Pelicula:

En 1955 Jules Dassin consigue un gran éxito personal y profesional con su espléndida Rififi, seco, preciso, potente thriller sobre un atraco (casi) perfecto, que le valdría el Premio a la Mejor Dirección en el prestigioso Festival de Cannes. Esa película, como suele ocurrir con aquellas obras que dejan huella, creó también una estela de productos que, de una forma u otra, bebían de ella. Una de estas películas fue, aunque en otra clave, esta Rufufú, cuyo título original, I soliti ignoti (algo así como “los desconocidos habituales”), ciertamente poco tenía que ver con el de Rififí; la cuasi onomatopeya de Rufufú corresponde a los “ingeniosos” distribuidores españoles, que creyeron sin duda que esa referencia en clave bufa a la peli de Dassin podía influir positivamente en la asistencia del público a las proyecciones en España.

Pero Rufufú, con independencia de que, evidentemente, algo tenía que ver, aunque fuera tangencialmente, con el Rififí de Dassin, tiene entidad por sí misma, no es una mera parodia, sátira o caricatura, sino que vale “per se”. De hecho, el año en el que se produce, 1958, se corresponde ya con un tiempo posterior al del Neorrealismo que había alumbrado (sin saberlo, como pasa con todos los movimientos artísticos o culturales) gente como Rossellini, De Sica o Visconti, que lo enunciaron en films como Roma, ciudad abierta, El limpiabotas y La tierra tiembla, respectivamente. Pero, más de un decenio después, las circunstancias históricas, económicas y sociales de Italia habían cambiado sustancialmente, y ya no se podían seguir rodando aquellos graves, broncos dramas de la primera postguerra, pero sí se podía hacer (como así fue) comedia con códigos no demasiado distintos, comedias centradas generalmente en gente de a pie, en pobres de solemnidad, en ladronzuelos, en pícaros que, casi siempre, salían trasquilados en sus pequeñas tropelías.

Esa es, en buena medida, la clave de esta divertida comedia de Mario Monicelli, uno de los componentes de lo que podríamos denominar “la clase media” del Neorrealismo italiano, par de otros como Luigi Comencini, Luigi Zampa, Giuseppe de Santis o Pietro Germi, todos ellos notables directores que, sin embargo, no se pueden considerar a la altura de los máximos exponentes del movimiento, que serían, a nuestro juicio, los mentados Rossellini, De Sica y Visconti, más la primera etapa de Fellini y también el primer Pasolini, aunque este último llegó al cine cuando el Neorrealismo ya casi daba las boqueadas: parece evidente que tanto Accatone como Mamma Roma son postneorrealistas, o incluso muestras de lo que podríamos denominar un “neorrealismo proletario”.

Volviendo a Rufufú y Monicelli, la película pertenece a la que quizá sea la mejor etapa del director, el decenio que va de, aproximadamente, mediados de los años cincuenta a mediados de los sesenta, tiempo en el que hizo pelis como Un héroe de nuestro tiempo, La gran guerra, Boccaccio 70 (este en comandita con otros colegas) y La armada Brancaleone, probablemente sus mejores obras.

Rufufú se ambienta en su tiempo histórico, a finales de los años cincuenta, en Roma. Conocemos a Peppe, un buscavidas que se cree muy listo, al que atrapa la policía cuando pretende robar un coche. En la cárcel habla con su mujer y su abogado para que busquen un “primo” que acepte tragarse su condena previo pago de una cantidad estipulada; mientras está en prisión, Cosimo, un conocido, le habla de un “golpe” que tiene previsto dar, porque entre una caja de ahorros y un piso colindante apenas hay un tabique delgado y fácil de horadar. Peppe hace como que le han echado tres años de cárcel, y Cosimo le cuenta dónde está el sitio de marras, momento en el que el pícaro le dice que le han dado la condicional y sale del penal dispuesto a dar él el golpe, con la consiguiente furia por parte del burlado. Ya fuera, acosado por sus pares, que quieren participar en el golpe supuestamente tan fácil y millonario, acepta a regañadientes hacerlo en equipo, aunque quizá esos nuevos integrantes de la banda no sean precisamente una maravilla...

Decíamos que la película, aun inserta en el Neorrealismo, entra ya claramente en una de las varias bifurcaciones que tomó el movimiento una vez pasada la etapa inicial y la clásica; aquí, en lo que podríamos llamar Neorrealismo flamígero, el movimiento se contamina (en el buen sentido) con otras claves que no figuraban en sus principios, como la comedia, y en buena medida, como es el caso, la comedia negra, a veces nigérrima. Todos los personajes que pululan por este film evidentemente coral se puede decir que pertenecen al estrato de la lumpendelincuencia; son raterillos, o pícaros, o buscavidas, o todo ello junto, pero vistos muy benévolamente, pobres diablos de baja estofa, con la mala pata secular de los que han nacido en los bajos estratos de la sociedad, de cualquier sociedad, tipos siempre incardinados en paisajes urbanos muy humildes, en buena medida los auténticos bajos fondos de Roma, porque la película no está rodada en estudio sino en la pura calle.

Con un perfecto ritmo narrativo y un lenguaje puramente cinematográfico, en el que prima la imagen sobre la palabra, apoyado en un estupendo guion, en estado de gracia, la película resulta ser una agradable comedia poblada de una fauna peculiarísima, totalmente reluctante a “doblarla” trabajando, siempre en pos de un golpe de fortuna que les saque de la miseria cotidiana. En el fondo, la película, con su amable cobertura de comedia negra, no deja de ser una radiografía atroz de la Italia de los barrios humildes de finales de los años cincuenta, cuando el país parecía (solo “parecía”) haberse desembarazado de la caspa de la postguerra.  

Estamos entonces ante una muy divertida sátira sobre los atracos perfectos, también atravesada de amargura por estos petardos que se creen muy listos pero que en el fondo son unos pobres desgraciados que, encima, tienen hasta buen corazón, como el personaje central, Peppe, que preferirá sacrificar el plan con tal de salvar a la chica de la que se ha enamorado.

Es cierto que la música de jazz, de Piero Umiliani, a veces resulta un tanto excesiva, pero es un defecto menor. Excelentes los actores, toda una pléyade de grandes cómicos (y algunos también eximios trágicos), desde dos grandes como Vittorio Gassman y Marcello Mastroianni, hasta otros que también gozaron de justa fama en su momento, en Italia y fuera de ella, como Memmo Carotenuto y Totò, además de una muy joven Claudia Cardinale, en los comienzos de su carrera.

(11-10-2024)


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106'

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Rufufú - by , Oct 11, 2024
3 / 5 stars
Divertida (y amarga) sátira sobre los atracos perfectos