Pelicula:

El lacerante, indignante y tan actual asunto de los abusos a menores en el seno de la Iglesia Católica ha sido objeto de varios films de interés en los últimos años, desde el oscarizado Spotlight (2015), en el que Tom McCarthy ponía en escena la difícil investigación que llevó a un periódico de Boston a destapar la maraña de pederastia que la iglesia local ocultaba, hasta la denuncia en clave de documental que se realizaba en Líbranos del mal (2006), de Amy Berg, que hablaba del depredador sexual padre O’Grady, cuyas violaciones fueron enmascaradas por la jerarquía eclesial, pasando por El club (2015), la demoledora cinta del chileno Pablo Larraín sobre los curas confinados en un destierro por sus pecados sexuales contra niños, o la también chilena El bosque de Karadima (2015), en la que Matías Lira contaba la historia del padre Fernando Karadima, otro violador en serie de los chicos que se le habían confiado.

Ahora es el cineasta parisino François Ozon el que afronta el execrable tema presentando en pantalla un caso real, el del padre Preynat que, durante años, abusó de niños prevaliéndose de su condición clerical, tanto monaguillos como boy-scouts, y cómo el arzobispado de Lyon, con monseñor Barbarin a la cabeza, torpedeó los intentos de algunos de aquellos niños abusados, ya adultos, cuando quisieron sacar a la luz aquella abyección, y lo que es casi peor, la ocultación de ello por parte de quienes debieron ejercer una labor de protección y, una vez conocidos los hechos, haberlos evitado en el futuro y por supuesto castigado como se merecían. Decía Jesús en los Evangelios (en tres, concretamente: Mateo, Marcos y Lucas) aquello de que “el que escandalice a un niño, más le vale que le cuelguen una piedra de molino al cuello y lo hundan en lo profundo del mar”, pero se ve que esa cita no es de las que las jerarquías católicas han tenido más en cuenta precisamente.

Ozon estructura su película con tres protagonistas distintos, concatenando sus historias de tal manera que conocemos en primer lugar a Alexandre, católico, paterfamilias felizmente casado y con cinco hijos, de misa dominical y creyente indubitable (aunque tenga algunas reservas sobre la curia) y buena posición social. Será el primero que destape todo, cuando se entere de que el padre Preynat, que abusó de él cuando era un niño y militaba en los boy-scouts, sigue vivo y con niños a su cargo en su labor sacerdotal; la denuncia ante el obispado obtiene buenas palabras, pero poco más, así que finalmente decide denunciar ante la Justicia. Conoceremos a partir de ese momento al segundo de los protagonistas, François, ateo, reputado profesional, casado sin hijos, un hombre de clase media que también fue abusado por el cura felón, y que, tras una inicial renuencia, decide tirar hacia adelante y crear una asociación, “La palabra libre”, que aglutine a las decenas, quizá centenas de víctimas del padre Preynat. El tercer protagonista será Emmanuel, aquejado del síndrome del superdotado (“cebras”, les llaman), tan inteligente que no ha podido tener una vida más o menos normal; mantiene una relación tóxica con una mujer, su relación con su padre separado es horrible, padece frecuentes ataques de epilepsia, todo ello como consecuencia de los abusos del sacerdote que traicionaba sus propias creencias cada vez que molestaba a los que estaban a su cuidado.

Esas tres historias concatenadas que se interseccionan permiten a Ozon que la película, a pesar de su larga duración (dos horas y cuarto) no canse nunca, no se haga pesada, como tan frecuentemente ocurre hoy día, en el que parece que un film no puede ser importante si no supera de largo los 120 minutos. Pero afortunadamente no es el caso: seguimos con atención la historia de cada uno de estos tres hombres que fueron agredidos sexualmente por quienes sus padres y los propios superiores del canalla consideraban apto para salvaguardar, guiar, proteger a niños que carecían de medios, de recursos, de defensas para intentar evitar aquellos atropellos.

Dura sin ser sensacionalista, la mera recreación, sin entrar en detalles, de los sórdidos encuentros del cabrón con sotana con sus víctimas infantiles remueve las entrañas del más templado. Gracias a Dios es, también y quizá sobre todo (porque el cura criminal en ningún momento niega la verdad de los hechos), un testimonio de hasta qué punto una organización largamente bimilenaria como la Iglesia Católica (inicialmente Cristiana, después con sus ramificaciones a partir de la Reforma de Lutero) ha hecho del secretismo, de la ocultación de estos execrables casos, una de sus señas de identidad, como si esconder la barbarie fuera lo mejor para perpetuar una institución que debería ser un ejemplo y que, desde luego, camuflando lo imperdonable y permitiendo su continuación al no cortar por lo sano, está desacreditándose y traicionando su propio credo.

Jugando con la narrativa epistolar, con frecuente lectura de los e-mails entre las víctimas y la jerarquía católica de Lyon, sin embargo este recurso, que en otras películas ha podido ser molesto, en este caso está plenamente justificado y su inclusión en la narración no supone un hándicap sino un elemento dinámico más para que la trama avance. También es un mérito por parte de Ozon mostrar a tres personas que en cuestión de fe son muy distintas: el católico, el ateo, el agnóstico, con lo que consigue que no sea el típico panfleto sectario anticlerical.

Tras películas tan interesantes, y tan diversas, como El tiempo que queda (2005), En la casa (2012) y Joven y bonita (2013), entre otras, François Ozon demuestra con esta Gracias a Dios su polivalencia, su capacidad para denunciar sin caer en maniqueísmos ni brochazos de trazo grueso: lo suyo es el pincel, la sutileza, pero también la emoción, la posibilidad de que contra toda esperanza, la conjunción de las víctimas con un objetivo común pueda ser algo más que una asociación pragmática, pueda llegar a establecer lazos afectivos entre algunos de sus miembros, incluso a dar sentido a la vida de alguno de ellos cuya existencia parecía destinada a irse por el desagüe de la inanidad.

Buen trabajo actoral colectivo; nos quedamos con los tres protagonistas, Melvil Poupaud, Denis Ménochet y Swann Arlaud, excelentes en sus muy distintos papeles, todos sin embargo unidos por el hecho de haber sufrido en su tiempo más desvalido, cuando los niños dependen de sus mayores, la mayor de las infamias, el ultraje sexual.


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137'

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Gracias a Dios - by , Apr 25, 2019
4 / 5 stars
Una piedra de molino al cuello