Disponible en Movistar+.
(En honor a la flamante Premio Nobel de la Paz, la activista iraní por la libertad Narges Mohammadi, encarcelada en su país por defender los derechos de las mujeres, recuperamos la crítica de una de las estupendas películas de otro represaliado por la teocracia persa, Jafar Panahi).
La peripecia vital del director, actor, productor, montador, director de fotografía y guionista iraní Jafar Panahi (Mianeh, 1960) merecería seguramente un monumento, si no fuera porque lo ideal sería conseguir que pudiera realizar su obra en paz, cosa que está lejos de conseguir. Porque Panahi, desde los primeros años de este siglo XXI, no hace sino tener problemas con las rígidas autoridades teocráticas de su país, Irán, donde desde hace más de cuarenta años gobiernan inmisericordes los clérigos chiíes herederos del ayatolá Jomeini, haciendo bueno al gobierno del Sha, que ya era un hideputa de marca mayor... Desde principios de este siglo, decimos, Panahi está chocando permanentemente con el gobierno persa, primero por su película Fuera de juego (2006), en el que un grupo de chicas iraníes se disfrazaban de chicos para poder asistir a un partido de fútbol, al estar vedado en el país de Jerjes el acceso de mujeres a los estadios, con lo que ya tuvo serios problemas con la censura; posteriormente, a partir de 2009, por su actitud inequívocamente solidaria hacia otras personalidades de la cultura que habían sido reprimidas por el régimen, a Jafar se le ha sido detenido, juzgado por actividades contra el estado, prohibido ejercer su profesión de cineasta, e incluso, desde julio del pasado 2022, encarcelado tras ser sentenciado a 6 años de prisión, para ser liberado bajo fianza 7 meses después, en febrero de este 2023, tras iniciar una huelga de hambre indefinida.
Desde que su cine fue proscrito, a principios de la década de los años diez, cuando cayó en desgracia ante las inquisitoriales autoridades tocadas con turbante, Panahi ha rodado en la clandestinidad un total de 6 largometrajes y varios cortos, confirmando que, afortunadamente, el despótico régimen teocrático no tiene dos dedos de frente (fanatismo e inteligencia no casan demasiado bien...) y se la cuelan por todos lados. Algunas de esas películas han llegado a Occidente, películas hechas con muy pocos medios económicos, con rodajes clandestinos pero mucho talento, films como Taxi Teherán o Tres caras. Ahora nos llega con esta Los osos no existen, rodada en iguales condiciones de precariedad e ilegalidad que las anteriores.
La historia se ambienta en Jaban, una pequeña aldea de apenas 100 habitantes, en la provincia denominada Azerbayán Oriental, en Irán, situada al norte del país, ya en la frontera con la vecina Turquía. Aquí vemos al cineasta Jafar Panahi, quien rueda de forma vicaria una película al otro lado de la frontera turca, donde está todo el equipo técnico y artístico. valiéndose de las posibilidades que internet permite para las comunicaciones; desde Jaban dirige la película en suelo otomano, la historia de dos amantes persas exiliados en el país turco, Bakhtiar y Zara; el primero ha conseguido un pasaporte falso para su pareja, pero todavía no otro que le permita a él mismo acompañarla, por lo que Zara se niega a viajar a Europa sin él. En Jaban, Panahi hace una serie de instantáneas en los alrededores del pueblo, y poco después recibe la visita de una delegación de las fuerzas vivas pidiéndole que les entregue una supuesta foto que ha tomado de una pareja de amantes clandestinos, Gozal y Solduz, enamorados ilegales al haber sido la chica prometida, cuando se le cortó el cordón umbilical al nacer, a otro joven, conforme a una costumbre ancestral que se sigue manteniendo en el pueblo; esa foto confirmaría el romance ilícito y entonces se tomarían medidas contra la pareja...
Es cierto que la película, tras la primera escena, deslumbrante por su concepción (esa primera escena es, a su vez, una escena de la película que supuestamente rueda Panahi, a distancia, desde Jaban, con su equipo en Turquía), tiene una primera parte un tanto tediosa, por cuanto las peticiones que varias personas o delegaciones (su propio casero, pero también la familia del novio supuestamente agraviado, e incluso el jefe de policía local) se hacen un tanto pesadas, con esa palabrería tan propia de las culturas islámicas, ciertamente muy hospitalarias y respetuosas, pero que cinematográficamente resultan un tanto excesivas; todas esas peticiones, por supuesto, giran en torno a la supuesta foto de la pareja de amantes clandestinos bajo el nogal, que dicho sea de paso no terminamos de enterarnos (ni falta que nos hace...) si realmente se hizo, o no; porque ello, en el fondo, es irrelevante, y funciona simplemente como el McGuffin de las películas de Hitchcock, la excusa sobre la que montar la intriga, el conflicto del film.
Es cierto también que Panahi gusta de hacer siempre un acercamiento en clave costumbrista a sus personajes, ya sea en la capital (como en Taxi Teherán), ya sea en núcleos rurales (como en Tres caras o esta Los osos no existen), buscando presentar otras mentalidades, otras formas de ver la vida, una visión de su país a ras de suelo, también otros usos y costumbres. Pero cuando Panahi se pone a hacer cine con mayúsculas, al margen de estas tentaciones costumbristas, no hay muchos directores actuales que le puedan hacer sombra.
