Enrique Colmena

En pasadas entregas de esta serie ya hemos glosado algunos días decisivos del siglo XX y cómo los ha visto el cine y la televisión. Han sido, hasta ahora, el Asesinato de Sarajevo, el Asalto al Palacio de Invierno, el Ataque a Pearl Harbor, el Día D y la Bomba Atómica sobre Hiroshima.

En la (breve, si la comparamos con Europa) Historia de Estados Unidos, hay en los siglos XX y XXI tres hechos que fueron traumáticos a escala nacional: el primero, el mentado ataque a Perl Harbor por parte del ejército imperial japonés, que provocó la entrada en la Segunda Guerra Mundial de Norteamérica; el segundo sería, o así nos lo parece, el asesinato de John F. Kennedy, en pleno ejercicio de la presidencia del país; el tercero, ya en nuestro siglo, sería lógicamente el 11-S, con la destrucción de las Torres Gemelas, el ataque al Pentágono y la rebelión del pasaje en el vuelo de United Airlines para evitar que el fanático de turno lo estrellara contra la Casa Blanca.


22 de noviembre de 1963: el Asesinato del Presidente Kennedy

Pues, efectivamente, aquel magnicidio que tuvo lugar en Dallas (Texas), en la visita que hizo el presidente John Fitzgerald Kennedy junto a su mujer y a toda la corte de Washington, supuso un mazazo sobre todo el país que, tantos años después, sigue estando de plena vigencia, como demuestra el hecho de que, tras sesenta años, se sigan haciendo sobre todo documentales sobre el tema, pero también largos de ficción y miniseries, siendo un asunto que parece no agotarse nunca, quizá porque, aparte del trauma nacional que supuso, nunca tampoco se aclaró suficientemente, por lo que los conspiranoicos, esa panda de majaras, han encontrado un tema recurrente (otro...) sobre el que verter sus paranoias.

Pero al margen de esto, es evidente que en el magnicidio quedaron demasiados cabos sueltos que no se han resuelto y, lo que es más probable, nunca se resolverán. El asesinato, como es sabido, tuvo lugar mientras JFK, su mujer, Jackie Kennedy, y John Connally, el gobernador del estado (además del chófer del vehículo, por supuesto), se desplazaban por las calles de Dallas en un coche descapotable. En un momento dado, alguien disparó varias veces, acertando gravísimamente al presidente (que moriría unas horas después en el hospital donde intentaban salvarle la vida) e hiriendo gravemente al gobernador, que sin embargo salvó la vida. Las imágenes del asesinato dieron la vuelta al mundo, al haber sido filmado por varias cámaras de cine que seguían el desfile presidencial entre la multitud que lo aclamaba por las calles. Se detuvo como sospechoso a Lee Harvey Oswald, ex marine que vivió en la Unión Soviética, pero dos días después éste fue asesinado por Jack Ruby, un empresario de club nocturno. La comisión Warren, que fue encargada de investigar el caso, dio por bueno que Oswald había sido el único asesino, aunque con las hipótesis que se han vertido al papel desde aquel infausto 22 de noviembre de 1963 se podrían publicar varias enciclopedias, y no precisamente de pocos volúmenes, con tesis que se hicieron fuertes (y no sin razón) en la opinión pública, como la más que probable existencia de un segundo tirador, teniendo en cuenta que Oswald no era precisamente un francotirador de élite, ni mucho  menos, que fuera capaz de, a tanta distancia, acertar dos veces a Kennedy y hasta herir al gobernador Connally (que finalmente salvó la vida), en lo que se llamó la “bala mágica”, un único proyectil que no solo le dio al presidente sino también al gobernador que viajaba en el asiento del copiloto.

La filmografía sobre el asesinato de JFK y sus aledaños es extensísima. Por ello, nos limitaremos, como siempre, a un puñado de audiovisuales que nos parecen representativos de las decenas, si no cientos, de productos fílmicos que se han hecho sobre el tema desde hace seis décadas.

Por el orden cronológico de rodaje que nos hemos autoimpuesto, el primer film que nos encontramos se hizo muy poco después de aquellos hechos que traumatizaron a todo el país (y, en general, a medio mundo). En 1964 se estrena un documental, lógicamente de nacionalidad norteamericana, titulado For days in november (literalmente, “cuatro días en noviembre”), con dirección de Mel Stuart,  un documental que incluía la mayor parte de los registros radiofónicos y televisuales que se recogieron el día del magnicidio, e incluso algunas dramatizaciones que incluían a Oswald y su entorno. El film, que tuvo muy buena acogida, estuvo incluso nominado al Oscar al Mejor Documental, aunque finalmente lo consiguió El mundo sin sol, del comandante Cousteau.

