Pelicula:

CINE EN SALAS

Danny Boyle (Radcliffe, Inglaterra, 1956) es un director y productor británico que, aunque empezó a dirigir en 1987, el éxito internacional no le llegaría hasta casi un decenio después, cuando Trainspotting (1996) le puso en el escaparate mundial, con una historia de jóvenes marginales, daños colaterales del implacable thatcherismo, que impactó por su novedoso lenguaje visual y sus personajes a cuál más chocante (por decir algo...). A partir de ahí la carrera de Boyle ha sido de lo más irregular, con un éxito resonante, Slumdog Millionaire (2008), que consiguió 8 Oscars, y otras pelis que tuvieron buena acogida, como Sunshine (2007), Steve Jobs (2015) o Yesterday (2019), pero también con varios fracasos bastante estrepitosos, como Una historia diferente (1997) o La playa (2000). 

Con 28 días después (2002) pasó algo curioso: la película no concitó gran entusiasmo entre la crítica (a nosotros, en concreto, bastante menos que entusiasmo...), pero en taquilla fue estupendamente, multiplicando por diez su presupuesto de 8 millones de dólares (fuente: The-numbers.com). Tan bien fue en taquilla que cinco años después Boyle produjo (aunque no dirigió) una secuela, 28 semanas después (2007), cuya dirección se le encargó al español Juan Carlos Fresnadillo, que años atrás había llamado la atención en Hollywood con su corto Esposados (1996), nominado al Oscar. El film no fue mal comercialmente hablando (15 millones de presupuesto, 72 millones de recaudación; fuente: IMDb), pero era evidente que las estratosféricas cifras anteriores ya no eran posibles. Ahora, más de veinte años después de la primera parte, y quizá ante una cierta atonía creativa (no dirigía cine desde hace seis años), Boyle opta por recuperar la franquicia y contarnos lo que sucedió 28 años después, en un film que nos llegará en dos partes, esta y la que se anuncia como 28 años después: El templo de los huesos, que se estrenará, si se cumplen las previsiones, en enero de 2026.

Pero entre las dos primeras entregas de la franquicia, hechas en 2002 y 2007, como hemos dicho, y ésta, ha sucedido algo que ha cambiado el paradigma del cine sobre zombis: en 2010 se estrenó la serie The walking dead, que ha durado 11 temporadas, a lo largo de las cuales la visión sobre el cine de los muertos vivientes ha variado sustancialmente. Así, hemos pasado de los relatos de pura supervivencia que definió George A. Romero en su seminal La noche de los muertos vivientes (1968), a una nueva visión sobre el tema en el que, dejando en un segundo plano esa supervivencia (que siempre tiene su espacio, pero ya no es lo primordial), pone en primera línea las relaciones entre los seres humanos supervivientes. Ni que decir tiene que esta nueva lectura sobre el subgénero zombis tiene muchas implicaciones, y a ellas no se ha podido sustraer, como seguramente era inevitable, esta primera parte de la tercera parte (jo, parezco los hermanos Marx en su famosa escena del contrato...).

La historia tiene un prólogo, situado al comienzo de la infestación de los zombis, en la que vemos a varios niños viendo un capítulo de los Teletubbies (qué mejor ejemplo de la ingenuidad, del candor infantil...), mientras fuera de la habitación se oyen gritos despavoridos; uno de los críos, Jimmy, sale fuera y se encuentra un espectáculo dantesco: unos individuos desaforados están atacando a sus seres queridos, que de inmediato se convierten en seres tan desaforados como los atacantes. Jimmy huye, y tras pasar por una iglesia donde un cura parece asumir aquello como el Apocalipsis, consigue escapar. 28 años después Jimmy, ahora ya Jamie, es un treintañero casado con Isla, una mujer con una enfermedad inconcreta; como no hay médicos, no se sabe qué tiene ni qué tratamiento se le podría aplicar; ambos son padres de un niño de 12 años, Spike, un chico despierto pero desolado por la enfermedad de su madre. Todos ellos viven en una isla unida a Gran Bretaña por un camino que se anega durante la marea alta y queda expedito durante la bajamar. Jamie, en un ritual de iniciación fomentado por la pequeña comunidad en la que viven, lleva a Spike al continente para matar a un zombi y, así, certificar su (simbólica) mayoría de edad. Las cosas salen más o menos como esperan, pero Spike se entera de que allá tierra adentro hay un médico loco, el doctor Kelson, que quizá podría curar a su madre. Entonces la tentación no vivirá arriba, como decía la famosa película, sino más allá del camino que cubre la pleamar...

