ESTRENO EN NETFLIX
Las intrigas de corte político gozan, especialmente en las series de este siglo XXI, de gran predicamento: desde las ya veteranas El ala oeste de la Casa Blanca, Borgen o Sucesor designado, hasta las más recientes La diplomática, El agente nocturno o Los salvajes, el audiovisual que mezcla intrigas policíacas con política de alto nivel tiene casi siempre buena acogida en el público.
Es el caso de esta Día Cero, que evidentemente parte con las cartas marcadas, al contar al frente del reparto (y también como uno de los productores ejecutivos) a un monstruo sagrado como Robert de Niro, cuyo protagonismo, por supuesto, ya “vende” de entrada sin problemas la serie. Pero, por supuesto, eso hay que llenarlo de contenido, el producto no puede ser un mero cascarón. Por nuestra parte entendemos que en la serie hay suficiente “chicha” como para poder considerarla un muy digno producto comercial que, como debe exigirse en estos casos, además de amenidad y entretenimiento da ocasión al espectador para pensar, aunque sea solo un poco.
La miniserie de 6 capítulos se inicia cuando conocemos a George Mullen, expresidente de los Estados Unidos que vive retirado en su vivienda en el campo. Hasta allí llega Anne Sindler, que va a ser su “negra” para ayudarle a escribir sus memorias. De regreso de la visita, y como consecuencia de un fallo informático global, Anne tiene un accidente de tráfico y muere. El fallo informático viene precedido de un mensaje en todos los móviles del mundo que afirma que “volverá a pasar”; ese ciberataque (pues de eso se trata) provoca miles de muertos en todo el mundo, al producirse accidentes de tráfico, caídas de aviones, muertos en hospitales por falta de soporte vital, etcétera. La presidenta de los Estados Unidos, Evelyn Mitchell, ante el hecho de que sus poderosas agencias de seguridad no consiguen encontrar al responsable del ataque, ni pueden garantizar que no vuelva a suceder, crea la Comisión del Día Cero, con plenos poderes (incluso para incumplir la Constitución, si fuera necesario) y encomienda su presidencia a Mullen. Pero su hija, Lizzy, congresista (que mantiene una relación secreta con el lobista Roger, a su vez mano derecha de George Mullen...), está enfrentada a su padre, y será su crítica más severa. Mullen acepta el envenenado encargo, aunque empieza a tener alucinaciones y lapsus mentales que le preocupan...
Día Cero está firmada como creadores por dos bragados productores y guionistas, Eric Newman (entre sus créditos como productor están Hijos de los hombres y Narcos, así que un respeto...) y Noah Oppenheim (guionista de Jackie, de Pablo Larraín), y de un tercer guionista, Michael Schmidt, que se estrena como guionista y productor, siendo su profesión la de reputado periodista, experto en temas de seguridad nacional. De la puesta en escena, como realizadora, se ha encargado la veterana Lesli Linka Glatter, que lleva dirigiendo audiovisuales desde los años ochenta, y desde entonces ha estado en series tan conocidas como Policías de Nueva York, Anatomía de Grey, Urgencias, Homeland... vamos, que sabe de qué va esto...
La miniserie, además de la línea central, obviamente el ciberataque y la respuesta del poder a través de la llamada Comisión del Día Cero, contiene otras líneas argumentales secundarias, como la relación casi hostil entre Mullen y su hija, el secreto vínculo amoroso entre ésta y la mano derecha de su padre, los problemas de su enamorado con gente poco recomendable (mafia rusa, magnate felón USA –no, no es Musk, aunque podría serlo...-), y, casi en primer plano, los problemas psicológicos de Mullen, acosado por alucinaciones y lagunas mentales que (a él el primero) generan dudas sobre su capacidad para ponerse al frente de un organismo con facultades omnímodas.
