En la obra de Pablo Larraín (Santiago de Chile, 1976) empieza a dibujarse un doble escenario que, sin embargo, no supone contradicción en sus términos. El primer escenario, por cronología y también por cercanía, sería el de su obra en su país, Chile, una obra siempre interesante, siempre distinta, alejada de clichés. En ese segmento de su obra nos encontramos con films tan curiosos y atractivos como Tony Manero (2008), o el escapismo alienado en tiempos de Pinochet, No (2010), que dramatiza hábilmente la jugada maestra que derrocó el régimen del infame general en un referéndum convocado para ser ganado, El club (2015), devastadora mirada sobre el universo de la pederastia en la Iglesia, o Ema (2019), sobre la maternidad recusada y su buscada redención, conformado con ello una filmografía en su Chile natal ciertamente ecléctica, que toca todos los palos, pero lejos de convencionalismos e historias manidas.
Por otro lado, en el segundo escenario de la obra de Larraín encontramos un corpus cinematográfico rodado en inglés, en Estados Unidos o en el Reino Unido, en el que se van desgranando una serie de historias de personajes públicos de primera línea, pero vistos desde una perspectiva nueva, una manera novedosa de ver a personalidades de las que creíamos saberlo todo. De esta forma, encontraremos que Jackie (2016) fue una aproximación en absoluto estándar a la figura de Jacqueline Kennedy, en los días previos y posteriores al magnicidio de JFK, y ahora en esta Spencer nos presenta una imagen ciertamente distinta de la celebérrima Lady Di. Además de estos dos empeños sobre personajes históricos, Larraín ha dirigido en Estados Unidos La historia de Lisey, miniserie sobre la famosa novela homónima de Stephen King, en lo que entendemos es un trabajo mayormente profesional, no necesariamente artístico, y de hecho no ha tenido buenas críticas.
Spencer se ambienta en unas fiestas navideñas de principios de los años noventa, cuando la relación conyugal entre Carlos y Diana es ya insostenible; el Príncipe de Gales continúa cada vez más a las claras su relación extramatrimonial con Camilla Parker-Bowles, su amor de toda la vida, mientras que Diana ha tenido algunos romances con varones de su entorno. La situación de la princesa es cada vez más difícil, sintiéndose en un callejón sin salida. En esas vacaciones navideñas, celebradas en Sandringham, en el condado de Norfolk, Diana estará, junto con el resto del clan real, en el entorno de una de las propiedades que poseía su familia, la familia Spencer, en una casa en la que pasó buena parte de su infancia y adolescencia, y esos recuerdos precipitarán los acontecimientos...
Tiene Spencer una mirada diferente, como decimos, sobre el personaje mediático de Lady Di. Lejos de centrarse en amores o desavenencias conyugales, su Diana es aquí fundamentalmente una mujer atrapada, una mujer que se asfixia con las rigideces de hierro de la Corona Británica, una cárcel de oro en la que sus miembros tienen su vida preestablecida hasta en sus más mínimos detalles. Quiere Larraín aquí mostrarnos a la persona más que al personaje, a Spencer más que a la princesa de Gales, a la mujer que se casó en una ceremonia como de cuento de hadas y terminó abocada a una historia como de terror. Esa aproximación a la persona Diana Spencer es, quizá, la mejor de las bazas de este film honesto que busca acercarse a un personaje de cuyo envoltorio lo conocemos todo, pero del que poco sabemos realmente de lo que pensaba, de lo que amaba u odiaba, de lo que la hacía sentir viva. Larraín no intenta el acercamiento riguroso, el acercamiento historicista, sino más bien el acercamiento emocional, lo que hace que, con frecuencia, entremos en terrenos casi abstractos, como en toda la parte final, pero también en terrenos en los que los símbolos cobrarán especial importancia, como esas cortinas cosidas para que los paparazzi no puedan fotografiar a la princesa, o la chaqueta del espantapájaros que será, finalmente, el objeto o fetiche con el que se materializará, metafóricamente, la transformación de la princesa llamada a ser futura reina consorte del Reino Unido en la anónima (más o menos...) ciudadana Spencer.
Película que huye de la suntuosidad “british” tan típica de la mirada BBC sobre la Corona inglesa, Spencer es sin embargo estéticamente irreprochable, pero buscando no hacer de esa parafernalia el objeto de admiración que generalmente acompaña a todas las producciones sobre la familia real. En ese sentido, se subraya, sin aspavientos, el carácter de jaula de oro que supone formar parte de ese regio clan, pero también se le da cancha a roles secundarios (el envarado militar encargado de la seguridad, el peculiar jefe de cocina, la doncella con motivaciones sentimentales), por encima de los célebres miembros de la Casa Real, roles secundarios que tendrán un papel fundamental en las razones para la definitiva desafección de Diana Spencer.
Gran trabajo interpretativo de Kristen Stewart como la princesa de Gales. Reconocemos que en su época de la saga iniciada con Crepúsculo nos parecía una actriz muy endeble, pero el tiempo le ha ido confiriendo un poso del que carecía y ahora, en esta Spencer, da un recital de buen hacer, con una íntima fusión con su personaje. Del resto nos quedamos con el papel de Timothy Spall, la rectitud extremosa, la Corona ante todo (aunque ello suponga que la díscola princesa pueda romperse la crisma en una casa desolada...), pero también con el heterodoxo chef que compone atinadamente Sean Harris, y no digamos con la siempre maravillosa Sally Hawkins.
(25-11-2021)
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