Como decimos, la huella de The walking dead es evidente en esta tercera parte: lo que importa es la relación entre Spike, su padre, su madre, la comunidad en la que vive, y después con el doctor Kelson (lo has adivinado, lector, finalmente lo conocerá...). Las luchas contra los zombis de turno serán entonces una especie de paisaje de fondo que, intermitentemente, saltan a primera línea para ofrecernos lo que se espera de este tipo de films, copiosas dosis de adrenalina generadas por las escenas en las que los protagonistas se ven acosados por los muertos vivientes, aquí con una apreciable diferencia entre dos especímenes claramente diferenciados: unos gordos serpenteantes, de movimientos como a cámara lenta, que no se sabe si dan más terror o asco, y otros, llamados “alfa”, que han desarrollado una apreciable inteligencia (por así decirlo...) y poseen una fuerza descomunal, una inusual rapidez y una tremenda capacidad para aguantar todo tipo de daños que se infieran a su cuerpo.

Pero Boyle, y su guionista Alex Garland (él mismo ya director de éxito, con films como Ex machina, Aniquilación y Civil War) se dejan ir vivas, sin explotar adecuadamente, algunas ideas ciertamente originales, como el hecho de que los zombis puedan engendrar vidas a la manera de los humanos vivos, hecho del que solo se aprovecha la existencia del bebé, pero sobre el que apenas se detiene (“la placenta, ese milagro”, dice el doctor...), cuando es, seguramente, el mayor hallazgo del film.

Queda entonces una ciertamente apreciable trama, con este chico preadolescente absolutamente entregado a la causa de salvar a su madre, hasta que tenga que aceptar lo que era inevitable. Relación materno-filial, entonces, renuencia del hijo hacia el padre, por otro lado, asunción de una paternidad obligada con el bebé de la zombi, como tercer elemento, y búsqueda de la propia identidad, como tema final con el que se cierra esta primera parte, con la aparición entonces de una panda de “sobrados” que suena a secta, y que habrá que ver cómo lo desarrollan Garland y Boyle en la próxima entrega de este díptico, aunque la displicencia de estos en sus masacres hacia los muertos vivientes retrotraen a la peor época del cine de zombis, cuando matar a estos individuos era como un simple videojuego, donde todo es tan digital como inmisericorde y sin alma.

Nada nuevo, entonces, bajo el sol, más allá del seguidismo seguramente inevitable a la doctrina marcada por The walking dead, alguna innovación interesante pero desaprovechada (el hecho de la gestación de un bebé por una zombi), y poco más, en un film que, eso sí, nos descubre a un pequeño actor, Alfie Williams, que en su primera aparición ante una cámara está sencillamente espectacular: qué capacidad para sostener la peli sobre sus jovencísimos hombros, como si llevara haciéndolo toda su corta vida... Fresco, natural, con capacidad para ser intenso... Si el chico no se malogra artísticamente, podemos estar ante una nueva estrella... Los demás cumplen razonablemente, desde Aaron Taylor-Johnson (a ver si se aclara definitivamente si va a ser, o no, el próximo 007) hasta Jodie Comer, que hace convincentemente la madre estragada y a ratos chalada del chico, pasando por un Ralph Fiennes que, como siempre, lo hace todo bien, también este médico con un punto de locura, en el fondo quizá el más cuerdo de todos, vivos y (no)muertos...


(25-06-2025)


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114'

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28 años después - by , Jun 26, 2025
2 / 5 stars
Bajo el influjo de "The walking dead"