Serie: Querer

ESTRENO EN MOVISTAR+.


Alauda Ruiz de Azúa (Baracaldo, 1978) es una directora y guionista vasca que se dio a conocer a nivel nacional fundamentalmente a partir de Cinco lobitos (2022), un drama en torno al tema de la maternidad, asunto recurrente en las nuevas generaciones de cineastas españoles, que fue multipremiado (3 Goyas, 3 Feroz, 2 Platinos, 2 Forqués, además de 7 galardones en el Festival de Málaga, entre otros laureles), aunque, sinceramente, a nosotros no nos llegó demasiado. Alauda, a la desprejuiciada manera de las nuevas hornadas audiovisuales, no le hace ascos a filmar productos comerciales alimenticios, y en esa clave debe entenderse su posterior largo, Eres tú (2023) (nada que ver con la famosa canción de Mocedades...), empeños tipo “pane lucrando” que, evidentemente, le permiten otros proyectos mucho más ambiciosos, como esta intensa miniserie, Querer.

La serie consta de 4 capítulos, cada uno de ellos denominados con un verbo en  infinitivo: Querer, Mentir, Juzgar, Perder. La acción se desarrolla en Bilbao, en nuestros días. Conocemos a Miren, una mujer alrededor de los cincuenta años, con su abogada, Paula; ambas se disponen a ir a una comisaría de la Ertzaintza (la Policía autonómica vasca) a interponer una denuncia contra el marido de Miren, Íñigo, con el que lleva 30 años casado, por un delito de violación continuada. La mujer hace esto mientras el marido ha emprendido un viaje de trabajo y no volverá, en principio, hasta el día siguiente; Miren vuelve a su casa, prepara las maletas para marcharse, pero entonces llega el esposo; el congreso al que iba se ha cancelado, así que ha vuelto inesperadamente al hogar. Miren, incapaz de decirle que lo ha denunciado y que se va a marchar, le sigue la corriente, hasta que, aprovechando la primera ocasión que se le presenta, se marcha prácticamente con lo puesto, incluso olvidando las llaves de la casa a la que se traslada (la modesta vivienda de su madre, recientemente fallecida). No pudiendo por ello entrar en ese piso, Miren marcha a la casa que su hijo estudiante universitario Jon comparte con otros colegas, y duerme allí. Al día siguiente va con Jon a casa de su otro hijo, Aitor, casado y con un niño de corta edad, y le cuentan lo que ocurre. Pero Aitor no ve con buenos ojos lo que le cuenta su ama (madre en euskera), y llama a su aita (padre en euskera) para que ambos se entiendan; Miren, encerrada en el cuarto de baño, se niega a salir...

Podríamos convenir en que el tema de la miniserie de Ruiz de Azúa y sus cocreadores Júlia de Paz y Eduard Sola sería el consentimiento dentro del matrimonio, y consecuentemente a esto, la situación de violación normalizada que se da cuando tal consentimiento no existe; se presenta aquí, desde luego, en una situación que, en otro tiempo, no hubiera tenido recorrido alguno; era el tiempo (en la época de Franco, pero también al menos en las dos últimas décadas del siglo pasado) en el que se hablaba del "débito conyugal", con lo que se venía a decir que la esposa estaba obligada a yacer con el marido (qué fino me ha quedado esto…) por el mero hecho de estar ambos casados. La lógica evolución social en las últimas décadas ha enviado ese "débito conyugal" (al menos desde un punto de vista legal…) al baúl de los recuerdos, y hoy día ninguna esposa debe sentirse obligada a acostarse con el esposo si no quiere, y sin tener que recurrir al socorrido "dolor de cabeza".

Pero es evidente que, aunque legalmente y (quiero creer…) de forma socialmente mayoritaria se haya pasado página sobre ese "débito conyugal", no significa que, en la vida real, no siga existiendo, con frecuencia incluso como algo implícito a la existencia en común. Ese, nos parece, es el asunto central de esta notable Querer, una miniserie tan corta como intensa. Y eso que el primer capítulo parece más dubitativo, a veces incluso un tanto premioso, mientras vemos a Miren con la abogada, en la comisaría, etcétera, con alguna escena de mayor intensidad, como la que vemos en la que ella está en su casa cuando llega inesperadamente el marido, con la ansiedad, el pánico sofocado de la mujer para intentar escapar. Pero los tres episodios siguientes, una vez pillado el tono de la historia, ya funcionan como un reloj, en una historia que es, como decimos, fundamentalmente el de una pugna conyugal, cuando la mujer consigue por fin quitarse el miedo cerval hacia el marido y escapa de él, pero también, y de forma igualmente principal, el hecho de cómo esa desafección de la esposa hacia el hombre que la sojuzgó, violó, humilló y vejó durante tres décadas, influye en la actitud de sus hijos hacia ella. Porque al final, viene a decir Alauda y sus colegas en la creación de la miniserie, casi tan importante es la denuncia para acabar con ese infierno como la recomposición filial y, con ella, la reconducción de las actitudes que, en el mayor de los hijos, amenazaba con reproducir los horribles tics autoritarios y violentos del paterfamilias.

