Paul Thomas Anderson se hizo un nombre con dos éxitos sucesivos, Boogie Nights (biografía camuflada de la vida de John Holmes, estrella del porno de grandes encantos…) y, sobre todo, Magnolia, donde demostró una inusual capacidad para trasmitir emociones con una puesta en escena vibrante y potente. Con Embriagado de amor no alcanzó esas cotas, y ahora con Pozos de ambición (traducción más que libre para el original There will be blood, algo así como Habrá sangre) parece que tampoco, aunque el film ha sido multinominado (cuando escribo estas líneas aún no se conocen los premiados) a los Oscars.
La historia se ambienta en el proceloso comienzo del siglo XX, cuando la fiebre de los buscadores de petróleo sacude Estados Unidos. En ese contexto, a un pequeño extractor con hijo putativo le llega el soplo de un territorio inexplorado que rebosa oro negro, y el hombre pasará por encima de todo para explotar aquellas tierras y convertirse en un magnate, aunque por el camino se dejará todo lo que de bueno había en su vida, hijo incluido...
El problema del film de Anderson es, seguramente, su tendencia a la grandilocuencia: todo en él tiene que ser más grande que la vida, “bigger than life”, como dicen los ingleses o norteamericanos. Los pozos son inmensos; los muertos en las extracciones se producen de forma tremebunda; cuando se produce un escape es el más grande jamás visto; no hay momento que aparezca un pozo en el que no haya un accidente… y así sucesivamente; e igual en la relación del protagonista (un intenso Daniel Day-Lewis, quizá demasiado intenso…) con sus congéneres: con su hijo, ya sea niño o adulto; con el falso predicador con el que se las tiene tiesas; con su ficticio hermano; con sus competidores… y así “ad nauseam”.
Tal parece una carrera del protagonista por hacerse con el Premio al Tipo Más Desagradable del Mundo, así, todo con mayúsculas; y lo cierto es que, si existiera, conseguiría tal galardón sin despeinarse… Pero, claro está, esa intención por hacer del personaje central la suma de todas las abyecciones no ayuda, precisamente, al discurrir de la historia, no confiere verosimilitud a este drama que se quiere realista, pero que presenta en pantalla a un personaje de imposible identificación para el espectador.
Así las cosas, Pozos de ambición peca de megalómana, de falta de credibilidad y de contar con un armazón narrativo medianamente creíble. Todo gira en torno al protagonista, y cuando éste renquea en sus actos, todo se viene abajo. Es cierto que se cuenta con una muy pulcra ambientación, con unos medios técnicos notables y unas interpretaciones en general consistentes, pero el conjunto no llega a alcanzar el tono de calidad que cabe pedirle, a estas alturas, al autor de Magnolia. Y todo eso no lo cambiará ni el (posible) hecho de que esta madrugada, en el Kodak Theater, le caigan unos cuantos Oscars…
(24-02-2008)
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