Pelicula:

Estreno en Rakuten.


Disponible también en Apple TV y Prime Video.


El cine de Paul Thomas Anderson podrá gustar más o menos, pero lo cierto es que, como poco, habría que calificarlo de singular. De hecho, de él apreciamos moderadamente Boogie Nights (1997), en la que aún se le veía algo torpe en el uso de los recursos cinematográficos pero tenía la osadía de poner en pantalla, veladamente, la vida y milagros (bueno, a veces las frases hechas son poco adecuadas...) de John Holmes, un portento del cine porno (ya se imaginan por qué...), para posteriormente encandilarnos con su espléndidamente altmaniana Magnolia (1999), una de las mejores películas de la década de los noventa, un extraordinario friso social, emocional, humano. Posteriormente su carrera se ha espaciado en el tiempo, con algunos títulos como Pozos de ambición (2007) y El hilo invisible (2017), muy jaleados por la crítica pero que nos parecen más bien huecos, aunque hay que reconocerles una gran calidad formal y una intencionalidad también muy particular.

Anderson simultanea su carrera como director de largometrajes de ficción con una quizá más lucrativa, la de realizador de vídeos musicales, actividad en la que ha grabado productos para cantantes como Aimee Mann, Fiona Apple y Radiohead, entre otros. En los últimos tiempos los vídeos musicales han estado casi siempre al servicio de Haim, un grupo californiano, especializado en rock clásico, compuesto por Alana Haim y sus hermanas Este y Danielle. Pues precisamente Alana es la protagonista de esta Licorice pizza, y una de sus agradables sorpresas, aunque no la única...

La acción se desarrolla en el Valle de San Fernando, popular zona residencial situada en el norte de Los Ángeles, hacia 1973; de hecho, uno de los sucesos históricos de fondo, con relevancia en la trama, será la crisis del petróleo desatada por la OPEP en ese año como respuesta a la enésima derrota de los países árabes ante Israel y su fiel aliado Estados Unidos. En ese contexto conocemos a Gary, actor juvenil que ha trabajado ya en varias producciones televisivas; tiene 15 años y cuando conoce a Alana, de 25, se siente instantáneamente enamorado. La diferencia de edad, además de otras vicisitudes, hará que la pareja, en una relación entre la amistad, el amor platónico y la sociedad empresarial, tenga altibajos notables a lo largo del tiempo, mientras conoceremos a algunos personajes reales o ficticios (aunque inspirados en auténticos), que tendrán también una incidencia significativa en estos dos enamorados con frecuencia renuentes...

Ciertamente nos parece que Paul Thomas Anderson ha retomado con esta curiosísima Licorice pizza el buen pulso que en los últimos años (ya sabemos que en esto vamos a contracorriente...) nos parecía que había perdido. Aquí hace un homenaje nada vacío, ni nostálgico, hacia los primeros años setenta, aquellos años de efervescencia en los que Estados Unidos perdía por primera vez una guerra en territorio extranjero, la de Vietnam, y el mundo cambiaba a ritmo vertiginoso. En ese paisaje social y humano conoceremos a estos dos personajes tan peculiares, el chico pletórico que quiere ser actor pero también hacerse rico en un pispás, enamorado hasta las trancas de una mujer que le lleva diez años, y la joven que, como dice en un momento dado, no sabe muy bien qué hacer con su vida, sin darse cuenta de que, de una forma u otra, siempre está relacionada (y la relación es mutua) con un imberbe con acné y una década menos de edad.

El film avanza a base de prolongados flashes de las distintas etapas que recorrerán ambos a lo largo de ese año de 1973, con sus pequeños logros empresariales y/o amatorios y sus fiascos, en una narración que prioriza las sensaciones a la mera relación de hechos de la pareja, con un fino humor de corte irónico, con frecuencia a vueltas con la diferencia de edad de los enamorados, pero también con una mirada cáustica sobre aquellos años en los que todo el mundo parecía necesitar un urgente pase por la peluquería, y no digamos por un estilista que evitara los imposibles atuendos de la época, como esa especie de traje de primera comunión con rechinante camisa fucsia que viste el prota en la última secuencia.

Aparecen, como decimos, algunos personajes ficticios vagamente inspirados en reales de los setenta, como los que componen Sean Penn y Tom Waits, pero también alguno con su nombre y apellido, como Jon Peters, el que fuera productor y pareja de Barbra Streisand, retratado aquí como un petulante, un engreído narcisista encantado de haberse conocido y con una irresistible tendencia a cepillarse cualquier mujer que se le pusiera a tiro, aquí con una composición un tanto satírica (en su doble acepción...) a cargo de un Bradley Cooper que parece habérselo pasado pipa en el papel.

El conjunto es armónico, y, por una vez, las dos horas y pico de duración están justificadas. Pudiera pensarse que, a la vista de la trama, es mucho metraje, pero Anderson, hábilmente, modula las escaramuzas amorosas de los amantes que quieren serlo pero no lo son, con curiosas microhistorias de sus respectivas y convergentes existencias, como la de la venta de camas de agua, la apertura de un salón de “pinball” o la ayuda en la campaña de un concejal con esqueleto en el armario.

Buena, distinta, esquinada película esta Licorice pizza, agradable sin ser buenista, hecha de pequeños detalles en una relación compleja, por el tiempo en el que sucede, por la cualidad de menor de uno de los miembros de la pareja, por el hecho de ser ambos reticentes, cada uno a su manera, a lo que a ojos de todos los demás parecía obvio.

Qué bien están los protagonistas: Alana Haim, en su primer papel como actriz, demuestra un desparpajo y una seguridad desarmantes: pareciera que llevara toda su vida interpretando cine... No es de extrañar que se haya llevado ya un buen puñado de premios de todo tipo, sobre todo de asociaciones de críticos, que han visto con buen ojo el estupendo trabajo como actriz de esta hasta ahora solo cantante y música. Como curiosidad, toda su familia, los Haim, interpretan a la familia en la ficción de Alana, con un resultado óptimo por su frescura y credibilidad. Chapó también para el jovencísimo Cooper Hoffman, del que se puede decir, a la castellana manera, que “de casta le viene al galgo”: el hijo del admirado y llorado Philip Seymour Hoffman apunta muy, muy buenas maneras; es creíble, dúctil, transmite emociones con facilidad... nos parece que este chico tiene, como diría Vicente Aranda, un brillante porvenir.

Un personaje más de la peli es su aspecto, su textura como de film de los años setenta; por supuesto contribuyen a ello tanto la ambientación material (atrezzo, vestuario, vehículos...) como la banda sonora de Jonny Greenwood, componente de Radiohead, el compositor de cámara de los últimos Anderson, incluyendo en la banda sonora memorables canciones de la época; pero también es relevante en ese aspecto el “look” de la película, con esos colores puros pero un tanto desvaídos tan típicos de las producciones “seventies”, algo a lo que el realizador ha dado tanta importancia como para hacerse cargo, junto a Michael Bauman, de la dirección de fotografía, disciplina en la que hasta ahora solo había aparecido en los créditos de algunos de sus cortos, aunque ya en El hilo invisible actuó como tal, aunque sin acreditar.

La película está nominada a tres Oscars, aunque probablemente no se lleve ninguno: no parece que sea una obra “oscarizable”, al menos para los parámetros por los que se rigen los académicos de Hollywood...

(16-02-2022)


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133'

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Licorice pizza - by , Jun 24, 2022
3 / 5 stars
Buena, distinta, esquinada película