Ciertamente, hasta el tema más comercial se presta a sutiles variaciones, a sugestivos enfoques que mejoren la propuesta inicial: es el caso. Revenge, de entrada, parece el típico producto comercial con crimen, injuria o vejación por la que el/la agraviada tomará cumplida venganza, a ser posible con generoso derroche de sangre por parte de los malos, que han de morir de la forma más espantosa posible para saciar los instintos vindicativos de públicos generalmente poco formados.
Pero ya la primera imagen del film indica que aquí hay otra cosa, o al menos que nos la van a dar de otra forma: se abre la película con un plano general estático y silente. Pasan varios segundos hasta que parece oírse algo así como unas aspas de helicóptero, aparato que, finalmente, aparece en pantalla viniendo del horizonte hasta pasar por encima de la cámara. Con esa entrada, esto no va de vengadores elementales...
La acción se desarrolla en algún lugar indeterminado, quizá un desierto de Estados Unidos (aunque se rodara en Marruecos...). Tres socios ricachones se ven anualmente allí, una zona totalmente desértica, para unas jornadas de caza. Uno de ellos, Richard, lleva esta vez a su amante, Jen, anticipándose un par de días a la llegada de los otros, con idea de disfrutar juntos y que la chica se marche cuando lleguen los socios. Pero estos llegan también antes de tiempo y enseguida Stan, uno de los dos colegas de Richard, muestra un interés especial por la bella joven, mientras que el otro, un gordo amorfo que responde al nombre de Dimitri, solo da muestras de desidia; cuando Richard sale un par de horas para hacer unas gestiones, los trágicos acontecimientos se precipitan...
Desde el primer momento, como queda dicho, vemos que Revenge no es una de Charles Bronson, por decirlo de forma grosera, ni siquiera de sus sucesores naturales, en distintas etapas: Chuck Norris, Steven Seagal, Jean Claude Van Damme... o más recientemente Liam Neeson, que tiene una edad ya que hace pensar que su próxima peli puede titularse “Venganza en el Imserso”... Coralie Fargeat, la guionista y directora francesa, deja desde el principio muy claro su estilazo visual y sus buenas ideas: esa manzana mordida por la desprevenida Jen justo cuando llegan los dos socios de su amante, el salido y el indiferente (no por ello menos culpable de la felonía, por supuesto, por no oponerse a la comisión del delito), la podremos ver a lo largo de las siguientes horas, mientras la zona del bocado se va oxidando poco a poco, al igual que la situación de la casa se va deteriorando progresivamente, con la lascivia apenas contenida de Stan, la no se sabe si voluntaria despreocupación de Richard y la apatía de Dimitri; todo se concatena para que, ocurrido el ultraje que cataliza los hechos, se produzca una cacería de ida y vuelta, donde al principio unos persiguen a la chica, y después, como era de prever, será al revés.
Con un estilo brillante, una elegancia que no casa con la temática zarrapastrosa del cine de venganza, con una personalidad que ya quisieran para sí otros que van de exquisitos, Revenge presenta una primera parte, hasta el momento del desencadenamiento de los hechos, impecable, con buenas ideas visuales bien desarrolladas. A partir del momento en el que se produce el meollo de la historia, con las persecuciones y los correspondientes ajustes de cuentas, la calidad baja, pareciendo como si esa parte de la historia ya no interesara demasiado a la directora, a pesar de lo cual dejará apreciables perlas por el camino.
Como, por ejemplo, el gusto por el detalle, que la diferencia de tanto film de plano general que olvida que, como dice el refrán español, el diablo está en los detalles. O, temáticamente hablando, la mirada femenina, no sé si feminista, sobre lo acontecido, donde una mujer a la que en principio no se le suponían conocimientos especiales en supervivencia, conseguirá, a fuerza de determinación, cumplir sus trágicos objetivos; y ello está hecho de tal forma que veamos que Jen, la protagonista, no tiene madera de “superwoman”: solo la necesidad, el deseo de sobrevivir, el odio hacia quienes le han infligido un mal, un dolor inenarrable, y han estado a punto de matarla; y es que Jen no tiene poderes taumatúrgicos, es tan normal y vulnerable como cualquier persona. Ello la hace más humana, la aparta del cliché de la heroína. Porque aunque sea un film del subgénero “de venganza”, lo cierto es que hay en él una mirada distinta, un cierto sesgo en clave de mujer.
Mención especial para todo el tramo final, en el que, sin destripar nada, llama la atención los numerosos planos-secuencia en movimiento, que alcanzan en algún momento la cualidad de virtuosos, y el no precisamente casual hecho de que el antagonista permanezca en pelota picada durante todo ese metraje final, invirtiendo la directora con ello el habitual rol de desnudez que, en cine, casi siempre se adjudica a la mujer. Y, como coda irónica, por no decir sarcástica, ese brutal tramo final contará como “hilo musical” con el sonido y, a veces, la imagen de un estúpido programa de teletienda sintonizado en la casa que se ha convertido en un campo de batalla...
Hay algunos errores de principiante, como la reiteración en los rastros de sangre que siguen los persecutores, que se repiten con excesiva frecuencia y con una abundancia del rojo líquido vital que, en circunstancias normales, habrían hecho que los perseguidos se desangraran por el camino, con unas hemorragias de tal calibre.
Pero el conjunto es entonado, si tenemos en cuenta que partimos del material de desecho que supone el subgénero de venganza, sublimado aquí por un estilazo cinematográfico, por una mirada distinta, de mujer, y por una denuncia nada soterrada: si estás podrido de dinero, careces de esa cosa infrecuente conocida como honestidad, y te ponen a elegir entre tus cuates, aunque sean unos absolutos marrajos, y la mujer en la que solo buscas el placer de la carne joven y lúbrica, la elección solo podrá ser una, aunque sea la incorrecta...
Buen trabajo de la protagonista, la actriz y exmodelo Matilda Lutz, pero también de su inicialmente “partenaire” para después ser su enemigo acérrimo, el actor flamenco (de Flandes, no que le guste cantar por soleares...) Kevin Jenssens. El film consiguió, creemos que merecidamente, el Premio a la Mejor Dirección en el Festival de Sitges.
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