DISPONIBLE EN MOVISTAR+
Existe la sensación de que el crimen nunca gana, una sensación abonada por series como CSI, en las que los policías dan con el asesino a través de alambicadas pruebas de ADN o similares, o más antiguamente, por series como Columbo, en la que nuestro tuerto favorito, Peter Falk, haciéndose el tonto, deducía quién era el criminal a base de sagaces deducciones, como anteriormente también lo hicieron brillantes detectives literarios tan populares como Sherlock Holmes, la señorita Marple o Hércules Poirot.
Pero esa sensación, me temo, no deja de ser eso, una sensación, porque la realidad pura y dura es que muchos crímenes se quedan sin resolver (véase el “el crimen de los Galindos”, por ejemplo) y otros tardan décadas en descubrirse al asesino. Pues esta serie, El caso del Sambre, es un buen antídoto para esa sensación nos tememos que infundada de que el crimen siempre paga. Esta miniserie francesa de 6 capítulos pone en imágenes el tortuoso caso real de un violador en serie que comenzó a cometer sus agresiones sexuales en 1988 y no fue detenido hasta 2018, treinta años después. Por el camino quedaron 54 violaciones a otras tantas mujeres, siendo la pena a la que fue condenado de 20 años, con lo que le salió la violación a 4 meses, qué barato…
La miniserie está estructurada de una manera cronológica, arrancando con la primera violación, en 1988, para seguir después asistiendo a otras sucesivas agresiones sexuales del sujeto en cuestión, y de las diversas tentativas (todas fallidas, menos la última) para capturarle, confirmando con ello que los estamentos policiales, con frecuencia, no se toman en serio su trabajo; al menos los encargados de este caso, desde luego, no lo hicieron. El mero hecho de que tardaran 30 años en capturar a un sujeto que tampoco es que tomara muchas precauciones para no ser detenido (violaba sin condón, por ejemplo, con lo que dejaba su huella genética en las víctimas) ya dice bien poco de los policías que investigaron el caso, pero también de la judicatura y del resto de elementos de la administración pública que debieron hacer algo más, mucho más que sestear durante tres décadas mientras un violador en serie hacía de las suyas en sus mismas narices.
La miniserie presenta esos 6 capítulos de una forma “personalizada”: cada uno de ellos lleva el nombre de una persona, y el carácter con el que aparece en el episodio. Así, tendremos, consecutivamente, “Christine, la víctima”, “Irène, la jueza”, “Arlette, la alcaldesa”, “Cécile, la científica”, “Winckler, el comandante” y “Enzo, el violador”. Desde el primer capítulo sabemos, con bastante certeza, quién es el criminal, así que la intriga no se centra en “quién fue” sino más bien en “cómo nos las arreglamos ahora para tampoco encontrarlo”, que es lo que parece que hizo la Policía francesa de la región bañada por el Sambre, el afluente del Mosa que separa Francia de Bélgica.
En el primer capítulo veremos la primera violación documentada, la de Christine, peluquera, atacada de noche, en el itinerario que recorría todos los días hasta su trabajo, junto a la ribera del Sambre. Aunque la mujer acude a comisaría a denunciar, allí no se la toman demasiado en serio y, aunque hacen algunas pesquisas, pronto queda en el cajón de los casos sin resolver. En sucesivos capítulos iremos viendo otras personas que, a lo largo de esos 30 años, intentaron identificar al violador, como una jueza que se encontró con la resistencia sorda de unos policías que echaban balones fuera permanentemente, o una científica que intentó aplicar sus técnicas matemáticas para localizar al criminal.
La miniserie parte del libro publicado sobre el tema por Alice Géraud-Arfi, quien se ha encargado de escribir los guiones junto a los también co-creadores Marc Herpoux y Jean-Xavier de Lestrade, este último oscarizado en 2005 por su documental Un culpable ideal.
