Rafael Utrera Macías

Proyección: El circo

Producción, guion y dirección: Charles Chaplin.
Fotografía: Rolland H. Totheroh.
Cámara: Jack Wilson y Mark Marklatt  
Decorados: Charles D. Hall y William E. Hinckley.
Intérpretes: Charles Chaplin, Allan García, Merna Kennedy...

En la persecución, la astucia del inocente acorralado convierte el truco en exorcismo contra su aparente culpabilidad; ésta se disuelve caleidoscópicamente en la sala de los espejos mientras que en el barracón de feria magnifica su dignidad y encubre su descaro transformándose para la ocasión en autómata de mecánico movimiento.  

El circo, refugio definitivo, convierte a Charlot en intérprete excepcional donde una comicidad, espontánea, produce vibrantes aplausos mientras otra, intencionada, acarrea soporífero aburrimiento. El empresario circense descubre que el caos charlotiano genera la risa de su espectador.

Al comenzar el rollo 3, Fernando Vela lee este comentario:

- "Apenas Charlot se presenta de espaldas en El Circo cuando ya la multitud comienza a reír. Algo semejante, si bien en trágico, debió de acontecer en Grecia cada vez que Edipo salía a escena a quedarse ciego. Charlot nos trae en su leve equipaje un surtido de trucos como quien trae un surtido de juguetes.

Los trucos de Charlot son a lo cómico como el plano de Galileo a toda la ciencia mecánica.

Son lo cómico puesto al desnudo, en claro, reducido a sus componentes más simples y esenciales.

Charlot está siempre entre la espada y la pared, sobre la cuerda floja. Pero también siempre, en el momento exacto, una intuición repentina le salvará.

En su menudo cuerpo se albergan efectos, recursos, resortes que, en cuanto son oprimidos un poco, se disparan como gatillos. Charlot ve ante sí el niño de la ensaimada y le roba un bocado, seguro de encontrar la disculpa justa. Charlot pone agua sola a hervir; una gallina pasa; Charlot ve, como en línea de puntos, el huevo en la embocadura, y sigue al animal hasta apoderarse del huevo.

Charlot ha quitado la silla al director del circo; en la última milésima de segundo, el brazo de Charlot, con una precisión mecánica de biela, pone la silla.

Charlot reivindica el instante, la inventiva que sólo trabaja en el apuro y la urgencia. Charlot vive discontinuamente, por instantes, el tiempo que le dura la cuerda.

Carece de pasado y futuro. Entra lanzado por la puerta giratoria del cine, se recupera y vuelve a salir. Vive en el momento; se sume en la circunstancia y la aprovecha. Le da alegremente ese bocado que roba al niño distraído; recibe la cartera robada, la devuelve; acepta y reintegra dones, favores y desdichas de la suerte, sin que en el fondo quede el naufragio de las afecciones rotas, del amor desgraciado, del odio a la tristeza. El público ríe ante el espectáculo de este hombre impráctico en medio de una vida mecanizada" (3).
                     
Aplausos.

El hambre es factor inherente a la condición del vagabundo: sus comidas se inician, se interrumpen, nunca acaban satisfactoriamente.

Cuando Charlot se integre en el circo, ya no volverá a comer; también el amor hace olvidar el hambre. El Circo evidencia la chapliniana imposibilidad de integrar al vagabundo en el selectivo universo femenino.

Por ello se convierte en la crónica de un triángulo imposible en el que la amistad pura de Charlot no cabe en el amor de Merna, la amazona, y Rex, el equilibrista.
   
La orquesta interpreta "La violetera" mientras en la pantalla aparecen los rótulos de

Luces de la ciudad
  
Producción, guion, música y dirección: Charles Chaplin.
Fotografía: Rolland H. Totheroh, Gordon Pollock y Mark Marklatt.
Decorados: Charles D. Hall.
Intérpretes: Charles Chaplin, Virginia Cherrill, Harry Miers, Allan García...

El sistema de valores victorianos del que se sirve Chaplin no impide distinguir lo que pertenece al sentimentalismo, donde un vagabundo ofrece el amor a una florista ciega y recibe la amistad de un millonario borracho, de lo que corresponde a la comicidad, originada por una banda sonora temerosa de aniquilar la gran belleza del silencio, pero de la que proceden gags elocuentes.