La miniserie, al margen de su evidente función como entretenimiento, como la amena intriga de altos vuelos políticos que es, envía también un prístino mensaje sobre los atajos que algunos “iluminados” quieren tomar para restablecer la democracia, en un país en el que, en palabras del conspirador mayor del ciberataque (cuya identidad no se desvelará aquí, lógicamente), está dividido entre una mitad que cree que el resultado de unas elecciones son interpretables (en evidente alusión a la negación por parte de una mayoría de votantes republicanos de la derrota de Trump en las urnas en 2020), y otra mitad que ha hecho de la inclusividad y del derecho de las minorías su único interés político (en también evidente alusión al Partido Demócrata, focalizado en grupos cada vez más minoritarios mientras se olvida de las grandes masas medias y trabajadoras, como denunció el senador izquierdista Bernie Sanders). Pero para arreglar eso, vienen a decir los creadores de la serie, lo que no se puede es secuestrar la democracia; como bien dice Mullen: “todos los dictadores llegan diciendo que son provisionales...”. O, como le dice ese mismo líder conspirador, cuando Mullen toma su decisión definitiva: ”has hundido a este país”, a lo que el jefe de la Comisión del Día Cero contesta: “al contrario, haciendo lo correcto estamos cerca de salvarlo”.
Habrá lugar para uno de los (lamentablemente) grandes temas de nuestro tiempo, las cada vez más disparatadas teorías conspiranoicas, alentadas por las cloacas, uy, perdón, por las redes sociales, y también por los demagogos de turno, pero también para poner en solfa el ingente poder de los magnates tecnológicos. Pero sobre todo habrá lugar para, en el desenlace, plantear un dilema ético, profundamente moral, que se espesa y se hace durísimo emocionalmente hablando cuando ese dilema se complejiza con ramificaciones familiares y sentimentales. La pregunta del millón, a la que tendrá que responder, sin más ayuda que su propia conciencia, el expresidente Mullen, será: ¿es siempre lo correcto hacer lo correcto?
En buena medida esta miniserie es otro producto dentro de la corriente (que siempre ha existido, pero ahora cada vez más...) en la que se plantea algo así como el fin del mundo, o al menos de la civilización actual, casi la vuelta a las cavernas, en lo que se podría considerar ya casi como un subgénero.
Con inteligentes diálogos y una buena factura formal (está Linka Glatter a los mandos, recordemos...), con una realización elegante y precisa, con frecuencia detallista, en la serie se aprecia un estimable sentido del ritmo y una muy aceptable gradación del suspense. Estilísticamente se observa un remarcado gusto por los planos cenitales, que probablemente busca reforzar la imagen del poder, mejor dicho, del Poder, algo fundamental en un producto como este. Hay, es verdad, un cierto tendencia al gigantismo, una cierta espectacularización, con muchos coches negros, esos ominosos “SUV” de las agencias de seguridad USA, muchos helicópteros, mucha aparatosa parafernalia, en una ostentación un tanto grandilocuente, pero sin la que, a día de hoy, los audiovisuales que intentan reflejar las peripecias de la política de alto nivel no parecerían creíbles: y es que el Poder, además de investirlo, hay también que “vestirlo”...
La hermosa música, melancólica, intrigante, es original de Jeff Russo, un compositor muy vinculado al universo Star Trek. De Niro, al frente del reparto, hace un solvente trabajo, olvidando aquí esa actitud de “piloto automático” con la que ha afrontado muchos proyectos en los últimos años; y es que se nota (su participación en la producción así lo confirma) que se ha sentido especialmente concernido por la historia que aquí se cuenta. Del resto del reparto haremos alusión al siempre estupendo Jesse Plemons (el lobista Roger, escindido entre su lealtad a Mullen, su amor por la hija de éste, y sus adicciones), aquí llamativamente más delgado que en recientes films anteriores (estamos pensando en El poder del perro, por ejemplo); y, desde luego, a Joan Allen, cuyo papel como exprimera dama no es demasiado lucido, pero es que ella lo hace todo bien...
(22-03-2025)