ESTRENO EN NETFLIX
(Parte 1 – 8 capítulos)
El 9 de mayo de 2019 publicamos un artículo en Criticalia titulado Antes de que Netflix grabe Cien años de soledad: Gabriel García Márquez en la pantalla, que contaba, entre otras cosas, la noticia de que la poderosa plataforma de Vídeo bajo Demanda radicada en California iba a acometer la grabación, en formato de serie, de la más famosa novela del escritor colombiano, Premio Nobel de Literatura, una novela que se reputa como la más importante de las escritas en español durante el siglo XX; en aquel artículo glosábamos los textos de García Márquez que habían sido llevados a la pantalla, grande o pequeña, antes de que Netflix, como decía el artículo, estrenara esa adaptación. Pues ya está aquí...
La serie está plasmada en un total de 16 capítulos, divididos en dos partes de 8 episodios cada una, habiéndose estrenado ya la primera parte, a la espera de que se haga lo propio con la segunda. Esta primera parte se inicia, con buen criterio, con la mítica frase con la que arranca el libro, esa frase que muchos nos aprendimos de memoria hace ya tantos años: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. A partir de ahí conoceremos a José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, dos primos que se casan contraviniendo las leyendas supersticiosas de su entorno social sobre una supuesta descendencia con cola como de cerdo, al ser un matrimonio consanguíneo. Ante ese temor, Úrsula decide no consumar el casamiento; al cabo de un año, tras ganar el gallo de José Arcadio una pelea con otro lugareño, Prudencio, éste, sin hacer honor a su nombre, le dice que “ojalá su gallo le hiciera el favor a su mujer”, poniendo así voz al rumor popular sobre la relación conyugal inconsumada. José Arcadio lo reta y lo mata, pero el fantasma del difunto se les presenta en la casa y se instala permanentemente con ellos, como un inquilino bastante incómodo. Los esposos, entonces, tras un sueño que tiene José Arcadio, se marchan del pueblo buscando el mar, junto a otros paisanos; perdidos en la selva, finalmente deciden radicarse en medio de ésta, y allí fundan Macondo, un pueblo basado en la libertad y el respeto entre sus habitantes, sin autoridades ni religión; allí José Arcadio y Úrsula tendrán a sus tres hijos, José Arcadio, Aureliano y Amaranta, a los que se sumarán algunos otros como Arcadio (hijo bastardo de José Arcadio junior), o putativos, como Rebeca...
Lo cierto es que la empresa de llevar a la pantalla la obra capital de García Márquez (conocido coloquialmente como Gabo) se antojaba un empeño titánico, y ciertamente era muy complicado, por no decir casi imposible, captar el texto del colombiano y conseguir transmitir aunque fuera solo una parte de la exuberancia creativa de Cien años de soledad, quizá la obra quintaesenciada del llamado “boom” hispanoamericano. García Márquez se negó en vida a ceder los derechos para ser llevada a la pantalla, y solo tras su muerte los herederos accedieron a ello, pero siempre que se hiciera en formato de serie, lo que permitía una adaptación no condensada sino razonablemente amplia del kilométrico texto, y siempre también que se rodara en español y con localizaciones en Colombia.
La realización ha sido encargada a dos cineastas hispanoamericanos, Álex García López y Laura Mora Ortega. El primero es un director y guionista argentino, afincado desde hace años en Estados Unidos, donde ha llevado a cabo toda su carrera. Se ha fogueado en un buen número de series, tan conocidas como Fear the Walking Dead y The Witcher; es un profesional solvente aunque ciertamente alejado del concepto de “autor” que generalmente manejamos en Europa; sin embargo, la segunda, Laura Mora Ortega, colombiana, sí encajaría más en ese perfil, con films de corte independiente como Matar a Jesús y, sobre todo, la estupenda, también lacerante Los reyes del mundo.
Así que, en principio, parece que el encargo buscaba el equilibrio entre el cineasta competente y profesional y la autora con cosas que decir, y ciertamente a ninguno de los dos se le puede reprochar nada en cuanto a la puesta en escena. Lo que pasa es que el empeño de llevar a la pantalla Cien años de soledad, ciertamente, era un envite a la par envidiable (por tratarse de un proyecto ciertamente único, por el prestigio del texto de Gabo) pero también temible (por la dificultad de hacer algo a la altura del original literario).