Las múltiples teorías conspiranoicas que sobre el asesinato de JFK hicieron furor durante años tuvieron también su plasmación en celuloide, como ocurrió con Acción ejecutiva (1973), un film dirigido por David Miller, un poco brillante cineasta norteamericano en cuya filmografía figura hasta una peli de los Marx, Amor en conserva, ya de su época de declive; pero la figura principal y más influyente en esta pelí, Acción ejecutiva, nos parece que fue el guionista Dalton Trumbo, represaliado por el Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy. La película ponía en imágenes la hipótesis de que el asesinato de Kennedy hubiera sido el producto de una difusa conspiración de alto nivel que amalgamó a agentes de inteligencia, políticos ultraconservadores y grupos empresariales que se sentían afectados por las políticas de JFK, todos ellos aliados para eliminar a un personaje que les resultaba sumamente incómodo, cuando no perjudicial para sus intereses. La hipótesis planteada en la película (que de todas formas reconocía su cualidad de ficción pura y dura) era que los conspiradores habían preparado varios equipos de francotiradores que fueron los que realizaron los disparos, mientras que se preparó a Oswald, sin que este lo supiera, para que fuera el chivo expiatorio. El film, con dos estupendos protagonistas como Burt Lancaster y Robert Ryan, gozó de cierto predicamento en su momento, alentando más o menos vagamente la idea de que el magnicidio no fue cosa de un lobo solitario sino de una compleja y oscura conspiración de altos vuelos. Como curiosidad, aunque en aquella época, el primer lustro de los años setenta, no era frecuente que el cine norteamericano llegara a los países del llamado Telón de Acero, esta peli, sin embargo, sí tuvo el privilegio de exhibirse en varios de los estados que se autodenominaban “democracias populares” (aunque de democracia tenían más bien poco...), como Polonia, Hungría, Rumanía y hasta la mismísima URSS... y es que la tesis que allí se presentaba no dejaba muy bien precisamente a ese país capitalista, fascista y otros –istas también conocido como Estados Unidos...

El tercer título que vamos a comentar es la miniserie británica de 7 episodios titulada simplemente Kennedy (1983), dirigida por Jim Goddard para la ITV, el prestigioso canal independiente inglés, con Martin Sheen como JFK (curiosamente, en un audiovisual anterior había interpretado a su hermano, el también asesinado Robert F. Kennedy). La serie se centraba en los años presidenciales de John, con los eventos fundamentales de esos tres años y pico en los que habitó el Despacho Oval, tales como la invasión de Bahía Cochinos, la crisis de los misiles en Cuba, la candente cuestión racial y la guerra de Vietnam, pero también deteniéndose en aspectos más personales, como su carácter mujeriego o el escrutinio que sobre su vida (como la de todos los presidentes que le “sufrieron”) realizó el director del FBI, J. Edgar Hoover. La miniserie, muy cuidada (ese aspecto es consustancial a la televisión británica, como es sabido), incluía también, lógicamente, el trauma del asesinato de Dallas. De su calidad da idea el hecho de que estuvo nominada a varios Globos de Oro, y que consiguió varios BAFTAs.

Quizá la más famosa de las producciones cinematográficas sobre aquel magnicidio sea JFK: caso abierto (1991), la película en la que Oliver Stone (entonces pujante, tras encadenar varios éxitos: Platoon, Wall Street, Nacido el 4 de julio...) presentaba la hipótesis que, sobre el asesinato de Kennedy, planteó en su momento el fiscal de Nueva Orleáns Jim Garrison (un estupendo Kevin Costner), tras conocerse el dictamen de la Comisión Warren, que estableció la tesis oficial (en síntesis: se efectuaron solo tres disparos, el asesino fue una persona que actuó en solitario, Oswald, y el que lo mató a él, Jack Ruby, también lo hizo movido por un ansia personal de venganza). Garrison, junto a un grupo de colaboradores, investigaron a fondo el caso y llegaron a la conclusión de que tenía que existir un segundo tirador porque era imposible que la llamada “bala mágica” hiciera tantos destrozos como supuestamente hizo, lo que llevaría a la conclusión de que había existido una conspiración. La hipótesis de Garrison es, desde luego, una más de las teorías existentes sobre el tema, aunque hay que reconocer que tiene visos de realidad; en cualquier caso, Stone lo plantea con verosimilitud, que es a lo que debe aspirar una película, por supuesto, además de ser amena, como era el caso, a pesar de su considerable metraje de algo más de 3 horas. Con un reparto la mar de entonado (además de Costner intervinieron, a veces en papeles muy pequeños, actores como Jack Lemmon, Tommy Lee Jones, Gary Oldman, Kevin Bacon, Donald Sutherland, Sissy Spacek y Joe Pesci), la película contó con un presupuesto bastante holgado para la época, 40 millones de dólares, recaudando en todo el mundo cuatro veces esa cifra; en los Oscars solo consiguió dos estatuillas (y de pedrea...) de las 8 a las que optaba, con lo que parece claro que a Hollywood no le gustó demasiado esa teoría conspirativa, por lo que ello presuponía de gente de alto nivel “pringada” en un trauma nacional como fue el asesinato de JFK.

