ESTRENO EN NETFLIX
Cada vez es más evidente que hoy día se hace mucho audiovisual con la exclusiva intención de dar carnaza para saciar la voracidad de las audiencias de las parrillas de las plataformas de “streaming”, especialmente de Netflix, que es el paradigma de todas ellas (y en la que todas se miran, por supuesto…). No quiere eso decir que no haya pelis o series de interés en Netflix “et alii”, porque las hay, como parece obvio, pero sí que se manufactura mucho material de relleno, lo cual no significa que en esos audiovisuales no pueda haber (porque generalmente las hay) cosas de interés.
Algo así pasa, en nuestra opinión, con esta Dos tumbas, que debe su peculiar título a un aforismo atribuido a Confucio (data, por tanto, de hace dos milenios y medio…), con el que se cierra la serie, que viene a decir que, cuando inicies un viaje hacia la venganza, debes cavar dos tumbas. Estamos entonces, evidentemente, en una historia que girará sobre el tema de la venganza, aunque no solo sobre ello. La miniserie española de 3 capítulos Dos tumbas se inicia en nuestro tiempo, en la Axarquía más próxima a la costa mediterránea. La Axarquía es una comarca situada en la zona oriental de la provincia de Málaga, que comprende tanto pueblos de la costa (Nerja, Torre del Mar, Rincón de la Victoria…) como del interior (Frigiliana, Torrox, Vélez Málaga…). La serie se ambienta especialmente en Frigiliana, aunque también en otras de las colindantes, como Nerja. Conocemos a Isabel, una septuagenaria de pasado hippie, que hace unos años ha vuelto a su tierra, Frigiliana. En la misma localidad viven también su hijo y sus dos nietas adolescentes. La relación entre ellos es buena. Una noche, en la feria del pueblo, la nieta mayor, Verónica, va a la fiesta con una amiga, Marta, hija del mafioso del lugar, Rafael. Las dos niñas no vuelven a casa. Se empieza a buscarlas, pero no aparecen. Solo se sabe que un chico las llevó en coche, a su petición, hasta un cruce de carreteras y allí las dejó, pero nada más. La Guardia Civil pone todo su empeño, pero solo aparece, unos días más tarde, el cuerpo de Marta, en la red de un pesquero que había salido a faenar, con señales de haber sido violada y después asesinada…
Agustín Martínez es un guionista de ya largo recorrido en series, habiendo estado detrás de la escritura de los libretos televisivos de títulos tan conocidos como Al salir de clase, Sin tetas no hay paraíso y La caza, entre otros. Aquí actúa como creador de la serie, mientras que el reputado Kike Maíllo (autor de pelis tan interesantes como Eva y Toro, aunque en los últimos tiempos parece que su obra va desfalleciendo…) actúa solo como realizador. Martínez ya tiene una serie, la mentada La caza, con adolescentes desaparecidas, aunque aquí ensaya una variante nueva, que finalmente se verá que está bastante pillada por los pelos…
Aquí la mayor novedad quizá radique en la persona que investiga la desaparición, una entrañable septuagenaria, una auténtica abuela coraje que, sin embargo, no dudará en utilizar métodos directamente delincuenciales para conseguir dar, como sea, con el paradero de su nieta.
Con unos bonitos y sugestivos créditos iniciales, es evidente que la serie busca, con los preciosos parajes de la Axarquía (esas casas infinitamente blancas de Frigiliana, esos montes que desprenden una serenidad, una paz absoluta…), ganar ya la baza del paisaje, del escenario natural; otra cosa será que la historia, en sí misma, sea bastante marciana e incoherente.
La filmación, eso sí, es elegante y profesional; está Kiko Maíllo a los mandos, así que en ese sentido no hay problema. Pero a ratos parece como si hubiera prisa, sobre todo en el primer y último episodio, en los que todo es muy rápido y sintético; a veces solemos quejarnos de que las series se alarguen en exceso, rellenando de “paja” los capítulos para dar un mayor número de episodios (y cobrarlos, claro…), pero en este caso tanto el planteamiento como el desenlace están despachados con demasiada rapidez, con un “vámonos que nos vamos” que no se termina de entender: así, la tragedia de la familia de la niña desaparecida, y sobre todo la de la abuela (coraje), tendría que macerarse más, cargarla de razones para que, cuando la yaya se ponga en plan “gore”, entendamos su desesperación, el hecho de que ya le dé igual ocho que ochenta con tal de recuperar a su nieta.
Estamos entonces, en nuestra opinión, ante una intriga un tanto tópica, poco novedosa, formalmente bien hecha pero con poca personalidad, en lo que tiene toda la pinta de ser un encargo, o bien un audiovisual presentado a la productora a Netflix para hacer caja, aprovechando esa voracidad de las audiencias de las plataformas de “streaming” a las que nos referíamos al comienzo. Tiene algunas escenas con un bien conseguido suspense, pero también incurre en una de las lacras del cine y la televisión de nuestro tiempo, el gusto por el tremendismo, que además adquiere una crueldad adicional al ser infligido en parte por una tierna (bueno, no tanto…) abuelita: rodillas rotas a martillazos, tijeras clavadas a sangre fría en una pierna, además de (esto ya no lo hace la yaya, menos mal…) una persona (sí, vale, era un cabrón con patas…) literalmente aplastada por una prensa con un coche encima…
El final, como decimos, está resuelto de un plumazo, aunque es cierto que, cinematográficamente, permite a Maíllo, como director (y a Martínez, como creador), marcarse un homenaje a la famosa escena de La noche del cazador con Shelley Winters sumergida, en un guiño cinéfilo que siempre se agradece…
Correcto trabajo de Kiti Mánver como protagonista absoluta; Álvaro Morte compone un personaje muy peculiar, un capomafia a nivel local, metido siempre en temas chungos, sediento de venganza, con una fisonomía y una forma de hablar que con frecuencia da miedo, aunque con un acento andaluz que en ocasiones resulta un tanto exagerado.
(24/11/2025)