30/12/2025
ESTADOS UNIDOS
Del país ahora gobernado por Donald J. Trump (malos tiempos los tiene cualquier sociedad…) nos han llegado varios films que nos han parecido interesantes, algunos incluso francamente buenos. De estos últimos citaremos tres que, curiosamente, se suelen adscribir (aunque eso no sea enteramente así…) al género de terror.
La que más claramente se podría incluir en esa temática sería la estupenda Weapons, la película de Zach Cregger que ha sacudido, y de qué manera, los esquemas del género, en un film que comienza con la aterradora desaparición de 17 niños a una hora concreta de la misma madrugada. A partir de ahí se desarrolla una sobrecogedora filigrana en varios actos, vista la historia desde distintas perspectivas de personas que han estado relacionadas, de una forma u otra, con esa extraña e inextricable desaparición.
También de miedo es Los pecadores, la nueva película del cineasta afroamericano Ryan Coogler, hasta ahora más conocido por sus “blockbusters” vinculados al superhéroe Black Panther, pero que aquí se nos revela como un personalísimo cineasta que nos cuenta una historia de vampiros muy distinta, imbricada en el racismo irredento del profundo Sur USA, y además en un ambiente (la Gran Depresión, el blues…) también muy sugestivo y escasamente representado en la temática vampiresa.
Y la tercera, y muy buena, teóricamente es de terror pero en realidad no lo es, más bien es filosófica, o vital, o existencialista, o humanista (o mejor, todo a la vez…), La vida de Chuck, basada en un relato de Stephen King (de ahí la teórica -y falsa- adscripción…), con dirección de Mike Flanagan, perito en terrores, pero en terrores con contenido, no del socorrido “gore”, es una historia subyugante donde las haya, espléndidamente servida por un grupo de actores magníficos: desde Tom Hiddleston a un viejo y sabio Mark Hamill, pasando por Chiwetel Ejiofor y el jovencísimo y talentoso Jacob Tremblay, ya adolescente.
Las vidas de Sing Sing, de Greg Kwedar, juega en otra liga, la de los dramas regeneradores, la historia (basada en hechos reales) de un grupo de presos en la famosa cárcel del título, adscritos a un programa estatal denominado “Rehabilitación a través de las Artes” (supongo que Mr. Trump lo habrá borrado ya de un plumazo…), en el que presidiarios con vidas infectas buscan volver a ser humanos, como dice uno de los personajes centrales, en una peli irregular pero que cae irremediablemente bien.
En un tono muy distinto tenemos Una casa llena de dinamita, con dirección de la veterana Kathryn Bigelow (una de las primeras directoras comerciales que surgieron en Hollywood, ya hace casi medio siglo, y también la primera cineasta ganadora de un Oscar como tal), un potente artefacto de tensión sobre una media hora en la que el mundo está a las puertas de irse al garete por un lanzamiento nuclear, una historia contada desde varias perspectivas que enriquecen el relato, no limitándose a ser un mero producto superficial sino que busca profundizar en el ser humano puesto en situaciones desesperadas.
Y Steven Soderbergh, del que casi siempre esperamos lo mejor, este año se ha descolgado con dos buenas propuestas, muy distintas: Presence, un film de terror visto a través de la mirada del fantasma que habita la típica casa encantada, además mediante el recurso del plano subjetivo (está vista “desde los ojos del fantasma”, para entendernos), y lógicamente también mediante largos planos secuencia, en un film pequeño pero cautivador. Mucho más costeada es la otra peli de Soderbergh de este año, Confidencial (Black bag), con un dúo de intérpretes de primera fila, Cate Blanchett y Michael Fassbender, ambos espías, ambos emboscados por alguien con mucho poder dentro de la “compañía”, en un intrigante juego de alta tensión exquisita, estilosamente puesto en escena por un autor que es ya un clásico del Hollywood moderno.