Ya en el siglo XXI nos encontramos con una TV-movie, Matar a Kennedy (2013), que fue dirigida por Nelson McCormick y producida por Ridley Scott para National Geographic, con Rob Lowe como el presidente, en una época en la que el actor que se dio a conocer por su papel de Rebeldes andaba de capa caída por cierto vídeo sexual filtrado que lo apartó de la “crème de la crème” de Hollywood, a la que parecía destinado. El film se basa en un best seller del que fueron autores Bill O’Reilly y Martin Dugard, que establecía un cierto paralelismo entre la figura de JFK y la de su asesino Lee Harvey Oswald, hasta que las vidas de ambos confluían en el fatídico día del magnicidio de Dallas.

La figura de Jacqueline Kennedy, que fue coprotagonista evidentemente involuntaria de aquel trágico día (las imágenes de la Primera Dama con su traje rosa de Chanel forman parte de la memoria colectiva de la Humanidad), también ha sido elegida en algunas ocasiones para ver el asesinato desde otra perspectiva, en este caso de la mujer que estaba a su lado ese día en el coche, pero también la que compartía su vida y su carrera política. Quizá la cinta que de forma más interesante se haya acercado a la figura de Jacqueline Kennedy, de soltera Bouvier, sea Jackie (2016), curiosamente dirigida por un chileno, Pablo Larraín, que ha realizado algunos films en el ámbito anglosajón. Con una excelente Natalie Portman como la atribulada Primera Dama, y Peter Sarsgaard como un (escasamente parecido) Robert F. Kennedy, el papel del presidente recayó en un poco conocido actor danés, Caspar Phillipson, pero de bastante parecido con el personaje que encarnaba. El film se centraba, como decimos, en la figura de Jackie Kennedy, fundamentalmente en las horas y días posteriores al atentado, en cómo aquel mazazo hizo trizas su vida, en cómo debía gestionarlo para, sobre todo, salvaguardar a sus hijos, pero también para lanzar un mensaje a la nación, un mensaje de serenidad y de saber estar. Con un ajustado presupuesto de 9 millones de dólares, su taquilla mundial supero por poco esa cifra (algo más de 11 millones), confirmando con ello, quizá, que el tema del asesinato de JFK, incluso visto desde otra perspectiva, ya a esas alturas, medio siglo después de los hechos, no interesaba demasiado. En sintonía con esa impresión, la Academia de Hollywood la nominó para tres Oscars, ninguno de los cuales consiguió, aunque ciertamente nos parece una película valiosa.

Uno de los aspectos de la cultura norteamericana más llamativos quizá sea cómo ha influido el asesinato de John Kennedy en otras artes. Así, por ejemplo, Stephen King publicó en 2011 un volumen titulado 22.11.63, una novela de viaje en el tiempo que planteaba la posibilidad de que el protagonista, llegado por esa vía a una fecha anterior al día del título (el día del asesinato de Kennedy), podría intervenir en el mismo para que no sucediera, aunque ello podría suponer (al cambiar la línea del tiempo) un desastre posterior enorme. El libro, aparte de muy bien vendido, como todo lo de King, fue recibido también con bastante entusiasmo por la crítica (cosa ya no tan frecuente...), consiguiendo varios premios de prestigio. Warner Television y Bad Robot, la productora de J.J. Abrams, coprodujeron su adaptación audiovisual en una miniserie de 8 capítulos, con igual título, 22.11.63, y con la guionista Bridget Carpenter como creadora del audiovisual, que tendría su difusión mundial a través de la plataforma Hulu, siendo, en general, alabada como una interesante mezcla del “topic” de los viajes temporales mezclándolo con un hecho tan fundamental en la historia moderna de Estados Unidos como el asesinato de JFK.

El último título que vamos a glosar en este capítulo es otra miniserie, en este caso de carácter documental, con tres episodios, titulada JFK: One day in America (2023) (literalmente “JFK: Un día en América”), una muy reciente aportación al tema, con la dirección de Ella Isobel Wright, de nuevo en un audiovisual hecho para National Geographic, con producción anglo-norteamericana, cuya novedad estribaba en el hecho de que el atentado se reconstruía a partir del testimonio de muchos de los testigos, entre ellos varios de los agentes del servicio secreto que estaban encargados de la seguridad del presidente.

Ilustración: Casper Phillipson y Natalie Portman, como JFK y Jacqueline Kennedy, en Jackie (2016), de Pablo Larraín.

Próximo capítulo: En el 80 aniversario del Desembarco de Normandía: días históricos del siglo XX vistos por el cine. El Hombre en la Luna (VII)