Pelicula:

CINE EN SALAS


Desde 2009, fecha en la que el cineasta iraní Jafar Panahi fue detenido en su país por asistir al sepelio de una joven muerta en una revuelta que pedía libertad para las mujeres, su vida cambió radicalmente. Aunque ya con anterioridad a esa fecha había rodado algún film que, solapadamente, buscaba denunciar al régimen liberticida (su película Fuera de juego, en 2006, sobre varias mujeres que se disfrazaron de hombres para poder asistir a un partido de fútbol, algo prohibido por el abyecto régimen de los ayatolás), a partir de entonces se convirtió en un apestado para la dictadura teocrática persa, a pesar de lo cual, y de la prohibición de rodar más películas en su país (y de salir del mismo, con lo cual creyeron aquellos clérigos hideputas que le cercenaban la posibilidad de seguir haciendo cine), Panahi se las ha arreglado para rodar películas en la clandestinidad, en concreto seis largometrajes, además de algunos episodios dentro de films colectivos y varios cortos. Con esos seis largos ha conseguido, además, dos de los premios más codiciados del universo fílmico mundial, el León de Oro de Venecia (para Los osos no existen) y la Palma de Oro de Cannes (para esta Un simple accidente). Otras de sus pelis de este período de rodajes ilegales, igualmente estupendas, con frecuencia fascinantes, han sido Esto no es una película, Taxi Teherán y Tres caras.

Quiere decirse que, aparte de los valores cinematográficos de la filmografía clandestina de Panahi, su cine tiene un plus de dificultad, cual es el de rodar sin permisos, siempre en entornos que no sean fácilmente identificables por los torvos lacayos del poder, y en unas condiciones con frecuencia angustiosas por la necesidad de rodar el plano para salir corriendo sin que pillen al exiguo equipo con el que el cineasta trabaja (actores, actrices, cámara -con frecuencia él mismo-, sonidista, y pare usted de contar…). Así que, al valor fílmico de su cine hay que añadir la temeridad de un hombre (y de los otros miembros del equipo de rodaje, hombres y mujeres) de la que hacen gala todos ellos.

Lo cual no quita para que, en ocasiones (por ejemplo, aquí), esas dificultades del rodaje puedan pasar cierta factura al resultado final. Pero, incluso así, la película sigue teniendo un interés evidente. Aquí la historia se ambienta en algún punto de Irán, en nuestro tiempo. Vemos a un hombre conduciendo su coche; viaja con su mujer, en avanzado estado de gestación, y con su hija pequeña, como de 6 años. En ese viaje nocturno atropellan a un perro; el golpe con el animal daña el coche, teniendo que dejarlo en un taller para que lo vean. Pero el encargado del taller, Vahid, al oír la peculiar forma de andar del conductor, con una pierna ortopédica, cree identificar ese sonido con el que hacía el torturador que, años atrás, lo martirizó junto a otros miembros de la disidencia; ansioso de venganza, lo sigue, y poco después, en la calle, lo golpea e introduce inconsciente en su furgoneta. Pero cuando lo va a enterrar vivo en medio del campo, el apresado le dice que se ha equivocado, sembrando la duda en Vahid, quien entonces, con su carga atada en la furgo, va buscando a antiguos colegas de la resistencia que también fueron torturados por Eghbal (el odioso nombre del verdugo), para intentar dilucidar si, finalmente, el hombre maniatado en la parte de atrás de su vehículo fue quien le atormentó con castigos físicos que le dejaron secuelas de por vida…

El cine iraní recurre con cierta frecuencia a hacer paráfrasis de obras literarias de relevancia mundial, como Asghar Farhadi hacía en El viajante (con Muerte de un viajante, de Arthur Miller, lógicamente). Aquí nos parece que Panahi presenta una visión muy libre (de hecho, citan su título expresamente en un momento dado del film) de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, la más conocida obra del Teatro del Absurdo, en la que dos personajes esperan la llegada de ese tal Godot que no termina de llegar nunca. Aquí, lo que se espera a lo largo de casi todo el metraje es la certidumbre de si el asustado tipo metido en un cajón en la furgo es, o no, aquel Eghbal que los torturó a todos (porque Vahid, en su periplo para confirmar su sospecha de que el apodado El Cojo es quien dice no ser, va incorporando a otros damnificados), y en esas están durante todo el día y buena parte de la noche.

