Rafael Utrera Macías

César Arconada, desde la mesa, en pie, lee:

"Se ha definido de tantos modos el arte de Charlot, que indudablemente esto nos ayuda a creer que el arte de Charlot es indefinible.

Después de todo, he aquí el primer síntoma de su excepcionalidad. Es un arte que se escapa a la definición. Tiene la complejidad de no tener límites; de no ser, concretamente, esto o aquello; de no llegar hasta allí o hasta aquí (...)

La literatura sobre Charlot es tan abundante que ella, no sólo no le beneficia, sino que predispone contra él. Llega un momento en que el hombre desapasionado de hoy -cuando Charlot ya está pasando a la Historia- se pregunta si toda su genialidad no habrá sido una fantástica hipérbole de los escritores, una especie de sugestión, de imposición. En una palabra: algo de milagro.

Pero lo curioso es que los escritores no han hecho el milagro; no han hecho sino explicárselo, cuando el milagro ya había aparecido. Al fin, serviles y serviciales siempre, han ido detrás del hecho, creyendo descubrir lo que las multitudes ya habían descubierto. Y definir no es descubrir. Al contrario, definir es dar nombre a lo descubierto. (...) Charlie Chaplin mismo es un artista ajeno a todos estos fenómenos intelectuales, y cuando oiga llamarse genial, no sabrá si efectivamente lo dicen en serio, o si se ríen de él.

Con seguridad que es el primero en no comprender las cosas que alrededor de su arte se les ocurre a los escritores. Y, además de no comprenderlas, tampoco deben interesarle mucho. Chaplin es el hombre magnífico que posee intuiciones (...). Es un artista magnífico, que está en la superficie más baja y más llana del mundo, en la confluencia de todos los hombres que no somos excepcionales (...).

El nos representa. Es uno de los nuestros. ¿Cómo vamos a calificarle con palabras que no entendemos?

¡Genialidad! Nunca. Chaplin no es un intelectual, sino un sentimental. Y genialidad -genio- es una palabra extraña tanto para él como para nosotros" (1).

Aplausos

La orquesta interpreta música original de Charles Chaplin adaptada por Edward Powell.  

Mientras tanto, un conjunto de personajes, con trajes de época, atraviesa el patio de butacas y sube al escenario por las escalerillas laterales. La compañía de aficionados "El mirlo azul" va precedida por un Charlot cuya vestimenta contrasta con la de sus compañeros.

Charlot, este Charlot de carne y hueso que parece escapado de una bobina de celuloide, saluda a los espectadores, besa la mano de las señoras, se descubre insistentemente; quiere hacerse notar como figura principal.

Replegados los actores sobre el escenario, se coloca en el lateral Benjamín Jarnés, el autor de "Charlot en Zalamea"; la prosa acotada y explicativa será leída, a modo de voz en off, por el escritor, que convierte así en texto representado lo que él mismo ha imaginado cine y ha subtitulado "film". Los mundos de Calderón y Chaplin entran en conflicto en la


Representación

- "El agrio redoble de un tambor abre en el silencio de Zalamea una ancha sima a la que van asomándose, alborozados, los vecinos. ¡Titiriteros! De una gaita zaragatera van subiendo burbujas risueñas, globitos de aire envanecido que estallan en los alféizares. Luego la voz áspera, desvencijada, del trujamán: - ¡Respetable público!

Pedro Crespo sale al oír el tambor (…) Se detiene asombrado ante un diminuto bigote, gruesos zapatones, bastoncillo nervioso, extraño sombrero.

- ¿Quién eres?
 - Charlot.  
- ¿Qué queréis?
 - Representar farsas que yo invento.
- ¿Morales?
 - Alegres. Traemos con nosotros la alegría. Hemos expulsado a Pierrot por cursi y a Tristán por llorón.  
- Sois el mismo demonio. ¡Largo...! (…) Charlot exaspera al alcalde con su farsa "Sotabanco"; hay en ella una transmutación de los valores que Crespo cree inconmovibles.
- ¡Basta ya! ¡Todos a la cárcel! La farsa es inmoral. Hay en ella una ramera generosa y un hampón honrado. Eso no es arte, es propaganda.
- Es la realidad. También suele haber honor sin patrimonio.
- Imposible. ¡A la cárcel!
 (...) Por la rendija del balcón le arroja Isabel la monedita de oro de un beso. Charlot lo recoge en el aire...
 (...) La cárcel está en silencio. ¿No conoces la historia de Isabel?
- Sólo conozco su belleza.
- Es la hija de un alcaldillo y la amante de un ajusticiado. (...)

Penetra en la cárcel la aventura. Cautelosamente, apenas desvelado el rostro, avanza Isabel.

 - Huyamos, Charlot. ¡Hacia el bosque! Allí esconderemos nuestro amor. (...)

- Perdóname, Charlot. Es toda la historia de mi vida la que busco. Lo demás fueron juegos de niños. Dame tus ojos... Déjame que los mire, que los bese... ¡Son sus mismos ojos!    
 
Charlot rechaza los labios de Isabel.  
- Yo no quiero a nadie por delegación. No soy un fantasma. Soy yo mismo.
(…) Juan: - Un vagabundo ha raptado a mi hermana.
Don Lope: - Mira, Juan, eso ya me va cansando un poco.
Juan e Isabel se van. Don Lope y Charlot quedan frente a frente.  
- ¿Qué profesión tienes?  
- Soy Charlot. Quiero ser libre. Déjeme marchar. Charlot comienza a andar. Nunca vuelve la cabeza" (2).     

Aplausos

Los actores dan las gracias. Charlot e Isabel obligan a Jarnés a saludar. Cogidos de sus manos lo sitúan en medio del escenario. El autor está visiblemente satisfecho. Los prolongados aplausos funden con la música. La orquesta interpreta una melodía épica. Las luces de la sala se van apagando lentamente porque comienza la proyección.

Ilustración: Una imagen de Charlot en El circo, de Charles Chaplin.

Próximo capítulo: Generación del 27. Homenaje literario a Charlot en el Cine-club Español (III)