Con una puesta en escena muy sobria, sin por ello renunciar a la intensidad, que aparece como potentes fogonazos, especialmente en los momentos en los que Miren e Íñigo están en imagen, pero también en la relación entre la madre y el hijo mayor, que habrá de aprender a evolucionar y a convertirse en un hombre que se desembaraza del abyecto legado machista del padre, la miniserie nos parece que, estilísticamente, es una nueva y poderosa muestra de ese nuevo Realismo Español del siglo XXI, y en concreto del último decenio, un Realismo que, curiosamente, se ha hecho fuerte precisamente en el cine dirigido por mujeres (Carla Simón, Celia Rico Clavellino, Pilar Palomero, Arantxa Echevarría, Estíbaliz Urresola Solaguren, Belén Funes, Jaione Camborda...), un Realismo no exento, ni mucho menos, de una visión poética, confirmando que se puede hacer cine sobre la realidad pero transida de una mirada lírica.

Nos parece que Alauda y sus cocreadores buscan, esencialmente,  reflejar el desamparo de las mujeres que se encuentran en este tipo de situaciones infernales, un infierno cotidiano del que no ven posibilidad de escapar. Juegan los autores con el concepto de consentimiento, cuando este resulta evidente (para quien quiera verlo, por supuesto...) que es inexistente, por el lenguaje corporal, por el envaramiento, por el rechazo que colinda con el asco. Habla también del miedo insuperable que tantas mujeres (man)tuvieron durante años hasta que se decidieron a dar el paso de denunciar públicamente su infierno; algunas lo pagaron carísimo, como Ana Orantes, que denunció en televisión su vida de maltrato junto a su marido, quien la quemó viva unos días después, despertando, eso sí, una conciencia mayoritaria en la sociedad española sobre la aberración de ese tipo de relaciones tóxicas y asesinas, cuando hasta entonces se solían considerar asuntos internos de la pareja, cuestiones pasionales o de celos.

La historia se desarrolla en una familia de la alta burguesía bilbaína, con lo que se desactivan los habituales clichés que atribuyen comportamientos execrables como el del marido felón con los de clases bajas y familias desestructuradas; aquí, por el contrario, la apariencia es la de una familia modélica, aunque, por supuesto, nada más lejos de la realidad.  

Nos parece muy interesante que los autores no presenten un cuadro maniqueo de blanco y negro, de marido y padre malísimo, con ese tópico que lo suele representar como un hombre siempre violento, bronco y faltón, buscando con frecuencia el choque con los demás; este felón, que en el fondo es todo eso (y más...), sin embargo ha sabido siempre dar una apariencia de lo contrario, del amante padre y esposo, de hombre fuerte pero comprensivo; aunque es evidente que Alauda y sus cocreadores están de parte de ella, la presentación de él no incurre en la pintura de brocha gorda, sino que busca más el pincel que perfila, que detalla un tipo que, en el fondo, siendo verdugo, probablemente es también (como estuvo a punto de hacer con su hijo mayor) heredero de un legado de violencia y machismo. Estamos entonces ante un relato sutil, nada maniqueo, donde prevalece el detalle y el matiz antes que la denuncia aparatosa y por ello siempre más burda.

Hablábamos de la muy buena puesta en escena, verosímil, realista, de una sobriedad espartana; así, la miniserie va presentando de forma contenida pero clara la evolución de cada uno de los personajes principales: ella, por fin liberada de la (no tan) alegórica cárcel conyugal, que irá aprendiendo entonces el valor de la autoestima personal, durante tantos años sepultada en un nicho de forzada sumisión; el hijo mayor, que entenderá, aunque sea por una vía emocionalmente traumática (la separación de los seres a los que más quiere), cuán equivocado estaba al seguir los execrables pasos del progenitor; el hijo menor, afianzado (aunque inicialmente renuente) en la confianza hacia la verdad de la madre en el conflicto que la enfrentará con el padre. Excelentes los diálogos, que saben a auténticos, cuando hoy día es tan frecuente que suenen artificiosos; muy bien especialmente los que tienen lugar ante el tribunal, en las vistas judiciales en las que se dictaminará sobre la demanda por violación presentada por ella, en la que asistiremos a la tremenda declaración de Miren, una declaración sin aspavientos, pero muy dura, absolutamente demoledora: y es que, como dice la protagonista, el miedo es invisible. Pero es que tan buenos como los diálogos son los silencios, sabiamente colocados, quizá una de las características más estimables de la serie, cuando hoy día el audiovisual huye de esos silencios como de la peste.

Excelente actuación de la protagonista, Nagore Aranburu, pero en general también de todo el reparto, con un Pedro Casablanc que consigue exactamente lo que se le pide, ser odioso pero, a la vez, aparentar no serlo.

(06-12-2024)


Querer - by , Dec 06, 2024
4 / 5 stars
La violación normalizada