Rafael Utrera Macías

En la pantalla, antes de encenderse las luces de la sala, aparece un cartel que indica: 

Entreacto

Una vez transcurrido, las luces se apagan de nuevo. La proyección ofrece estos títulos de crédito:

La quimera del oro

Producción, guion y dirección: Charles Chaplin.
Fotografía: Rolland H. Totheroh.
Cámara: Jack Wilson.
Consejero artístico: Henry D'Abbadie D'Arrast.
Intérpretes: Charles Chaplin, Marck Swain, Georgia Hale...
 
Chaplin enfatiza la ingenuidad y el hambre de Charlot. El oso que cruza le pasa inadvertido. La comida...

Antológicas secuencias fecundan nuestro monólogo.

Le llamamos "Variaciones sobre las botas de Charlot"

Rollo 2. Tres hombres en una cabaña. "Uno de nosotros tendrá que afrontar la tormenta si queremos conseguir comida. Venid aquí vosotros dos", dice Big Jim.

El tres de corazones no es la carta más baja, aunque a Charlot, "El buscador solitario", se lo parezca; Charlot, "el pequeño hombre", se rebela contra su mala suerte. Hay peores malas suertes. El dos de corazones más la fortaleza de Jim obligan a Black Larsen a salir en busca de comida...

Ahora Big y Charlot quedan frente a frente para librar una batalla interior, la del hambre, aún más dura que la de Black en el exterior, con la nieve, contra las fieras.

El sacrificio se impone... Charlot lo soluciona... Lo sacrificado, una bota.  La bota cuece y cuece hasta encontrar su justo punto; Charlot parece saber todo sobre la cocción de un zapato. Dos minutos más y la pieza estará dispuesta para servirse. La situación límite de ambos hombres parece llegar a su fin. Chaplin muestra el pie de Charlot ahora enfundado en unos trapos, en un sucedáneo de zapato. El objeto cocinado es la bota derecha de Charlot.

"El pequeño hombre", en los prolegómenos de la comida, actúa como experto cocinero, exigente camarero, exquisito gourmet. ¿Ilusiones? Ilusión y hambre.

El plato está inmaculado porque "El buscador solitario" limpia con esmero la minúscula pelusa que parece perturbar la pureza de lo impoluto, que pudiera perturbar el sabor inconfundible y preciso de la pieza cocinada.

Charlot se muestra quijotescamente activo; Jim se comporta con pasividad sanchuna. La triste realidad sólo se supera con imaginación, parece decirle "el pequeño hombre" a Big.

La comida está servida.

Jim exige la pieza mayor. Charlot, temeroso y cortés, acepta la menor e inferior.

En el contenido de los platos puede operarse una metamorfosis, una transustanciación. Depende del comensal. Big observa con repulsión evidente la realidad de su plato-bota, pero el hambre le domina y se obliga a consumirla.

Big come un zapato que no es un filete.  

Charlot degusta el filete que ya no es una bota...
          chupa los huesecillos que ya no son clavos...
          saborea los spaghettis que ya no son cordones...

Charlot se permite, en medio de su comilona, un hipo de satisfacción, un juego de dedos con el huesecillo de la suerte.

La metáfora popular reza: "este filete está como la suela de un zapato".

Chaplin compone un espectáculo de imágenes para que Charlot altere tal enunciado y pueda rotular su degustación diciendo: "esta suela está como un filete".

Su espíritu libre, combinando fe e ilusión, ha conseguido el milagro. Su hambre está satisfecha. Charlot, desde ahora, sólo tiene una bota, la izquierda.
 
Rollo 3.

Jim rehusó sacrificar la segunda bota de "El buscador solitario".

Charlot puede calzarse sus botas en sus manos si fuera necesario.

Charlot y Big Jim tienen dos modos radicalmente distintos de entender el mundo.

Big continúa hambriento, insatisfecho, tras una paradójica indigestión.

Big Jim delira.

Su imaginación está al servicio del hambre. Y sólo en ese estado es capaz de concebir otra realidad; su visión le sorprende a él mismo: "el pequeño hombre" se ha convertido en un gallo; el gallo es la solución a su necesidad gastronómica. Gallo o "buscador solitario", "buscador solitario" o gallo, tanto da.

Charlot, acechado por Big, maquina su defensa. Las botas reales las transforma en guantes


           ficticios


Acostado boca abajo y con la cabeza a los pies de la cama, desorienta a Big,que duerme


           con un ojo abierto y otro cerrado a la espera de saltar oportunamente sobre su presa.

Charlot se ha calzado las botas en sus manos para que Big crea que son pies. Pero la bota


            izquierda le juega una mala pasada; al caerse, su mano queda al descubierto. El arte charlotiano de la apariencia ha llegado a su fin.

Big se abalanza sobre Charlot.

Confusión en la pelea. La solución viene de fuera: sólo el providencial oso salvará una situación cómicamente antropofágica y antropofágicamente cómica.

"El pequeño hombre" convierte a su salvador en víctima.

Sólo la carne de un negro oso polar ha sido capaz de saciar el hambre de Big.

Charlot sigue caminando solamente con la bota izquierda.

Rollo 6. La bota, la rosa, la mano, conforman un poema visual narrado en primer plano.

Rosa de Georgia, mano de Charlot. Rosa estática, mano dinámica.