En esos dimes y diretes, con distintas posturas enfrentadas (venganza o perdón, esencialmente), iremos conociendo, por las conversaciones cruzadas entre ellos, o por explosiones de ira, cómo aquel individuo (como personificación del odioso régimen teocrático que reprime con crudelísima dureza cualquier disensión) los torturó a todos, los destrozó física y, sobre todo, moralmente. Hay, entonces, una reflexión sobre la postura filosófica, casi existencial, por parte de la resistencia hacia aquellos que actuaron como verdugos, con distintas visiones de lo que habría que hacer con ellos, desde las más templadas, las que consideran que matar a aquel sujeto sería actuar como ellos, rebajarse a ser matarifes ellos también, a los que, en el otro extremo, buscan la venganza cuanto más dolorosa mejor, para sentirse reconfortados por los sufrimientos padecidos.

Panahi no toma partido (siendo él mismo, como sabemos, uno de los represaliados por el abyecto régimen), dejando que sus personajes hablen y debatan, a veces hasta la extenuación, mientras se trasladan de un lugar a otro, intentando confirmar (o desmentir) la canallesca naturaleza de quien ahora parece un pobre infeliz, quizá erróneamente identificado (o no…). Ello le sirve también a Panahi para dar voz a la resistencia, a la que él mismo pertenece, esa que, por obvias razones de censura, nunca tiene presencia (al menos de forma directa, sin parábolas) en el cine iraní, y por primera vez vemos, entonces, a personajes que encarnan a personas que se opusieron (y se siguen oponiendo, aunque ahora intenten rehacer sus vidas, tras el martirio sufrido) al régimen de los ayatolás, en el contexto diario, en el Irán de hoy, aunque enfrascados en una tarea que, por elevación, viene a plantear la pregunta que subyace en la película: ¿qué hacer con los que torturan en nombre de un régimen (o de un dios, da igual…)? ¿cuál sería la postura humana correcta, la aplicación del bíblico “ojo por ojo”, o la del perdón?

Habrá que decir pronto que, aunque este Un simple accidente tiene un interés obvio en su planteamiento, ha habido cosas que han impedido que sea tan buena como otras pelis anteriores de Panahi. Y es que aquí la anécdota argumental no parece dar de sí como para rellenar 105 minutos, de tal manera que un recorte de un cuarto de hora o así podría haberla aligerado de cierta ganga redundante (sí, ya sabemos que en Esperando a Godot la redundancia es consustancial a lo que se cuenta, pero ésta es una peli solo inspirada en la obra teatral…). Tampoco ayuda el hecho de haber tenido que rodar aprisa y corriendo antes de que lleguen los odiosos “guardianes de la revolución”, esos que matan a adolescentes por llevar un mechón de pelo fuera del chador. Eso sí, esa prisa en el rodaje permite pequeñas joyas, como varios planos secuencia en los que los actores y actrices interpretan sus papeles durante minutos y minutos, a veces con explosiones de rabia, como las que tienen lugar en las escenas en la trasera de la furgoneta, cinco o seis actores, más el cámara, metidos todos en un espacio reducidísimo, todos discutiendo a grito pelado; también una de las últimas escenas, con el apresado atado a un árbol y dos de sus víctimas intentando que confiese, es de una violencia moral, más que física, atroz, rodada del tirón, sin engañifas digitales. Y el último plano de la película… uf, ese último plano, en el que todo queda en suspenso, un plano de nuca y, en off, un sonido horrísono, un ruido de peculiares pasos, que lo deja todo abierto…

Sobre los intérpretes conviene resaltar que casi todos ellos hacen su primer trabajo ante una cámara (salvo el que hace del tipo apresado): no debe ser fácil encontrar actores profesionales dentro de Irán dispuestos a afrontar la represión del gobierno islámico participando en una película contra el régimen. Eso, es lógico, lastra en ocasiones la peli, en la que la declamación es fundamental, y a algunos de ellos se les nota un tanto faltos de naturalidad en sus parlamentos.

Pero, con todo, esos pequeños defectos (metraje excesivo, actuación a ratos poco creíble) no desmerecen el film, que, aun con sus errores, llega con facilidad al espectador, en una película en la que a ratos hay también cierto tono como de comedia negra (se han citado los nombres de Berlanga y Azcona, nada menos), especialmente en la secuencia en la que los protagonistas llevan a la mujer del apresado al hospital cuando se pone de parto, con humoradas que parecen no estar hechas a posta… pero están ahí…


(23/10/2025)



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105'

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Un simple accidente - by , Oct 24, 2025
3 / 5 stars
Venganza o perdón