CINE EN SALAS
Luca Guadagnino, a la chita callando, se está haciendo un nombre dentro del cine. Aunque empezó a dirigir a finales del sigo pasado, no fue hasta bien entrado este XXI que empezó a ser (re)conocido internacionalmente, primero con la viscontiana Yo soy el amor (2009), que consiguió el León de Plata en Venecia, y, sobre todo, con su sensible Call me by your name (2017), una “coming of age”, una historia de maduración desde la adolescencia en evanescente clave homoerótica, que descubrió también a Timothée Chalamet, que ahora está en todas las pelis… Posteriormente Guadagnino ha dado muestras de ser un cineasta muy ecléctico, filmando “remakes” actualizados de clásicos del cine de terror, como Suspiria (2018), o romances adolescentes heteronormativos, como Hasta los huesos (2022), hasta triángulos amorosos insertos dentro de la alta competición deportiva, como Rivales (2024), e incluso, de vuelta a la temática gay (Guadagnino lo es, militantemente), la tórrida adaptación de un clásico de William Burroughs, Queer (2024), que le sirvió a Daniel Craig para desembarazarse (y de qué forma…) del cliché de James Bond.
Ahora vuelve de nuevo a dar otra vuelta a la ruleta y a afrontar un tema que nada tiene que ver con los anteriores, en esta Caza de brujas (horrible título español, pedestre donde los haya, y repetido “ad nauseam”, y que además no parece corresponderse con lo que se nos cuenta; la traducción literal de inglés, “Después de la caza”, da más pistas de lo que va…) que, digámoslo ya para aclarar el titulillo de esta crítica, parece ser, formalmente (también, en buena medida, en cuanto al fondo), una especie de homenaje o tributo al cine de Woody Allen, al Woody serio, trascendente, al que ha hecho dramas intensos como Interiores, Otra mujer, o Sombras y niebla. El cinéfilo avisado se da cuenta enseguida, en cuanto empiezan los créditos de la peli, iniciales (como antiguamente; ahora van casi todos al final…), como hace siempre Woody, pero sobre todo con “exactamente” el mismo tipo de letra, con la misma fuente y tamaño, en blanco refulgente sobre pantalla negra, en orden alfabético, de igual manera a como lo viene haciendo Allen desde (asómbrense…) Annie Hall, sin faltar ni una película desde entonces con esa peculiar forma de presentar los créditos, siempre con una canción popular de fondo… igual que hace aquí también Guadagnino.
Así que, al menos formalmente, este sería efectivamente un film “a la manera de” Woody Allen, e incluso temáticamente no está lejos de algunas de las pelis del neoyorquino, especialmente de aquellas que se desarrollan en ambientes académicos, como Irrational man. Porque la trama de Caza de brujas tiene lugar en su gran mayoría en la universidad de Yale, en Connecticut (aunque, curiosamente, esté rodada en la de Cambridge, en Inglaterra…), donde conocemos a Alma, profesora de Filosofía, su marido, Frederik, psicólogo, Hank, también colega de Alma en la misma facultad, y Maggie, una de las alumnas favoritas de los dos docentes; ambos optan a ser profesores titulares del departamento. Todos ellos están en una pequeña fiesta amistosa en casa de Alma y Frederik, que son esposos; Maggie, cuando va al baño, encuentra en un lugar escondido un recorte de prensa en alemán y se lo lleva. Más tarde, Maggie se marcha a su casa y la acompaña Hank…
Muchos de los problemas de esta película nos parece que radican no en la puesta en escena de Guadagnino (que es solvente, con frecuencia brillante, muy personal, como ya habíamos visto en anteriores films suyos), sino en el guion, original de Nora Garrett, una actriz que debuta en la escritura de libretos cinematográficos con éste, un libreto que, nos tememos, no tiene mucha altura. Porque la película usa y abusa de los términos filosóficos, con charletas (más pedantes que eruditas) entre los protas, tanto los profesores como algunos alumnos, que dejan en blanco a los espectadores: a ver, la altura intelectual no consiste en que nos larguen sesudas parrafadas de carácter eminentemente académico, ni que nos citen a Heidegger, Adorno, Freud o Jung, sino que todo ello esté adecuadamente articulado dentro de la historia que se nos cuenta. Y nos tememos que NO es el caso: Garrett parece querer apabullar con sus conocimientos filosóficos, metafísicos y conductuales (que me huelo están tomados de Wikipedia o similar…), en largas escenas en las que los protas se enfrascan en discusiones bizantinas sobre sus temas universitarios, aburriendo al público a modo. Una cosa es que la filosofía forme parte del paisaje intelectual de una trama, y otra que se “coma”, literalmente, buena parte de las escenas en abstrusas (para el espectador medio) controversias sobre lo divino y lo humano.
Pero quizá lo más vidrioso del film sea su moraleja, que, sin destripar, podríamos decir que no parece demasiado de acuerdo con el movimiento #MeToo, aparte de que la escena crucial de la alumna y el profesor en casa de la primera está muy, muy pillada por los pelos, por mucho que el profesor fuera (que lo era…) un picaflor que iba poniéndole los puntos a cuanta discípula se le pusiera a tiro. El trauma juvenil de la protagonista Alma también suena como a culebrón turco, así que la mezcla de Hobbes o Kant con los esforzados guionistas otomanos de las series de Antena 3 se antoja, cuando menos, indigesta.
Ambigua en cuanto al #MeToo, que podría haber sido una baza, sin embargo en todo el tramo final desaprovecha ese tema derivando la historia hacia el personaje de Alma, la profesora, que termina siendo el eje sobre el que pivotará todo, dejando a un lado la posible agresión sexual que (se suponía) era el asunto del film. Mal guion, entonces, con giros incoherentes a gusto de la guionista, además de con un final más o menos feliz que es un parche horrible, casi una enmienda a la totalidad de todo lo anterior, más cerca de la empanada mental que del bocado exquisito que aspira a ser.
Por supuesto, la película tiene una factura impecable: Guadagnino filma muy bien, y cada encuadre, cada movimiento de cámara, es irreprochable. El cineasta italiano usa (e incluso, con frecuencia, abusa…) de los primeros planos, incluso primerísimos planos de sus personajes, como si quisiera penetrar en sus rostros para que los comprendamos mejor, pero lo único que consigue es que, a veces, se le desenfoque la imagen… claro que eso hoy día tampoco importa mucho, con la ortografía cinematográfica enviada a hacer puñetas hace tiempo… La banda sonora, firmada por Trent Reznor y Atticus Ross, es preciosa, festoneada de bellísimos, templados temas de música clásica contemporánea (Ligeti, Adams…) y popular (Jobim, Ferré, Veloso…), enteramente como si los hubiera elegido (otra vez…) Woody Allen.
Correcto trabajo actoral, teniendo en cuenta que Julia Roberts, por ejemplo, que es muy buena actriz, aquí apecha con un personaje contradictorio al máximo, capaz de una cosa y la contraria casi a la vez; a Andrew Garfield, que hace del profesor que (parece) se pasó tres pueblos con la alumna, lo vemos bastante sobreactuado, aunque da la impresión de que es lo que se le ha pedido, hacer uno de esos personajes que quiere, permanentemente, ser el centro de atención de todo y de todos (ya saben: la novia en la boda, el niño en el bautizo, el muerto en el entierro…), así que no le vamos a echar la culpa. Ayo Edebiri, la joven actriz que apenca con el complicado papel de la alumna que fue (o no…) violentada por su docente, nos parece que sale airosa del trance, teniendo en cuenta que su rol era también bastante enrevesado y sin muchos asideros.
(28/10/2025)
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