Materiales que construyen la oportuna transición de un eslabón sentimental entre un cúmulo de comicidades.

Testigo: la bota izquierda de Charlot.

En el cabaret, Georgia muestra su independencia: el baile con "el pequeño hombre" supone un castigo para Jack. Los pantalones de Charlot son inoportunos en su reiterada caída; cinturones ocasionales: su bastón, primero, la cuerda del perro con perro, después. La batalla gato-perruna en la que "el pequeño hombre" rueda por el suelo da fin a la primera secuencia cómica. La batalla entre Jack-Goliat y Charlot-David, tradición teatral judía, relojazo para aquél, aparente victoria para éste, conforma la segunda secuencia cómica. Desde el fondo del local, Jack ha venido observando el estrafalario baile de Georgia, Charlot... y el perro.

Georgia deja caer al suelo la rosa prendida en su pelo; Charlot recoge y entrega la rosa con gentileza de caballero. Chaplin filma la escena en primer plano: muestra sucesivamente la rosa... la bota izquierda... la mano de Charlot. ¿Qué visión se ofrece?; ¿la de Jack?, no; ¿la de Georgia?, ¿la del propio Charlot?, no; la bota no aparece a la derecha del encuadre ni son planos subjetivos ni picados; la cámara angula y filma la bota... la mano... la rosa...

¿Por qué la bota en el plano?

La voluntad del artista convierte uno de sus elementos simbólicos en testigo mudo de esa recogida galante donde la felicidad de Charlot se hace evidente.
 
Rollo 7.


La voz de Antonio Marichalar comenta esas escenas en las que Charlot sufre el menosprecio de las frívolas mujeres:

"Desanimado, roto, cariacontecido, Charlot es el hombre a quien se le ha caído el alma a los pies; sus botas están llenas de gravedad decepcionada y estupefacta. Y ese lastre le impide correr. Mas como el pájaro del clásico, al andar se le advierten las alas. Es un ángel patudo, embotado en el acordeón sentimental. No le perdáis de vista en la blancura: algún día de copiosa nevada ha de saltar al cielo el alma alicaída de Chaplin. Allí intercederá, luego, por los sencillos de corazón, con la leve plegaria de su insignificante bastoncito y sacará las almas; ¿pues qué habrá que no alcance ese junquillo prensil de Charlot?

 (…) Despeñado en la torrentera de la pantalla, ha conservado siempre saltos de trucha y un turbio aturdimiento de náufrago, empapado en su lacia consternación. Luego ha seguido devanando, el cine, su imperturbable rollo de pianola, esmerilando, desflecando, todo lo que caía por su catarata, y rebotando en su duro frontón las miradas que pretendían morder en él.

Charlot se nos antoja fuera de la pantalla: las cosas se le escapan vertiginosamente y no las puede nunca detener. Si pasa una mujer, le mirará, curiosa, con sus ojazos huecos, pero jamás le ve. Y Charlot sigue solo, desamparado y mustio -como perdido entre la pantalla y nosotros- esperando la posibilidad de otra nueva vez. Y se prenda del aire de una mujer, y esa mujer es aire de una eléctrica ventolera artificial; y se queda asombrado, sin sombra de mujer, porque las mujeres del cine -laminadas- no tienen sombra que dar, ni que perder. Pero él las invita a un banquete en el que tiene todo prevenido -hasta la decepción-. Pasa el tiempo; se han olvidado de Charlot; él se levanta exteriormente gozoso. Y una música, se da un concierto mudo, como esos de que gustan los melómanos chinos. Charlot se arranca entonces por una soleá. Sobrecoge los hombros, esboza una sonrisa tímida de perro... y él se entiende y baila solo, pie con pie, pan con pan, y con su pan se come su soledad" (5).
   
Al comenzar el rollo 8, la orquesta pone música al cante y baile de los clientes del cabaret en la fiesta de fin de año.

Mientras Charlot, en la pantalla, asoma a la puerta de su cabaña esa silenciosa soledad, en la sala, la voz andaluza de Rafael Alberti convierte la ilusión desesperada del personaje en significativa palabra poética:

-  "Cita triste de Charlot"

Mi corbata, mis guantes,/ mis guantes, mi corbata./ La mariposa ignora la muerte de los sastres,/  la derrota del mar por los escaparates./ Mi edad, señores, 900.000 años./  ¡Oh!/


Era yo un niño cuando los peces no nadaban,/ cuando las ocas no decían misa/ ni el caracol embestía al gato./ Juguemos al ratón y al gato, señorita./ Lo más triste, caballero, un reloj: las 11, las 12, la 1, las 2. (...)

El público escucha embelesado con la mirada clavada en el poeta recitador y admira, sobre todo, su capacidad elocutiva, perfectamente ensamblada con su mímica, con su gesticulación.

Cuando el poeta enfatiza el rítmico final y en la sala se oye “Las 3 en punto. En la farmacia se evapora un cadáver desnudo”, el auditorio responde con un aplauso tan unánime como caluroso.

Ilustración: Charlot se dispone a degustar su bota/filete, en la famosa escena de La quimera del oro, de Charles Chaplin.

Próximo capítulo: Generación del 27. Homenaje Literario a Charlot en el Cine-club Español (y V)