Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS

Aunque el término Film Noir se empezó a aplicar en los años treinta y cuarenta del siglo XX, en los EE.UU. (para designar un género con temáticas policiales, de intriga o suspense), muy pronto se generalizó en otros países y el vocablo Noir tomó un significado propio que el público pronto identificó, a pesar de su origen francés. Y como sucedía también en otros géneros no tenía por qué ser rígido en sus premisas, y éstas podían incluir aspectos  y ramificaciones de tipo social, de denuncia, políticas, históricas, costumbristas...

Así sucedió -como en tantos otros casos- en la cinematografía argentina, con realizadores como Fabián Bielinsky, Lucrecia Martel, Luis Puenzo, Fernando Trapero, Fernando Ayala... con el agravante en este país del hecho de estar viviendo los últimos años de la dictadura militar entre finales de los setenta y primeros ochenta. Y en ese contexto difícil y peliagudo surge la figura de Adolfo Aristarain, que tras varios años en España como ayudante de dirección y/o guionista vuelve a su país natal y se integra -como los otros ya citados- en la oposición y denuncia la problemática del gobierno de los militares. Primero ¿disimula? con cintas juveniles y musicales como La playa del amor y La discoteca del amor, bastante discretas, pero ya en el inicio de los ochenta nos da un díptico rotundo y esclarecedor con Tiempo de revancha y Últimos días de la víctima, la primera más de denuncia sobre la explotación obrera, y ya la segunda volcada hacia el cine negro y de intriga, pero siempre con un toque latino y porteño.

Estamos ante la historia de Mendizábal (siguiendo la novela homónima de José Pablo Feinnman -alabada por todos, y coautor del guión con Aristarain-). Un asesino a sueldo, un tipo tan atildado y detallista como cruel e implacable, al que le encargan liquidar a un tal Külpe. Vive en un bloque de pisos que tiene enfrente otro similar, queriendo ser modernos, en un entorno casi rural y de gente con dificultades. El liquidador ya lo conocemos al ejecutar a un empresario, y vemos que se mueve en ámbitos de economía sumergida, negocios rivales y trapos sucios, donde también entra la política. Mientras, se hace simpático a la portera y encargada del bloque, que sólo disfruta cuando le dan unos billetes como persuasión.

La víctima vive enfrente, en el otro bloque, y para preparar el trabajo nuestro protagonista se sirve de un potente teleobjetivo para vigilarlo –a través de visillos- y saber sus rutinas y horarios. Entramos así en juego sutil, habilidoso, al tiempo que le vemos con otras gentes del entorno, ante los que se muestra como un tipo agradable, que charla con una madre en apuros, a la que ayuda con algo de dinero o arregla la cometa de su hijo. Nos metemos así en un ámbito costumbrista, en tanto el asesino recibe visitas anónimas, que les dan consignas e instrucciones. Pero en este "tiempo de observancia" - como bien podríamos titular- surge un elemento dispar y no previsto. Por las noches aparece por casa de la víctima una visita, una atractiva rubia (protagonizando encuentros amorosos) que encauza un inesperado erotismo que va llegando a lo sexual, como comprobamos en el sudor que Mendizábal se seca una y otra vez mientras mira por el objetivo, en inteligente detalle que remarca Aristarain.

Las ausencias de su piso del tal Külpe le llevan a arriesgarse -mediante un hábil uso de una ganzúa- a penetrar en su apartamento, donde se inicia el tramo final que vuelca -en buena parte- todo lo que habíamos visto y pensado hasta el momento. Esa pirueta termina de clasificar la cinta como intriga policíaca antes que cualquier otro género, cerrando una película ciertamente inteligente, dotada de un suspense psicológico que la hace coincidir con la novela que da el armazón argumental, quedando patente en ambas que este sicario no es más que una pieza (otra más) de un peligroso juego que lo supera y lo condena, y que él ignora, llegando a un inesperado, brillante y violento desenlace. En el epílogo volvemos a ver a la portera parlanchina, gozosa otra vez, con un buen puñado de pesos en su mano...

Y hablar del cine de Aristarain nos lleva -inevitablemente- a su actor fetiche, un Federico Luppi siempre espléndido y que rodó numerosas  cintas con otros directores, como los que ya citamos más arriba. Una buena parte de la valía de la cinta reside en él y en el buen elenco, que completan el inevitable Ulises Dumont, junto a Soledad Silveyra o China Zorrilla. También la banda sonora o la fotografía de Horacio Maira nos indican el alto nivel técnico del cine argentino de estos años. Otros títulos de valía, como Un lugar el mundo (con José Sacristán o el propio Luppi) o la excelente Martín (Hache), ya en 1997, con Cecilia Roth y Juan Diego Botto, alargan la carrera de Aristarain en una lista multipremiada en su Argentina natal y también en España, tanto en los Goya como en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva.

Cerrada su trayectoria en 2004 con la película Roma (nombre de la protagonista, que incorpora Susú Pecoraro), con la distancia que dan los años transcurridos, es casi obligado reconocer que la cumbre creativa de este realizador se materializó en los dos títulos sucesivos que se dieron en los primeros años de la década de los ochenta, con ésta que hemos comentado y con su antecedente Tiempo de revancha. Y  si estuviésemos obligados a elegir entre una y otra, nos quedaríamos con la primera, ejemplo máximo de un cine de denuncia, hecho con una habilidad y originalidad que -por simple cuestión de argumento y género- no podía darse en la que hemos glosado hoy, que juega en otro campo, y es lógico que sus muchos aciertos estén a niveles más estilizados y sorpresivos...


(01-12-2024)


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90'

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Últimos días de la víctima - by , Dec 01, 2024
3 / 5 stars
Cine "noir"... porteño