CRITICALIA CLÁSICOS
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A lo mejor esta crítica/reflexión podría titularse también "Ingleses (perdidos) en Nápoles" o "A los pies del Vesubio" o también "Los dos ingleses sin amor", pero desde luego cambiar su exacto y conciso título original por eso de "Te querré siempre" no parece lo más adecuado y casi podría pensarse que se exagera una sola interpretación de su historia, cuando en realidad tiene varias. Como ya sabemos que la cosa va de un viaje por Italia, no nos sorprende el inicial plano del interior de un coche, con el volante a la derecha, con lo que ya sabemos que la pareja que lo ocupa viene de las británicas islas, of course. Ella es Katherine y él es Alex y han venido a tierras italianas porque han heredado una mansión en el golfo napolitano. Y enseguida intuimos que la cosa no va bien entre ellos, con frases y miradas que podrían calificarse "con la escopeta cargá", en términos coloquiales de pareja.
Katherine es Ingrid Bergman y Alex es George Sanders. La sueca tenía ya una brillante carrera en Hollywood, con cintas de Michael Curtiz, George Cukor, Hitchcock o Leo McCarey, y Sanders era un sólido y dúctil actor que lo mismo hacía de crítico teatral en Eva al desnudo que de caballero medieval en su siguiente film, Ivanhoe. Y el director, Rossellini, uno de los pilares fundacionales y fundamentales del neorrealismo, que en los momentos en que se rueda el film estaba casado con Ingrid Bergman, tras un episodio inusual cuando ella (entusiasmada al ver la inolvidable Roma, ciudad abierta) le escribe y le dice que estaría encantada de rodar con él. Vuela a Italia, acaban unidos, pero ya no iban bien las cosas en el rodaje de esta otra película que comentamos.
El ciclo se cierra, pues, y actores reales y actores del film casi se copian mutuamente. Para completar, Sanders estaba mosqueado por el sistema anárquico del rodaje y eso se nota, lo que complacía al realizador, porque pensaba que así enriquecía a su personaje. Vemos pues a una pareja en descomposición, con Ingrid sin maquillaje y Sanders en plan cínico, un tanto perdidos entre sí y en el ambiente caótico de una Nápoles que no entienden en cuanto salen de su villa o los lujosos hoteles que frecuentan. Él busca amistades y whiskies para matar su aburrimiento, mientras le dice a su mujer que se vaya a ver estatuas, museos, las fumarolas del Vesubio o las ruinas de Pompeya, éstas en una secuencia que recoge realmente el descubrimiento de los cuerpos de una pareja, sorprendidos por la mortal erupción del Vesubio.
Así, por libre, transcurre el film, que ya empezó torcido porque iba a ser una adaptación de Dúo, una novela de la francesa Colette, de 1934, y cuando estaba escrito el guión y todo preparado hubo problemas con los derechos de autor, y todo se vino abajo. El principal productor, Marcello D’Amico, suplicó a Rossellini que hiciera algo para salvar el proyecto y de ahí el tono improvisado de los diálogos, o el carácter casi documental de muchas secuencias, o los plantones del director al equipo, levantándose tarde o yéndose a la playa a bucear... A pesar de todo el film tiene momentos magníficos, como todas las escenas de Katherine sola al volante, despotricando en voz alta y desahogándose sobre Alex. O toda la escena final, multitudinaria, que recoge otra situación real, la procesión en Maiori, - junto a la capital -, de la Madonna Addolorata, cuando se produjo un presunto milagro (que las cámaras recogen documentalmente), y un caótico gentío arrastra a la asustada protagonista, hasta que el marido la rescata y se funden en un abrazo.
¿Final feliz? O más bien final abierto de una cinta que tuvo graves problemas para estrenarse, con un año sin distribución, y cuando al fin pudo verse en las pantallas fue un fracaso en taquilla, a pesar de la fama y el prestigio de todos sus componentes. Su autor siguió dirigiendo y logró otra cumbre en su carrera en 1959 con El general de la Rovere, espléndida, como la interpretación de Vittorio de Sica. Luego se pasó durante varios años a la televisión, para probar otro medio de expresión. En cuanto a la crítica, fue muy favorable a esta Viaggio in Italia, sobre todo los franceses de Cahiers du Cinéma, siempre un pelín exagerados, que la consideraron como un paso innovador en el cine moderno y que "abre una brecha hacia un cine de la modernidad", en palabras de Jacques Rivette.
Ya posteriormente, con más sosiego, se ha visto en ella un precedente de Antonioni (y sus dubitativos personajes), Godard, Fellini (con su personal costumbrismo) o Alain Resnais, contando también con Martin Scorsese entre sus seguidores (que estuvo casado con Isabella Rossellini, hija de Roberto e Ingrid), mostrando su admiración en My voyage to Italy, 1.999, un largo documental de más de 4 horas sobre sus raíces italianas y la huella presente en su cine. Así, entre unos y otros, se completa una cinta polémica y valiosa, que muestra (como pocas) la mezcla de vida real y la ficción que hay en la creación de una película.
85'