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La Inteligencia Artificial, esa IA que ya está aquí, en 2019 era todavía un bebé balbuciente, pero ya se podían imaginar aplicaciones que, ciertamente, eran cuando menos inquietantes (y no hablamos de que la IA tome el mando del mundo, porque lo tomará: solo falta saber cuándo...). Esta serie anglo-norteamericana de dos temporadas, a razón de 6 capítulos cada una de ellas, presenta una de esas aplicaciones perversas de la Inteligencia Artificial que ciertamente pueden hacernos mucho más complicada la vida a los humanos, sobre todo porque su utilización, al arbitrio de los agentes que tienen la potestad de hacerlo, pueden dejar en absoluto desamparo a cualquier persona, pudiendo convertirla en el delincuente que no es, con las consecuencias lógicamente previsibles.
La serie, creada por Ben Chanan, perito en productos audiovisuales para televisión, con frecuencia en temas de corte de intriga y tensión, consta, como decimos, de dos temporadas. La acción se desarrolla en el Reino Unido, fundamentalmente en Londres, en nuestro tiempo, o bien en un futuro próximo, no queda demasiado claro. La primera temporada se inicia con el proceso contra Shaun, un soldado británico acusado de haber matado en Afganistán a un talibán indefenso, a sangre fría. Estamos ya en la fase de apelación, habiendo sido considerado culpable en primera instancia. La prueba de cargo es la grabación de una cámara que seguía al grupo del soldado, pero la comparecencia de un experto en videograbaciones lo cambia todo, porque éste afirma que es posible que exista un retardo entre vídeo y audio, y ello podría confirmar que el soldado disparó al considerar que estaba en peligro, por tanto en legítima defensa. Shaun sale libre, pero esa noche, mientras tiene lugar la celebración del acontecimiento, vemos cómo en la sala de vigilancia policial que monitoriza las cámaras distribuidas por Londres se observa lo que parece una agresión sexual de ese soldado contra Hannah, la abogada que lo ha sacado de prisión. Conocemos también a Rachel Carey, inspectora de Scotland Yard, que mantiene una relación sentimental secreta con su jefe, el comandante Hart, y que, cuando se da a conocer la supuesta agresión sexual, se hará cargo del tema; Carey ha sido trasladada desde Antiterrorismo a Homicidios, y el cambio no parece haberle sentado bien ni a ella ni a sus compañeros...
En la segunda temporada, una vez resuelta la primera (que no destriparemos, lógicamente...), veremos que Rachel ha sido captada por altas instancias de la seguridad británica para involucrarse en un novedoso programa informático, conocido como Corrección, que permite que, para aquellos delincuentes a los que no se les puede probar sus crímenes, se les “recreen” estos, a fin de que puedan servir esas grabaciones como pruebas documentales ante un juez. En esta nueva trama (aunque en buena parte es continuación de la anterior) tendrá un papel principal un ascendente político de raza negra, Isaac Turner, miembro del gobierno británico, del que forma parte como ministro de Seguridad...
La primera temporada se grabó en 2019 y la segunda en 2022, siendo debido tal retraso, en principio, a los problemas derivados de la pandemia. En contra de lo que suele ocurrir, nos ha parecido que la segunda temporada ha sido mejor que la primera, que también era buena, pero menos que la inicial. La primera resulta muy interesante por el planteamiento que hace, a varias bandas, tanto con los servicios secretos como con grupos antisistema que quieren denunciar la aplicación de la llamada Corrección, que permite presentar en una pantalla supuestos sucesos que no han tenido lugar, con la intención (en principio...) de propiciar la condena de delincuentes a los que se no se les puede demostrar fehacientemente sus fechorías, pero que, por supuesto, pueden ser usadas de forma arbitraria por quien las controla. La segunda temporada incide en ese mismo tema, pero ahora también con derivadas de índole política y geopolítica muy interesantes.
Los títulos de crédito de la serie, hechos a base de imágenes tomadas con cámaras de seguridad, viradas y pasadas por efectos ópticos como el caleidoscopio, ya nos dan una idea de por dónde van los tiros. La primera escena, con los encargados de vigilancia de la extensa red de cámaras de vigilancia callejeras de Londres, sobrecogidos ante lo que ellos ven (pero no el espectador, al que se hurta, astutamente, esas imágenes...) como una flagrante agresión sexual, también pone al público en situación y le da a entender que aquí, las imágenes grabadas o transmitidas a través de cámaras serán esenciales en la trama, como así será.
La serie, por supuesto, es una dura denuncia contra la tentación que pueden tener los gobiernos (si no la han tenido ya, y vienen ejerciéndola sin que nos hayamos enterado...) de falsear la realidad a su conveniencia, teniendo en cuenta las portentosas capacidades que para ello ha demostrado poseer la IA. Por supuesto, esta más que probable circunstancia futura (o presente...), de confirmarse, arrojaría un poderoso manto de incredulidad sobre cualquier imagen, sabiendo que puede ser falsa de toda falsedad.
Chanan juega mucho con la frecuente presentación de imágenes tomadas a través de cámaras de seguridad, para reforzar el carácter de “imagen re-creada”, confirmando con ello la importancia de esas cámaras, que aparecen constantemente en toda la serie, quizá recordándonos que, en nuestros días, estamos siempre vigilados, como un Gran Hermano de 1984 que no hubiéramos visto venir.
A nuestro juicio, estamos ante un thriller percutante, bien contado, con la adecuada dosis de intriga y bien armadas escenas de suspense, un audiovisual ciertamente cautivador por los atractivos elementos usados, en especial el tema de los vídeos manipulados para hacer creer al público lo que no es cierto. Y eso que, aunque es una ciertamente serie compleja, se entiende razonablemente bien, a pesar del carácter de “fake”, de engaño visual y auditivo, sobre el que se monta toda la historia, pero también por los diversos (y enfrentados entre sí) cuerpos de seguridad, más los antisistema, todos los cuales lucharán por llevarse el gato al agua.
Porque, en el fondo, lo que se dirime aquí es un dilema ético inmemorial, si el fin justifica los medios o no. De hecho, quizá para ponerse en paz con su conciencia, o para vender la burra ciega, los fautores del sistema Corrección hablan de que el uso de esta no supone la creación de pruebas falsas, sino que lo que buscan es reconstituir “la verdad restablecida”.
La serie abunda también en temas colindantes, de alguna forma unidos al central, como la pérdida de la vida privada, por mor de la manipulación de información e imágenes, en una trama realmente ingeniosa, utilizando tecnologías tan novedosas que quizá no existan aún, pero que existirán, y no tardando mucho. Estamos entonces ante una serie inteligentemente urdida, compleja pero muy atractiva, sobre las posibilidades diabólicas que se abren en los servicios de inteligencia con las novísimas tecnologías proporcionadas por la IA.
Hay también una visión de esos servicios secretos como entes omniscientes, lo que suele ser bastante habitual en el género de espías, aunque como ya sabemos, con frecuencia estos (no es el caso aquí, al menos aparentemente...) más parecen agentes de la TIA de Mortadelo y Filemón que de la ominosa CIA yanqui.
Buen trabajo interpretativo en general; la protagonista, Holliday Grainger, actriz de largo recorrido tanto en cine como en televisión, da bien el papel de la bragada agente que transita de Antiterrorismo a Homicidios para encontrarse la “tostá” de un arma tecnológica que puede poner patas arriba el orden mundial, y no digamos la credibilidad de los gobiernos para la sociedad a la que (supuestamente...) sirven.
(26-02-2025)