CINE EN SALAS
Confesamos que con Paul Thomas Anderson tenemos una relación amor/odio poco habitual; lo decimos porque es un cineasta que goza, en general, de gran predicamento, pero al que en nuestro caso hay veces que nos interesa, y otras que no tanto. Entre las primeras estaría Boogie Nights (bueno, más o menos…), pero sobre todo la magnífica Magnolia, y también Licorice Pizza; entre las segundas, que han gustado mucho a otros, pero no a quien esto escribe, estarían Pozos de ambición y El hilo invisible. Pues ahora toca, con esta Una batalla tras otra, esa segunda faceta que nos parece menos interesante en Anderson.
La peli (con guion del propio director) se inspira muy libremente en la novela Vineland, publicada por el eterno “nobelable” (ya saben, candidato al Nobel de Literatura) Thomas Pynchon allá por los años noventa, una intriga entre lo político y lo delincuencial ambientada en los procelosos años sesenta y setenta en los USA, en los ambientes revolucionarios de la época (Panteras Negras, etc.), en su lucha más bien imposible contra todo el sistema instituido en el país, que terminó, como cabía esperar, como el rosario de la aurora para ellos. Anderson traslada la acción a nuestros días, con un largo prólogo que se desarrolla hacia 2010, y hace una lectura muy libre sobre el texto de Pynchon, tomándose muchas libertades. Aquí tendremos a Bob, revolucionario tirando a carajote (o a simple, no queda demasiado claro…), metido en una organización (ficticia) conocida como “75 Francés” (sí, como el famoso cóctel), que perpetra atentados contra organismos e instituciones de Estados Unidos. Allí conoce a la muy radical Perfidia (qué propio el nombre…), una mujer afroamericana con la que iniciará una relación sentimental, a la par que ésta también tiene un encuentro sexual esporádico con Lockjaw, un militar de alta graduación más bien zumbado, fascinado por el supremacismo blanco pero a la vez encandilado por tener sexo con negras… Perfidia, embarazada, da a luz a una niña llamada Willa; cuando la mujer es atrapada tras un atraco fallido, tendrá que decidir entre pasar toda la vida en la cárcel o delatar a sus colegas revolucionarios…
Algunas de las películas de Anderson (las citadas como que nos interesan poco serían un buen ejemplo) tienen un problema, y es que con cierta frecuencia, al menos parcialmente, se nos da una higa lo que nos cuenta. Aquí ocurre en toda la primera parte de la peli, en ese larguísimo prólogo que sucede hacia 2010, con el memo de Bob con su manía de explotar petardos (se adivina que es lo que le pone, como al tonto del pueblo…), su enamoramiento de la efervescente radical afroamericana, y su conversión en “padrazo” cuando ambos se convierten en progenitores de la pequeña Willa, que para Perfidia no es más que un engorro en su fanática lucha. Pero todo esto, qué quieren que les diga, tiene el mismo interés que una mosca posada en una mesa… ninguno. Menos mal que, cuando la acción se centra, 16 años después, en el prota simplón y su hija de esos mismos años (bastante más espabilada que el padre, afortunadamente), que, tras una delación ambos quedan al descubierto, la historia se adensa y gana en atractivo. Tendremos entonces una trama que se desarrolla a varias bandas: Bob por una parte huyendo pero también buscando la forma de reencontrarse con Willa; la hija escapando con una camarada de su padre de máxima confianza; Lockjaw buscando a Bob, pero sobre todo a Willa, porque cree que la adolescente puede ser hija de aquel revolcón ocasional que tuvo con Perfidia, y, de ser así, tiene que eliminarla para poder acceder a un (abyecto, digámoslo ya) llamado Club de Amantes de la Navidad, siendo esa época del año, la navideña, metáfora de lo blanco (por la nieve, claro), o, lo que es lo mismo, una forma eufemística de denominar una secreta (o, al menos, discreta) asociación, con gente muy poderosa, que aspira a la supremacía de la raza blanca, sin mácula, y a poco menos que esclavizar (o eliminar físicamente, no queda claro…) a las demás. Por supuesto, de ser Willa hija suya, eso jugaría en contra del descerebrado coronel que quiere tener un puesto entre semejante gavilla de cabrones racistas, así que se entiende el empeño que le pone a la cosa (después ya veremos que el tema le sale regular…).