ASIA
Del gran continente en el que algunas de sus potencias están emergiendo como los estados que dominarán el mundo futuro (China, India) hemos podido ver varios films de interés; así, de la mentada India nos ha llegado Secretos de un crimen, un muy interesante thriller dirigido por una mujer, Sandhya Suri, sobre una viuda que se hace cargo del empleo de policía de su marido muerto al intentar controlar una manifestación, para implicarse personalmente en un caso de bárbara violación (bueno, esto es una redundancia: ¿qué violación no es bárbara?) y posterior asesinato, en una historia que desvela el poder que las clases altas siguen manteniendo en el país de Gandhi (en puridad, en todos los países, pero en algunos más…).
De Irán, o mejor de la resistencia al oprobioso régimen de los ayatolás, nos han llegado dos pelis notables: una es La semilla de la higuera sagrada, dirigida en la clandestinidad por Mohammad Rasoulof, la historia de una familia en la que el padre ha sido ascendido a juez de instrucción, y de cómo cierto hecho en principio banal desencadenará una espiral de violencia y degradación en el clan, todo ello en el marco de las recientes revueltas de hace unos años en los que el régimen, quizá por primera vez en su casi medio siglo de inicua existencia, se vio contra las cuerdas por un estallido social sin precedentes.
Y la otra peli persa es Un simple accidente, la nueva cinta que ha rodado, también en la clandestinidad (como todas las suyas desde hace tres lustros) el heroico Jafar Panahi, una historia con reminiscencias del becketiano Esperando a Godot, en el que se plantea el dilema entre venganza o perdón, una película milagrosa por cómo se hizo, pero también, y sobre todo, una película necesaria que habla de la disyuntiva del ser humano ante la posibilidad de ejercer el “ojo por ojo” o bien buscar en el futuro la esperanza perdida en el pasado.
Y la cuarta película que nos llega de Asia lo hace nada menos que desde Palestina (con la colaboración de un puñado de cinematografías occidentales, pero también de países árabes); se trata de La voz de Hind, film de la tunecina Kaouther Ben Hania, que recrea los hechos reales que tuvieron lugar un día de Enero de 2024, en el transcurso de los masivos ataques que el ejército israelí lanzó a gran escala sobre Gaza, con la excusa de la inicua matanza que perpetró Hamás el 7 de octubre de 2023; ese día un coche ocupado por varios miembros de una familia palestina fue alcanzado por los disparos de los militares judíos; todos murieron, menos una niña de 6 años, la Hind del título, que consigue comunicarse por teléfono con la Media Luna Roja palestina para pedir ayuda. El dramático tiempo en el que desde la oficina del organismo filántropo intentaron enviar una misión para rescatarla se convertirá en una pesadilla que (recordémoslo) fue real, hasta el punto de que la voz de la niña que escuchamos es, efectivamente, la que grabaron los medios técnicos de la Media Luna Roja aquel fatídico día. Película tremenda pero tan precisa, tan indispensable, nos recuerda (por si las noticias de los telediarios no son suficientes) la atroz, insoportable, ilegítima venganza que el gobierno israelí está cometiendo desde hace ya demasiado tiempo contra un pueblo indefenso.
LATINOAMÉRICA
Del amplio subcontinente de los países americanos en los que se hablan lenguas romances (español, mayormente, pero también portugués y, minoritariamente, francés – salvo Canadá, que juega en otra liga…-) nos ha gustado este año especialmente la película brasileña Aún estoy aquí, de nuevo basada en hechos reales (venero que aporta mucho material interesantísimo al cine, por supuesto), con dirección del cineasta brasileiro Walter Salles (ya saben, el de Estación Central de Brasil y Diarios de motocicleta), que nos cuenta la historia verídica de un arquitecto (antiguo diputado izquierdista) secuestrado durante la dictadura militar que sufrió el país carioca durante los años sesenta, y, sobre todo, de cómo su mujer tuvo que apechar no solo con la tarea de sacar adelante el hogar y la numerosa prole, sino también luchar para conseguir la liberación de su marido y, cuando fue evidente que había sido asesinado por los militares que se lo llevaron, al menos para que el estado así lo reconociera. Todo ello en una película ejemplar, que da miedo sin prácticamente presentar en pantalla los episodios de tortura que están dados en off, para que el espectador pueda imaginárselos por su cuenta.
Ilustración: Una imagen de la lacerante La voz de Hind (2025), de Kaouther Ben Hania.