CINE EN SALAS
François Ozon se ha convertido, a la chita callando, en uno de los cineastas franceses más interesantes de nuestro tiempo: su cine suele ser ecléctico y, sobre todo, heterodoxo, pero sin obviar las normas del cine comercial al uso, peculiar oxímoron (ser heterodoxo y a la par ortodoxo...) que él resuelve con facilidad. Aunque empezó a dirigir cine a finales de los años ochenta del pasado siglo, es ya en este XXI en el que ha cobrado fama internacional. Sus películas se esperan con interés, presentando ya un ramillete de títulos muy apreciables, entre ellos El tiempo que queda (2005), Potiche, mujeres al poder (2010), En la casa (2012), Joven y bonita (2013), Frantz (2016) y Gracias a Dios (2018).
Con esta Cuando cae el otoño nos parece que Ozon vuelve a dar en la diana, ahora en un film que, aunque en principio parece una estandarizada historia de relaciones maternofiliales, finalmente resulta ser otra cosa, entre el thriller y el drama familiar, bastante más atractiva y, sobre todo, menos manida. La historia se ambienta en nuestro tiempo, en una zona rural en la región Borgoña-Franco Condado, en el centro de Francia. En concreto la mayor parte de las localizaciones se han hecho en el departamento de Nièvre, incluso algunas que supuestamente transcurren en París. Allí conocemos a Michelle, septuagenaria que vive en una casa en el campo, cerca de su amiga Marie-Claude, de su misma edad; ambas se conocen de cuando ejercían cierta profesión muy antigua... Michelle tiene una hija, Valérie, que guarda un sordo resentimiento hacia su madre por su pasado; ésta tiene a su vez un hijo como de 8 o 9 años, Lucas, fruto de su matrimonio con Laurent, del que se está divorciando. En una visita de Valérie y Lucas a Michelle, en el campo, la anciana les prepara un guiso de setas que ella misma ha recogido del bosque, pero Valérie, que es la única que las prueba, termina enfermando al haber algunas venenosas. A partir de entonces, la hija de Michelle, que ya tenía un odio apenas reprimido hacia su madre, le veta la posibilidad de tener acceso a su nieto, al que la yaya adora (y es correspondido por el chiquillo). Simultáneamente conocemos a Marie-Claude, íntima amiga de Michelle, habiendo sido además colega de oficio y, ahora, además, vecina; esta amiga tiene un hijo, Vincent, ya treintañero, un cabeza hueca que purga cierto delito en la cárcel...
Ozon busca aquí, y nos parece que lo encuentra, intrigar al espectador, hacerle partícipe de la trama y proponerle ladinamente opciones que él nunca afirma (ni tampoco niega...). Esa búsqueda de un espectador activo toma cuerpo en una serie de hechos que pudieran haber sucedido de una forma, o bien de otra, sobre lo que el director nunca nos dice qué es lo que en realidad pasó. Esto irritará seguramente al público gandul, que quiere que se lo den todo mascado, pero el buen cine de este siglo XXI, entre otras características (otras son bastante menos interesantes...), tiene la de no ser tajante, la de no darlo todo hecho, sino sugerir y dejar que el espectador rellene, a su parecer, los huecos que se plantean en la trama. ¿Qué pasó realmente con la hija de Michelle cuando se subió a un taburete para fumar en su terraza? ¿Cuál fue el delito de Vincent, el hijo de Marie-Claude, por el que cumplió pena de cárcel? ¿Se equivocó realmente Michelle en la selección de las setas que comió su hija Valérie?
Esas y otras preguntas quedan flotando en la mente del espectador, que puede decantarse por las distintas variantes, recomponiendo en su magín su propia historia. Ese quizá sea el mayor valor de este film la mar de curioso, que empieza como una más o menos tópica historia dramática intergeneracional, en su vertiente maternofilial, con hija renuente a la anciana madre por mor de su antiguo oficio (y porque, en el fondo, es una amargada de manual...), pero que, conforme va avanzando la trama y van sucediendo cosas, empieza a tornarse más sutil, más sugerente.
Curiosamente, y también conforme a las tendencias actuales, la película plantea (con las dudas que presenta sobre qué ocurrió realmente en cierto hecho luctuoso) la posibilidad de que, de una forma u otra, el problema de la anciana Michelle cuando se le prohíbe su afectuosa relación de abuela con su nieto, se resuelva de manera un tanto (¿cómo lo diríamos?) peculiar.
Quizá la frase que mejor defina la moraleja del film sea curiosamente un dicho español, ese que afirma, sandungueramente, que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”. Porque, efectivamente, la vida de esta anciana que sacó a su hija adelante ejerciendo una profesión que socialmente no ha estado nunca bien considerada (lo que hizo que su vástago abjurara de ella), girará positivamente para la anciana gracias a ciertos hechos (esto de no poder contar espóileres es un rollo...), probablemente no muy edificantes, pero que convergen con fortuna en un a modo de familia de heterogéneos mimbres: la abuela huérfana de hija, el nieto huérfano de madre, el hijo tarambana de la amiga (y colega de profesión), finalmente también huérfano.
Sí, ellos tres son los renglones torcidos de Dios, los que conformarán un núcleo parafamiliar desde luego mucho más sólido, mucho más basado en el amor, que el que (no) formaban la abuela Michelle, la amargada hija Valérie, el nieto Lucas como víctima colateral.
Narrada con la solvencia habitual de Ozon, que es un cineasta no solo profesional sino autoral, en el buen sentido de la palabra, la película funciona perfectamente como una taimada “feel good”, una cinta “para sentirse bien”, pero lejos del tono generalmente sentimentaloide y conservador que suele aquejar a ese tipo de cine. Muy buen trabajo interpretativo (Ozon es un gran director de actores y actrices): descuella quizá la octogenaria Hélène Vincent, la protagonista absoluta, una actriz de largo recorrido (empezó a actuar ante una cámara en 1969, nada menos...), que ha rodado a las órdenes de directores de la talla de Tavernier, Techiné y Kieslowski, y que resulta ciertamente adorable en su papel de entregada abuela. Su amiga y excolega la interpreta Josiane Balasko, en un papel entre lo cascarrabias y lo entrañable; Ludivine Sagnier resulta una convincente hija “hater”, odiadora; y Pierre Lottin, como el exrecluso de pocas luces que resultará determinante en la historia, vio reconocido su matizado trabajo en el Festival de San Sebastián con el Premio a la Mejor Interpretación de Reparto.
(19-12-2024)
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