Pelicula:

Alguna vez habrá que estudiar cómo influyó el Neorrealismo italiano en el cine norteamericano de los años cincuenta, un cine yanqui en el que no sería difícil rastrear las huellas de ese fenómeno cultural y artístico itálico, en films como Marty o La escalera oscura, ambas de Delbert Mann, o Donde la ciudad termina o Más fuerte que la vida, ambas de Martin Ritt. También el siempre interesante Richard Brooks participó en parte en ese tipo de cine que buscó acercarse a la realidad cotidiana del país, una especie de neorrealismo a la norteamericana que, por supuesto, contó con características propias de su sociedad. Con bastante frecuencia, como era de prever, los directores que cultivaron ese tipo de cine profesaban ideologías izquierdistas, como fue el caso de Ritt, miembro del Partido Comunista Americano.

Brooks, que se inició como guionista, se pasó pronto también a la realización, y lo cierto es que, si bien no podríamos incluirlo en la nómina de grandes directores USA de la edad dorada de Hollywood (años treinta, cuarenta y cincuenta), sí que podríamos situarlo merecidamente en una segunda línea de creadores que, sin llegar a la genialidad de un Hawks, un Ford, un Preminger, un Ray, un Wilder o un Lang, supo hacer un cine muy interesante, llegando al público con facilidad con historias que no eran un mero entretenimiento (aunque entretenían, y de qué modo...), sino que aportaban elementos que permitían a públicos medios plantearse casi subconscientemente temas sobre los que, de otra manera, quizá nunca se hubieran parado a pensar. Aunque empezó a dirigir a mediados de los años cuarenta, no sería hasta mediados de los cincuenta cuando alcanzó su mejor etapa, que se alargaría durante dos decenios (sus últimos films, ya en los ochenta, fueron más bien alimenticios), con títulos tan atractivos como La gata sobre el tejado de zinc, El fuego y la palabra, Dulce pájaro de juventud, Los profesionales, A sangre fría, Con los ojos cerrados y Buscando al Sr. Goodbar, entre otros.

Como se ve, una filmografía granada y ecléctica, siempre muy solvente y percutante. Esta Banquete de bodas también es otra de sus buenas películas de ese doble decenio de oro de Brooks, y es uno de esos ejemplos genuinos de la influencia neorrealista en el cine yanqui. La película se ambienta en el tiempo de su rodaje, a mediados de los años cincuenta, en Nueva York. Conocemos entonces a Tom Hurley, un humilde taxista al que se le pone a tiro, por fin, poder comprar un taxi de segunda mano y dejar de ser asalariado de otro. Ya en casa, conocemos a Aggie, su mujer, Jane, su hija casadera (de hecho tiene novio desde hace tiempo), y al tío Jack, hermano de Aggie, un viejo cascarrabias que vive con ellos. La hija les dice que se va a casar, porque el novio tiene que marcharse de viaje por su trabajo, y así se marchan juntos. Tiene que ser muy pronto, pero quiere que sea una boda sencilla, sin fastos de ningún tipo. La madre no está de acuerdo con esa sobriedad, quiere que su hija tenga un banquete de bodas como Dios manda, pero el marido se opone, pensando que eso arruinará la posibilidad de, por fin, establecerse por su cuenta. A partir de ahí se desata una controversia entre todos los miembros de la familia, incluido el tío, que se siente ninguneado cuando piensan no invitarle a la boda, y hasta la familia del novio, que son de una clase social superior a los Hurley. Todo ello parece que va a dar al traste con la hasta entonces razonable paz familiar...

La película, como queda dicho, juega abiertamente la carta del realismo cotidiano: sus protagonistas son gente corriente, con conversaciones normales, pero no por ello banales: todas tienen su enjundia (de esto podían aprender algunos de nuestros guionistas “realistas” actuales), en un solvente y sólido trabajo de Brooks, quizá de los menos conocidos de su carrera, pero con el buen nivel general que tuvo su cine a partir de mediados de los años cincuenta.

Podría considerarse una mirada no demasiado benévola sobre la vida matrimonial, en especial con respecto a la que se ofrece de los padres de la novia, Aggie y Tom, dos personas que viven juntas, que ocasionalmente se han acostado para procrear, pero poco más. Algunos enfrentamientos entre los cónyuges abonarían esa impresión de desafección sobre el vínculo marital, aunque un final feliz (más bien poco creíble...) intenta eludir esa sensación. También es cierto que ello se contrarresta con la visión de la nueva pareja de novios, con ella, Jane, muy sensata y con sentido común, realmente enamorada de su novio, Ralph, que sinceramente le corresponde, en una parejita ciertamente idílica que solo tendrá problemas entre ellos cuando se plantee el tema del banquete de bodas que no querían pero que las convenciones sociales y las apariencias (y, sobre todo, el deseo de la madre de que la hija tenga lo que ello no tuvo...) están presionando para que se haga. Por cierto que en esos rifirrafes hay una escena muy curiosa (ojo, estamos a mediados de los años cincuenta...), en la que Jane y Ralph, en la casa de este, dudan entre quedarse o irse al cine; tras un morreo de ambos, ella dice, “mejor nos vamos al cine”; se entiende porque si no van a terminar en la cama, y no precisamente para dormir... ahí, sin duda, se ve la mano del rijoso Gore Vidal, como guionista, sobre la obra teatral original de Paddy Chayefsky.

Habrá también lugar (como corresponde, siendo un film de clara vocación realista, casi costumbrista) para el chismorreo que podía provocar en aquella época el hecho de hacer una boda rápida, eso que entonces se llamaba una “boda de penalti”, aunque hoy suene de lo más casposo.

Algunas de las escenas de mayor tensión tendrán lugar entre los cónyuges maduros, Aggie y Tom, dos personas obligadas por las circunstancias y la vida a (con)vivir, aunque en realidad nunca se quisieron. Por supuesto, Bette Davis y Ernest Borgnine, ambos intérpretes sublimes, hicieron toda una creación en estos duros enfrentamientos en los que saldrán a la luz todos los agravios de una amarga vida en común.

Hay una segunda línea argumental paralela que aporta cierto toque humorístico, la del tío Jack, al que la renuencia inicial a invitarlo a la boda empujará, casi sin pretenderlo, a intimar con una amiga con la que finalmente se casará, confirmando las imprevisibles consecuencias del efecto mariposa: de una boda a la que no se le invitaba terminará en otra en la que él, el viejo y empedernido solterón, será uno de los protagonistas... En esa línea hay, como decimos, cierto tono de humor soterrado, casi picarón, que sirve como contrapeso a la dureza de la línea central en torno al banquete de boda. Barry Fitzgerald hace toda una creación de ese tío Jack, con los que quizá sean los mejores diálogos de la película, que él dice con la sabiduría del viejo que ha estado en mil batallas interpretativas, aportando el toque de humor irónico adecuado para que la historia no sea tan depresiva.

(22-01-2025)


Dirigida por

Género

Nacionalidad

Duración

94'

Año de producción

Trailer

Banquete de bodas - by , Jan 22, 2025
3 / 5 stars
Neorrealismo a la norteamericana