Así, asistimos a dos historias paralelas en las que, como es frecuente en Panahi, se mezclan realidad y ficción, en este caso incluso hay hasta tres planos: realidad, ficción y de nuevo realidad... porque la historia que está rodando clandestinamente en la frontera con Turquía presenta esos tres planos: uno, el de la ficción que se rueda; otro, el de los personajes, que teóricamente se autointerpretan; un tercero, en el que estos se rebelan contra Panahi en una escena en la que ella, Zara, se dirige al director a través del mismo plano en el que está siendo filmada para la película, para expresarle su dolor porque lo que se está contando en la cinta no es realidad, su pareja no podrá ir con ella a Europa, como se cuenta mendazmente en el film...
Hay algunas escenas extraordinarias, como, en la película que se rueda en Turquía, pero a la vez aparenta ser una imagen real, la de Bakthiar borracho tras desaparecer Zara, el actor y el personaje fundidos en una sola persona, filmado desde atrás para que éste no se dé cuenta (aunque esté guionizado) de que lo está siendo, mientras llora desconsolado y habla sobre su amada, por cuya vida teme; también cuando, posteriormente, desde el interior del coche, el equipo de rodaje llega a donde, en la costa, yace el cuerpo de Zara custodiado por la policía para que Bakthiar lo reconozca: éste, ya fuera del vehículo, al reconocerlo, rompe a llorar, y desde dentro del coche alguien dice “corta, corta”... el pudor para no filmar el dolor, aunque éste sea impostado (porque afortunadamente la actriz no está muerta, claro...).
Pero si tenemos que hablar de una escena cinematográficamente excepcional, esa sería la que concluye la película (atención, lector, si eres de los que no soportas los “spoilers”, no sigas leyendo...), la extraordinaria elipsis final: cuando Panahi llega al lugar donde se ha producido la postrera tragedia, detiene el coche y, aprestándose a salir del vehículo, se suelta el cinturón de seguridad, empezando a sonar entonces unos pitidos que avisan de que ese accesorio está desabrochado con el coche en marcha. Tras conminarle su anfitrión a que siga, que no se debe arriesgar implicándose en lo sucedido, Panahi pone en marcha el coche y sigue adelante durante unas decenas de metros; continúa con el cinturón quitado, por lo que sigue sonando la señal acústica; a los pocos segundos, con el mismo plano lateral, visto desde la posición del copiloto, que se nos ha presentado desde el comienzo del plano, un Panahi serio y reflexivo detiene el vehículo, echa el freno de mano.... y funde a negro. Mientras aparecen los títulos de crédito, seguimos escuchando la señal acústica del cinturón desabrochado...
Esa elipsis final es el más extraordinario tratado de filosofía que cabe en solo unos pocos segundos de imagen y sonido: Panahi tendrá que decidir en esos segundos si pasa del tema y vuelve a la seguridad de Teherán, o si vuelve atrás y se implica en lo sucedido, no dejándolo pasar sino afrontando lo ocurrido. Porque además esa postura moral se corresponde con la que Panahi viene defendiendo en el Irán actual: podría pasar de las injusticias y dedicarse a hacer cine, en lo que tiene un bien ganado prestigio, con historias que no pisaran callos en las esferas de las autoridades del país. Pero no, él decidió hace tiempo enfrentar esas injusticias, aunque ello le suponga (como le ha supuesto) graves consecuencias: encarcelamiento, sentencias de cárcel en su contra, clandestinidad. Así que ese último plano es, en el fondo, además de una notabilísima prueba de su talento cinematográfico, hecho con mínimos recursos (un coche, un cinturón, una alarma acústica...), también una sentida reivindicación de sus postulados vitales, sociales, humanistas.
Hay también una muy interesante reflexión sobre cómo el poder utiliza el miedo para perpetuarse; en otra de las escenas del film, cuando Panahi marcha hacia la sala de juras en las que supuestamente debe confirmar que no tomó la famosa foto de la pareja bajo el nogal, es acompañado por un vecino que inicialmente le dice que lo hace porque por el camino hay osos; llegado a su destino, Panahi le pregunta por los supuestos plantígrados, y el otro le dice, no hay osos, “el miedo es poder”... También le dice, en lo que supone una herejía para el estricto régimen teocrático, que no pasa nada si jura en falso, porque de lo que se trata es de que todo el mundo se quede tranquilo, una muestra de pragmatismo que, sin duda, confirma que una cosa es lo que creen y quieren las fanáticas autoridades, y otra lo que hace el pueblo para (sobre)vivir.
En el fondo también una profunda reflexión sobre las tradiciones seculares que pueden terminar en tragedia, como es el caso, al contravenir la sagrada libertad de los seres humanos para decidir sobre sus vidas, Los osos no existen, a nuestro juicio, es una película con algunas irregularidades iniciales de ritmo narrativo que, sin embargo, en su conjunto, resulta ser una pequeña pero deslumbrante joya cinematográfica, que no desdeña mensajes de intenso calado moral, filosófico, existencial.
Muy justamente, la película obtuvo en Venecia el Premio Especial del Jurado, además de ser galardonada en otros festivales como Oslo, Trieste y Chicago.
(07-06-2023)
106'