Rollo 2. "El suicida", escena preexistente, se integra en los temas generales del film con sutiles modificaciones: el Charlot hambriento que mordisquea un mendrugo de pan, olvidado por los pájaros en la solitaria Nochebuena londinense, se convierte en enamorado que huele la rosa del amor comprada en un día de primavera.

En la primera versión, el vagabundo, sin dinero, sin amigos, sin hogar, se iba al diablo sin su mendrugo de pan.

En la segunda...
Puente del Támesis. Un borracho, traje de etiqueta, intenciones suicidas. Un vagabundo, bastón en mano, flor en el ojal.

Charlot, con argumentos en pro de la vida, intenta detener al obstinado que manipula, pedrusco y soga, utensilios de muerte.

La piedra machaca el pie izquierdo del vagabundo; la cuerda engancha la cabeza de Charlot mientras el borracho se libra fortuitamente de ella; el suicida arroja el pedrusco al río y Charlot ... se va tras él.

Empujones, traserazos, hacen caer en el agua a uno y a otro por separado, primero, a los dos, juntos, después.

Salvados ambos, se abrazan, mientras un guardia, mirada severa, porra en mano, pone punto final a la situación. Charlot encuentra un amigo y recupera la rosa.

La fragilidad de la memoria en el estado sobrio de un millonario borracho, la recuperación de la vista en una florista ciega, son determinantes e imponderables en la vida futura del vagabundo. Una comedia en forma de pantomima.

Jorge Luis Borges sentencia las secuencias así:

Luces de la ciudad, de Chaplin, ha conocido el aplauso incondicional de todos nuestros críticos; verdad es que su impresa aclamación es más bien una prueba de nuestros irreprochables servicios telegráficos y postales, que un acto personal, presuntuoso.

¿Quién iba a atreverse a ignorar que Charlie Chaplin es uno de los dioses más seguros de la mitología de nuestro tiempo, un colega de las inmóviles pesadillas de Chirico, de las fervientes ametralladoras de Scarface Al, del universo finito aunque ilimitado, de las espaldas cenitales de Greta Garbo, de los tapiados ojos de Gandhi? ¿Quién a desconocer que su novísima "comédie larmoyante" era de antemano asombrosa? En realidad, en la que creo realidad, este visitadísimo film del espléndido inventor y protagonista de La quimera del oro, no pasa de una lánguida antología de pequeños percances, impuestos a una historia sentimental. Alguno de estos episodios es nuevo; otro, como el de la alegría técnica del basurero ante el providencial (y luego falaz) elefante que debe suministrarle una dosis de "raison d’etre", es una reedición facsimilar del incidente del basurero troyano y del falso caballo de los griegos, del preterido film La vida privada de Elena de Troya.

Objeciones más generales pueden aducirse también contra City lights. Su carencia de realidad sólo es comparable a su carencia, también desesperante, de irrealidad. Hay películas reales: El acusador de sí mismo, Los pequeros, Y el mundo marcha, hasta La melodía de Broadway; las hay de voluntaria irrealidad: las individualísimas de Borzage, las de Harry Langdon, las de Buster Keaton, las de Eisenstein.

A este segundo género correspondían las travesuras primitivas de Chaplin, apoyadas sin duda por la fotografía superficial, por la espectral velocidad de la acción, y por fraudulentos bigotes, insensatas barbas postizas, agitadas pelucas y levitones portentosos de los actores. City lights no consigue esa irrealidad, y se queda en inconvincente. Salvo la ciega luminosa, que tiene lo extraordinario de la hermosura, y salvo el mismo Charlie, siempre tan disfrazado y tan tenue, todos sus personajes son temerariamente normales.

Su destartalado argumento pertenece a la difusa técnica conjuntiva de hace veinte años. Arcaísmo y anacronismo son también géneros literarios, lo sé; pero su manejo deliberado es cosa distinta de su perpetración infeliz. Consigo mi esperanza -demasiadas veces satisfecha- de no tener razón" (4).  

Aplausos que funden con los compases finales de "La violetera".

Ilustración: Una imagen de Charlot en Luces de la ciudad, de Charles Chaplin

Próximo capítulo: Generación del 27. Homenaje literario a Charlot en el Cine-club Español (IV)