En esta secuela de 28 días después hay varios puntos de intéres, y algunos de ellos son genuinamente infrecuentes: uno, el hecho de que una producción británica, sin coproducción con España, esté dirigida sin embargo por un español, el canario Juan Carlos Fresnadillo. Es cierto que Fresnadillo (del que recordamos con agrado su "opera prima" en el largometraje, Intacto) tuvo, a raíz de su premiadísimo corto Esposados (nominado al Oscar), varios proyectos en Estados Unidos que evidencian que tiene excelentes contactos en el cine internacional, pero, aún así, no es nada corriente esta inmigración artística a un país como el Reino Unido, que tampoco es, precisamente, muy permeable a recibir talentos foráneos. Otro punto de interés, también poco habitual, es el hecho de que la estrella que comanda el reparto (Robert Carlyle, el inolvidable personaje central de Full Monty) pase de protagonista del filme (el que guía la trama, el que comanda la historia, sobre el que gira la narración) a ser antagonista del mismo (el enemigo a batir, el monstruo sediento de sangre, de facultades casi taumatúrgicas, con apariencia de ubicuo).
28 semanas después es una digna continuación del filme de Danny Boyle, incluso puede decirse, fundadamente, que lo mejora: el planteamiento del guión propone no sólo la mera historia de mortales acosados por los afectados por el virus de la ira, desatado en la película anterior, sino que se introducen elementos puramente dramáticos, que hacen crecer la historia en un sentido no exclusivamente de género: el miedo del protagonista, su defección, la redención ante sus hijos, la expiación ante la esposa... son temas que habitualmente no tienen cabida en estas historias que buscan fundamentalmente sobrecoger el ánimo del espectador, hacerle gozar encogiéndole el corazón, quizá también otras vísceras menos nobles. Es cierto que después Fresnadillo entra a saco en lo que se le pide a este tipo de cine, colindante con el "gore", con toda suerte de casquería para fans del tema, pero también que no desdeña un punto de crítica, más o menos explícita, en el cumplimiento a rajatabla de las ordenanzas militares, que harán una escabechina general entre afectados y sanos por mor del protocolo instruido.
De todas formas, no es hacer una crítica el propósito de este empeño cinematográfico, sino ofrecer un filme de terror que cumpla los resultados que se le piden. En este sentido, se puede decir que Fresnadillo da lo que se le reclama, se maneja con soltura en el género, y además lo hace con ese estilo elegante que ya era su marca de fábrica tanto en su premiadísimo corto Esposados como en la no menos interesante Intacto. Es verdad que recurre con cierta frecuencia al montaje ultrarrápido y a la cámara que más que nerviosa raya en el paroxismo, pero debe entenderse como un vistoso significante para las escenas en las que irrumpen los afectados por el virus, como si la propia demencia de éstos se contagiara a la cámara del operador, de tal modo que esa ira rabiosa contaminara la propia morfología de la película.
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