Nos parece que el empeño se ha saldado con luces y sombras, como tal vez fuera de prever. Luces porque hay cosas de interés, como (por supuesto) la excelente factura formal, estilosa y elegante (esos largos y hermosos planos secuencia en movimiento...), quizá incluso demasiado elegante, en una serie muy costeada y cuidada. La escenografía resulta muy teatral, no busca el naturalismo, tal vez como una forma de aproximarse al llamado “realismo mágico”, el tono literario que impregna la novela (y buena parte del fenómeno conocido como el “boom” hispanoamericano). Hay también un buen uso de los paisajes colombianos, de las inmensas selvas amazónicas en las que supuestamente se encontraba ese pueblo imaginario e imaginado que es Macondo. Es cierto también que la ficción audiovisual tiene a ratos una rara capacidad mesmérica, como de universo aparte creado ex nihilo con los materiales evanescentes del arte y de la magia.
Pero en el apartado de las sombras de esta adaptación hay también materia: quizá lo que más rechine sea la voz en off, el narrador omnisciente que nos va contando la historia, que en el libro era no solo necesario (como en casi toda ficción literaria), sino quizá imprescindible, y que le confiere al texto buena parte de su tono de fantasía y leyenda, pero que en la pantalla resulta (en este caso, hay otros que no) cargante, a ratos incluso bostezante, con un tono monocorde, sin apenas entonación; Jesús Reyes, que es quien narra la historia, ni siquiera tiene una voz bonita o que intrigue. Así las cosas, la voz en off resulta demasiado literaria, resultando artificiosa en la pantalla: lo que en el libro es esplendoroso, aquí es un lastre, hasta el punto de que, cuando en algunos capítulos la voz en off es aparcada (como en toda la parte final del cuarto episodio), la historia gana, y de qué manera...
Y es que esta adaptación es, desde luego, muy digna, pero también quizá demasiado pulcra y temerosa, sólida aunque carente de verdadera chispa artística. Tal vez el pecado capital de la serie sea su excesivo pudor al adaptar el mítico título, lo que ha hecho que resulte un producto demasiado recargado literariamente, no habiéndose atrevido a traicionar a García Márquez, una traición que, seguramente, era la única forma para hacer una gran serie, tomando la esencia y buscando su propio camino en el lenguaje audiovisual. Pero la obra audiovisual no evita la frondosidad literaria, resultando ser súper correcta, como no queriendo pisar ningún callo, huyendo en todo momento de asumir ningún riesgo. En esa misma línea, vemos los sentimientos de los personajes demasiado extremosos, un tanto exagerados, algo que en el libro está plenamente justificado, pero que en pantalla resulta artificioso.
Estamos entonces (al menos en esta primera parte de la serie, aunque nada hace sospechar que en la segunda haya un cambio sustancial) ante un producto audiovisual un tanto irregular, pero sin duda a ratos brillante e impactante. Quizá es que la novela Cien años de soledad sea inasible, quizá sea intraducible a otros lenguajes; aquí, desde luego, sin que se pueda decir que estamos ante un producto fallido, porque faltaríamos a la verdad, no se puede decir que se haya sabido reinterpretar audiovisualmente de una forma satisfactoria el espíritu del libro.
Estamos posiblemente ante una de esas operaciones de prestigio artístico que Netflix emprende de vez en cuando (recordemos la espléndida Roma, de Alfonso Cuarón, por ejemplo), buscando mantener un cierto toque intelectual en su catálogo, para trascender la mucha morralla culturalmente indigente que el poderoso operador de VoD californiano suele ofrecer a sus suscriptores.
En cuanto a los intérpretes, los vemos bastante irregulares... es cierto que era complicado acercarse a estos personajes nimbados de un aura como de leyenda, personajes de una de las obras cumbre de la literatura mundial del siglo XX, pero algunos lo resuelven mejor y otros peor. La que mejor nos parece es Marleyda Soto, que hace una poderosa Úrsula Iguarán, la materfamilias del clan Buendía, en la práctica la que lleva la familia adelante, cuando el marido, José Arcadio, se dedica a sus historias infantiles (o no tanto...) de todo tipo; Marleyda está soberbia en el papel, podemos imaginarnos a la matriarca literaria con sus rasgos y con su fuerza al afrontar las múltiples vicisitudes de su vida airada.
(27-12-2024)