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En 2012 la productora World Productions puso en antena, a través de la cadena británica ITV, una miniserie de dos temporadas, Las mujeres de Bletchley (The Bletchley Circle), con un total de 7 capítulos, en el que imaginaba a cuatro mujeres agentes de la inteligencia británica durante la guerra, tiempo en el que trabajaron en los servicios secretos ingleses en un edificio situado en Bletchley Park (de ahí el título), contribuyendo, con su callada labor, al desciframiento de los complejos códigos de comunicación de los servicios secretos nazis, entre ellos el famoso programa Enigma, que trajo de cabeza a la contrainteligencia británica durante años. Allí trabajaron, entre otros, el célebre matemático Alan Turing (sobre el que se han realizado varios films, el más famoso de ellos The imitation game, de Morten Tyldum, con Benedict Cumberbatch, película ganadora del Oscar al Mejor Guion Adaptado), además de un buen número de mujeres, al estar la mayoría de los hombres en la guerra.
Sobre aquel hecho real del organismo que actuó durante la guerra para descifrar los enigmas nazis, Guy Burt creó esa miniserie obviamente ficticia, Las mujeres de Bletchley, en la que esas cuatro exagentes, años después, entre 1952 y 1954, aunaron esfuerzos para desentrañar una serie de asesinatos ocurridos en Inglaterra. La serie tuvo una apreciable acogida, así que algunos años después, la misma World Productions, acompañada para la ocasión por la también británica BritBox y la canadiense Omnifilm Entertainmente, acometieron la grabación de este “spin-off”, ahora con Laura Good como creadora, lo que se plasmó en esta Las mujeres de Bletchley. San Francisco, miniserie de 8 capítulos que se inicia con un prólogo situado en 1942, precisamente en el edificio de Bletchley Park, donde vemos una frenética actividad en una oficina en la que solo aparecen mujeres, que se afanan en descifrar claves nazis; una de ellas, Claire, es muy reticente a compartir información con la inteligencia yanqui, al tener algún tipo de reticencia contra ellos. Como castigo a esa renuencia, la envían a una delegación en Bristol. Allí, tiene un rifirrafe con un militar norteamericano, quien vemos cómo después la estrangula y le graba en la mano una extraña marca, como una especie de cuadrado... Damos un salto temporal de 14 años, hasta 1956, en Londres. Allí, dos antiguas compañeras de Claire, llamadas Millie y Jean, que resultaron muy afligidas por aquel asesinato que quedó sin resolver, se enteran de que en San Francisco han aparecido otros dos cuerpos de mujeres con esa misma marca. Decididas a descubrir al asesino, que creen debe ser el mismo de su amiga y compañera, viajan hasta la ciudad norteamericana, donde trabarán contacto con otras dos exdescifradoras de códigos, en este caso para los servicios de inteligencia norteamericanos, Iris y Hailey, con las que intentarán descubrir al que parece un asesino en serie que actúo por primera vez con su amiga Claire...
Lo cierto es que nos parece que esta miniserie, aunque con buena factura, es un producto más bien impersonal, un tanto rutinario, cuyo único objetivo parece ser seguir la estela de la miniserie de la que procede, ahora con un escenario distinto, la San Francisco de los años cincuenta, dando entrada, desde nuestra perspectiva, a una serie de temas que en su momento eran ciertamente vidriosos, desde el racismo (una de las cuatro mujeres protagonistas es negra, y como tal sufre agravios por su raza) hasta la homosexualidad (tanto masculina como femenina), temas que, ciertamente, en los años cincuenta hubieran sido más bien improbables, cuando no imposibles.
Los ocho capítulos se distribuyen argumentalmente en cuatro casos, de tal manera que la investigación de cada crimen dura dos episodios, con un tema específico en cada uno de ellos: asesinatos en serie, narcotráfico, persecución de gays, y espionaje soviético. Pero lo cierto es que nos parece que se trata de una intriga no especialmente distinguida ni tampoco muy original, una intriga en la que quizá lo más curioso sea la forma de investigar de las protagonistas, con fórmulas tales como la búsqueda de pautas de comportamiento del asesino, y también utilizando los conocimientos que adquirieron en su tiempo en Bletchley Park, en cuanto a todo lo relativo a desciframiento de códigos y enigmas, como en el caso en el que habrán de resolver el crimen a través de una serie de claves contenidas en notas musicales.
Pero todo es bastante impersonal y elemental, demasiado limpio, con eso que se suele denominar “pobreza de diseño”, en una serie de historias en las que se utiliza la archiconocida fórmula del “who-do-nit”, el “quién-lo-hizo”, pero de una forma no precisamente memorable, con frecuentes resoluciones de los casos muy pilladas por los pelos.
Hay, es verdad, un apreciable empoderamiento de las mujeres, con la previsible fuerte resistencia de los hombres de la época, encastillados en sus posiciones, como ocurría realmente en aquel tiempo, los años cincuenta, cuando la igualdad de derechos y deberes entre los sexos estaba todavía muy lejos siquiera de enunciarse, cuanto menos de plasmarse. Hay, es cierto, una difusa defensa de la diversidad sexual y del feminismo, pero con pinta de hacerlo porque está de moda, porque queda bien y además es lo que se espera de una ficción de nuestro tiempo, pero nos da la impresión de que es una postura más oportunista que sentida (o al menos eso nos parece...).
La actuación de las cuatro protagonistas es acertada, gustándonos especialmente Crystal Balint, la actriz afroamericana que interpreta a una de las dos exagentes yanquis que compondrán este peculiar grupito de investigadoras aficionadas.
(17-06-2025)