Aunque inicialmente la miniserie no parece demasiado sutil, resultando un tanto impersonal, conforme van avanzando los capítulos mejora progresivamente a ojos vistas, con las distintas perspectivas de los hombres y mujeres que a lo largo de los años intentaron descubrir a aquel escurridizo depredador sexual, cuya mejor baza fue su condición de (teórico) hombre normal, con mujer, hijos, trabajo, amigos, un tipo popular que tenía aficiones tan inofensivas como entrenar a un equipo de fútbol infantil.
Hay en el audiovisual también una crítica sorda hacia las formas en las que, sobre todo en el siglo pasado, la policía afrontaba los casos de violencia sexual contra las mujeres, con mínima empatía cuando no, en el peor de los casos, poniendo en duda la denuncia o incluso, a sus espaldas, guaseándose de la víctima. También se critican errores procedimentales de bulto (no prever la posibilidad de que víctima y sospechoso se encuentren en los pasillos de comisaría; meter en el frigorífico 2 semanas unas pruebas orgánicas que podrían haber identificado al agresor) que no dejan demasiado bien al estamento policial francés, o al menos al que estuvo al cargo de este caso durante casi tres décadas. Y es que la visión que presenta la miniserie sobre la policía no es precisamente benévola, poniéndolos como un hatajo de inútiles, un cuerpo incompetente y desidioso. Tampoco el estamento judicial se libra de las críticas, especialmente el fiscal que tuvo a su cargo el caso, quien, a pesar de las evidencias, nunca creyó que existiera un violador en serie en la zona.
Y es que El caso del Sambre denuncia todo aquello que conspiró para que aquel tipo infecto tardara 30 años en ser atrapado, no sólo por la vagancia de una policía apática, sino también por un poder judicial poco dado a sumar dos y dos, o unos partidos políticos que priorizaron otros temas menores, que afectaban a sus intereses, antes que a la existencia de un depredador sexual.
Busca la miniserie un realismo que resulta premeditadamente “vintage”, dado que se ambienta en buena parte hace décadas. También interesa la poliédrica forma en la que se afronta el caso del violador, desde la judicial hasta la científica, desde la política hasta la que busca su resolución a través de la auscultación exhaustiva de los más nimios detalles de las diversas violaciones. Como signo de estilo, gusta que las agresiones sexuales no sean nunca presentadas en pantalla, solo el antes y el después, buscando quizá con ello no echar más leña al fuego al sufrimiento de las víctimas de las violaciones.
Entre los aspectos menos positivos habría que reseñar el hecho de que las caracterizaciones de los personajes no son demasiado buenas: a pesar de que transcurren treinta años entre el primer y el último capítulo, los distintos roles que aparecen desde el principio apenas tienen cambios físicos a lo largo de los años.
Como decíamos al principio, esta serie es el mejor antídoto contra esa impresión generalizada de que los crímenes nunca quedan impunes o se resuelven en un santiamén… Aquí, con un tipo que actuaba siempre con el mismo modus operandi, del que se conocían detalles concretos (siempre llevaba un gorro de lana, desprendía un fuerte olor a aceite industrial, dejaba siempre su semen en el cuerpo de las víctimas), tardaron 30 años en capturarlo. Cabría preguntarse ante este “true crimen”, ¿cuántos criminales campan a sus anchas sin que la justicia los alcance? Casi mejor no nos lo preguntamos…
En conjunto, nos parece que estamos ante una interesante intriga, bien urdida, que denuncia acremente la inacción y la desidia de las autoridades encargadas de perseguir el delito y poner al delincuente a buen recaudo; también, es cierto, cuenta las extrañas carambolas que permitieron que aquel cabrón con patas actuara impunemente durante tres décadas sin ser capturado.
Los actores y actrices, bien, en una interpretación que se puede considerar “coral”, al no haber ningún protagonismo claro. Aunque casi todos son poco conocidos, sí hay dos, Olivier Gourmet (el comandante que, gracias a su tenacidad, atrapó al canalla) y Clémence Poésy (la científica que buscó su identificación a base de números) que sí gozan de bastante fama fuera de Francia.
(01-08-2025)