ESTRENO EN NETFLIX
La actualidad política, social, cultural y profesional de un país también puede ser un poderoso motor para generar historias con las que calmar (más o menos…) la feroz hambre de las audiencias de las plataformas, en especial de Netflix, que para eso es “la plataforma” por excelencia, con lo que ello supone de virtudes pero, sobre todo, de defectos. Esta Legado nos parece evidente que surge de la historia (reciente o menos reciente) de un poderoso grupo de comunicación, el denominado Prisa, que engloba entre sus marcas sellos tan importantes y conocidos como los diarios El país y As, las cadenas radiofónicas SER y Los 40, y la editorial Santillana, entre otras, y también tiene empresas al otro lado del charco, como la popular y veterana Radio Caracol colombiana.
La historia empresarial de Prisa ha sido, desde su fundación en 1972 para gestionar la salida del diario El país (auténtico buque insignia del grupo, y medio fundamental en la historia reciente de España, desde la Transición hasta nuestros días), una historia más bien convulsa, y en las últimas décadas, tras la muerte de su propietario mayoritario y presidente, Jesús de Polanco, aún más, al haber estado implicado el grupo, especialmente su división audiovisual, en costosas y complejas operaciones financieras que les han provocado una situación económica no precisamente boyante, con complejos movimientos accionariales.
Sobre esa historia real, Carlos Montero, el creador de la popular serie adolescente Élite, pero que también estuvo en los guiones de la no menos conocida (aunque ya antediluviana) Física o Química, junto con otros dos bragados guionistas, Pablo Alén y Breixo Corral, han imaginado una ficción de 8 capítulos que, evidentemente, bebe de forma muy libre en esa historia de Prisa. Curiosamente, cada uno de los capítulos tiene como título un verbo en infinitivo: Volver, Castigar, Negociar, Despedir, Publicar, Perdonar, Luchar y Decidir. Los directores de los capítulos han sido Eduardo Chapero-Jackson (que fuera la gran esperanza blanca del cine español no hace tanto) y Carlota Pereda (la directora de Cerdita, para situarnos), a razón de 4 capítulos cada uno.
La historia se centra en el magnate Federico Seligman (que sería como un libérrimo Jesús de Polanco, aunque bastante más alto y apuesto que el modelo original, que no habría tenido ninguna posibilidad de ser ni siquiera Míster Pozuelo de Alarcón…), quien vuelve del infierno de la lucha contra un cáncer; es el propietario de un grupo de comunicación llamado Progresa, cuya cabecera es un diario de información general, El Báltico, que ha sido esencial en el devenir de la democracia española en los últimos cuarenta años. Federico vuelve a España y se encuentra con que su legado, el periódico y su grupo, está en una situación precaria; descubre que su hijo Andrés, a quien dejó al frente del diario, está falseando los pésimos datos económicos para no espantar a los otros socios del grupo; su hija Guadalupe se dedica a la política en un grupo de extrema izquierda (en el que siempre le recuerdan su origen pijo, aunque sea progresista…), donde está luchando por llegar a la cima del gobierno de coalición, pero cuyo marido, Manuel, es un chanchullero perito en negocios turbios, que utiliza esos cuestionables métodos para despejarle el camino a su mujer; otra hija, Yolanda, es la presidenta de una fundación que está también en números rojos, además de dirigir un canal televisivo especializado en la mujer, Feminity; su benjamina, Lara, hija de su segunda esposa, estudia en la Facultad de Ciencias de la Comunicación. Federico graba con un amigo íntimo un capítulo de la serie “Legado”, destinado a ser emitido cuando fallezca; lo hace tras conocer los despropósitos que están cometiendo sus hijos y que están encanallando el trabajo de toda su vida, así que no se muerde la lengua… Pero lo que dice en ese espacio audiovisual que debe tener un carácter póstumo puede ser una bomba para la democracia española…
Con unos curiosos títulos de crédito iniciales, hechos con figuras animadas mediante el sistema conocido como “plastimación”, la miniserie está hecha en clave de thriller político, buscando que la trama denuncie los chanchullos de la política de altos vuelos, especialmente en lo relativo a la prensa, los propios políticos o los empresarios: en definitiva, los detentadores (por las claras o en la sombra) del Poder en una sociedad democrática, en una historia en principio correctamente contada.
Pero donde la miniserie se hace fuerte es en su evidente pretensión de presentar historias, personajes y situaciones sospechosamente parecidos con la realidad española más o menos reciente, desde un director de periódico del que se viralizó (en tiempos en el que casi no existía internet…) un vídeo sexual (o sea, Pedro J. Ramírez, aquí llamado “Juan Luis”, para despistar…), hasta un presidente de equipo de fútbol madrileño muy importante que se llama Secundino y es presidente de una constructora… Y así todo… Aparece también un comisario de Policía experto en las cloacas del estado, que no se llama Villarejo pero sí Vargas (los dos empiezan por V, qué casualidad…), y ambos con la misma falta de escrúpulos, siendo benévolos… el partido de extrema izquierda que está coaligado en el gobierno resulta que se llama “Avanzamos”, por supuesto nada que ver con Podemos (por las que hilan…). Un famoso programa de cotilleo televisivo se llama “Desátame” (no sé a quién se puede referir, no sé…). Si hasta aparece un presidente del gobierno que se llama Gonzalo Sánchez Páez, que resulta ser alto, guapo, de sonrisa carismática… vamos, enteramente un tal Pedro Sánchez Pérez-Castejón, que me suena de algo…
Esa quizá es la particularidad más singular de la miniserie, su pretendido juego de parecidos, de espejos, con la realidad española de nuestro tiempo, de tal manera que el espectador puede ir jugando a ver a quién imita un personaje, o en qué se inspira una determinada situación política, o qué jugada de la vida real está siendo representada camufladamente en algunas escenas.
Además de eso, la miniserie mezcla las intrigas palaciegas (entendiéndose esto “sensu lato”: las intrigas que se desarrollan en los cenáculos del poder, llámense medios de comunicación, sedes de partidos políticos, etcétera) con las historias de sexo a varias bandas... Bueno, hay que decir que sexo hablado hay mucho, pero poquísimo visto: mucho jugar a ser provocativos, mucha pareja abierta, mucha obsesión por el sexo anal, mucho decir “follar”, pero después, a la hora de la verdad, de epidermis, de movimiento sexy, más bien poco (ya se sabe que estas intrigas las ven las familias al completo, y ya tienen bastante con el lenguaje más o menos procaz…).
Sin embargo, juega mucho con los giros de guion imprevistos, bruscos y poco razonados, en una historia demasiado simple en la forma de exponer su relato, con un guion no muy trabajado, en el que todo pasa demasiado fácilmente, sencillamente porque así lo quieren los guionistas, sin que aparezca la lógica interna, esa prueba del nueve de cualquier historia que se reputa realista.
Por cierto que el concepto de programa de carácter póstumo, con una entrevista a un personaje consagrado que solo se emitiría tras la muerte de esa persona está tomado, evidentemente, del espacio de Canal+ “Epílogo”, que tenía exactamente esas características.
La música de Lucas Vidal nos parece más bien sosa, sin fuerza. Los intérpretes, aceptables, aunque a José Coronado le salen reflejos de algunas de sus más recientes y exitosas series, como Entrevías o Vivir sin permiso. El resto del elenco principal, correcto, aunque tengan que apencar con personajes poco lucidos (ni tampoco lúcidos…), más bien tirando a idiotas, como le toca hacer a Belén Cuesta.
(22/08/2025)