrid y, todo lo más, en Barcelona. A partir de 1978, progresivamente, pero sobre todo desde comienzos de este siglo XXI, y aún más claramente a partir de la década de los años diez de esta centuria, el cine español ha dejado de ser dependiente de la capital del Reino, de Madrid, y subsidiariamente de la Ciudad Condal, para ver crecer pujantes cines autonómicos, desde el vasco al andaluz, desde el catalán al madrileño de raíces puramente madrileñas, no españolas (aunque es difícil deslindar unas de otras...). Pero no solo las nacionalidades históricas han llegado para quedarse (incluida Galicia, aunque en el caso de la antigua Suevia las mujeres, aún no han aparecido –pero aparecerán...--, y por ahora es un cine solo de hombres: Lois Patiño, Eloy Enciso, Oliver Laxe...), sino también otras comunidades, con frecuencia coloquialmente conocidas como “de segunda” (por tener un marco competencial inferior al de las históricas), empiezan a presentar películas con sus propias características, en buena medida sustentadas en la compra de derechos de antena de operadores televisivos (RTVE, Atresmedia, Mediaset) y de plataformas como Movistar+, pero también por el apoyo de sus respectivos canales autonómicos. Y en esos nuevos cines regionales también hay, por supuesto, mujeres que dirigen películas y series y se ponen al frente de esos proyectos, sean identitarios, independientes o simplemente comerciales.
Navarra
De esas comunidades, la que más aporta en términos de número de directoras es Navarra, precisamente una de las de mayor nivel económico de España (su renta per capita es la tercera de España, tras la Comunidad de Madrid y el País Vasco). Tres mujeres realizadoras tenemos censadas con origen en la tierra de los sanfermines, con muy diversa trayectoria.
Así, Helena Taberna (Alsasua, 1965) empezó haciendo cortos a mediados de los años noventa, para pasarse a la dirección de largometrajes (también a la producción, con su empresa Lamia Producciones) a comienzos de siglo con la controvertida Yoyes (2000), la primera vez que el cine español planteaba el tema de los “arrepentidos” de ETA, con la verídica historia de Dolores González Catarain (alias “Yoyes”, de ahí el título), exdirigente etarra que abandonó la organización y fue asesinada por la banda terrorista en su pueblo, Ordizia, mientras paseaba por la calle con su hijo de 3 años. La película, que estilísticamente no era una maravilla, tuvo la virtud de abrir la veda para que se pudieran hacer otras aproximaciones, de todo tipo, al llamado (por el mundo “abertzale”) conflicto vasco, y desde luego puso el acento en la villanía de un movimiento inicialmente político que derivó en una organización puramente mafiosa. Aunque la película tuvo cierta repercusión en taquilla (200.000 espectadores, que para un film de sus características se puede considerar un éxito) y tambi&eac ...
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