Tenemos, entonces, una primera hora tirando a bostezante, que se podría haber resumido en media, e iba que chutaba, alargando de esta manera innecesariamente una peli que se hace eterna; y eso que la segunda parte, como decimos, está bastante más entonada, con esa persecución cruzada, con Bob, Willa, Lockjaw, más el aditamento de un matón (eso sí, exquisitamente blanco y vestido de marca…) de los supremacistas, en una intriga que se sigue con interés, además con la peculiaridad de que buena parte de los integrantes de la misma tienen algún tipo de tara: Bob, con su simpleza a cuestas, acrecentada por años de darle a la priva y al canuto; Lockjaw, con su paranoia militaroide y su esquizofrenia entre su tendencia al supremacismo blanco y su rijosidad con las negras; el matón racista, obviamente con un tornillo flojo (o más bien toda la maquinaria cerebral…) si de verdad cree que hay una raza humana superior a otra. Así que un duelo “a tres” de tarados surtidos, con algunas escenas estupendas, como la persecución en coche en unas carreteras californianas con más ondulaciones que el pelo de Bisbal (rodadas en Borrego Springs), lo que permitirá a Willa demostrarle al racista blanco que, si hay alguien superior, es ella, una mulata, sobre él, tan pálido como una casa encalada de un pueblo andaluz.
Irregular, entonces, la película gana en esa segunda parte, como decimos, pero el aburrimiento de la primera hora no nos lo quita nadie. Por supuesto, la peli está impecablemente filmada: Anderson es un estilista, aunque sin el preciosismo de un Scorsese, pero estamos hartos de decir que la forma ha de estar acompañada por el fondo, y aquí hay casi media película en la que no hace falta tomar melatonina para echar una siesta…
Estamos, por supuesto, ante una peli con un evidente subtexto político, que vendría a poner de relieve el duro enfrentamiento que actualmente mantienen en los USA por un lado los triunfantes y exultantes trumpistas, y por otro los alicaídos demócratas y gente de carácter liberal (en el buen sentido, no en el de “neoliberal”); pero nos parece demasiado extremoso: al lado de estos tíos supremacistas del Club de Amantes de la Navidad, hasta el trumpista más radical parece Gandhi… y por la otra parte, los miembros del 75 Francés se parecen muchísimo más a sangrientos terroristas que conocemos bien, como los del IRA o no digamos nuestra ETA, que a los muy pacíficos y tolerantes miembros del Partido Demócrata; y es que si la pugna fuera de verdad la aquí descrita… ¡pobres Estados Unidos!
Buen trabajo actoral, con un DiCaprio que últimamente parece haberle pillado el gusto a los personajes torpes, o carajotes, o directamente idiotas (No mires arriba, Los asesinos de la Luna…), más un Sean Penn que hace toda una creación de otro imbécil, el militar obsesionado a la vez con la negra y con los blancos; Teyana Taylor hace una revolucionaria tan radical y fanática que, llegada al poder, probablemente haría bueno a Stalin… Benicio del Toro, por fin, resulta curioso en su papel de instructor de artes marciales mexicano, al que sus pupilos llaman, lógicamente, “sensei”, maestro en japonés…
Eso sí, la peli se permite algunas escenas de humor negro que no se le habrían ocurrido ni a aquel tándem perito en la materia que eran Berlanga y Azcona: hablamos de las llamadas telefónicas del memo de Bob a su contacto dentro de la organización clandestina para conocer el punto de encuentro cuando se desata la persecución contra él y su hija; las escenas, con las contraseñas que se intentan dar entre él y el probo camarada que le atiende, no desmerecen demasiado del famoso “sketch” de Martes y Trece del “Encanna/Empanadilla”…
(04-10-2025)
160'