CINE EN SALAS
Vaya por delante que todo lo que vamos a comentar, incluidas las peripecias argumentales que citaremos, no constituyen “spoiler” alguno, por cuanto el tráiler de la película (como ya es costumbre, sobre todo en el cine yanqui de nuestro tiempo) cuenta, resumidamente, la historia al completo, salvo el desenlace, que lógicamente no desvelaremos, aunque cualquier espectador mínimamente despierto puedo intuirlo.
Se ha dicho que Jurado nº 2 puede ser la última película de Clint Eastwood como director, dada su provecta edad (95 años cuando se escriben estas líneas), pero la verdad es que eso se viene diciendo desde hace ya casi un decenio, a cada nueva cinta que nos presentaba el veterano cineasta norteamericano, uno de los pocos clásicos vivos que nos quedan. Si fuera así, se puede decir que este sería un buen testamento cinematográfico, aunque no creemos que esté a la altura de sus grandes obras maestras (Sin perdón, Un mundo perfecto, Los puentes de Madison, Million Dollar Baby, J. Edgar). Pero, por supuesto, estamos ante una notable película que nos reconcilia con un cineasta que (suponíamos que por la edad...) en los últimos tiempos, con títulos como Mula, Cry Macho y, sobre todo, 15:17 Tren a París, nos había resultado más bien decepcionante, sobre todo con la excelsa carrera anterior, que incluía, además de los deslumbrantes títulos citados, otros sin duda sobresalientes (Bird, Mystic River, Cartas desde Iwo Jima...).
La acción se desarrolla en nuestros días, en el estado de Georgia, en la parte Oeste de Estados Unidos. Ahí conocemos a Justin, un treintañero de turbio pasado como alcohólico, recuperado para la vida por una mujer, Allison, con la que se casó y engendraron gemelas que, sin embargo, resultaron en aborto, lo que les sumió en una profunda crisis. En el primer aniversario de ese aborto, Justin, destrozado anímicamente, para en un bar de carretera donde, aunque pide una copa de whisky, finalmente consigue no beberla. Allí es testigo, junto a otras muchas personas, de una riña entre una pareja, chico y chica, en torno a la treintena. Finalmente Justin se marcha a su casa, en coche, en una noche lluviosa y cerrada; en el camino, en un descuido, golpea a un cuerpo, pero cuando sale para ver qué ha sido no encuentra nada; piensa que ha podido ser un ciervo y que este ha salido corriendo. Pero en los días siguientes se entera de que la chica a la que vio discutir con el novio (llamado James) ha sido encontrada muerta junto a la carretera por la que él transitaba, y le echan la culpa a su pareja. La cosa se complica cuando Justin es citado como jurado para el juicio contra James, y Justin se da cuenta de que “a lo mejor no era un ciervo” lo que atropelló aquella aciaga noche...
Por supuesto, Jurado nº 2 es, fundamentalmente, una reflexión ética, moral: ¿es justo que un hombre que, aunque es un marrajo por muchos motivos (maltrato continuado a su pareja y miembro de una canallesca banda dedicada al narcotráfico, entre otras “lindezas”), cargue con un gravísimo delito que no ha cometido y pague por él? ¿es justo, por el contrario, que alguien que ha pasado una época dura en su vida, por la adicción al alcohol, pero que está felizmente redimido, con familia y vástago en camino, pague por lo que en puridad no ha sido sino un mero accidente de tráfico? Esa es la cuestión que se dirime aquí, con una variante que la hace especialmente sabrosa, cual es que el responsable real (por mor del accidente que hemos comentado) de la muerte de la chica intervenga, sin conocimiento de las autoridades, en el juicio que habrá de decidir si el aparente culpable lo es, o no.
Siendo el protagonista un buen hombre, como lo es, cabe imaginar (y el espectador, de la película, pero también el del tráiler, lo sabe...) que éste intentará por todos los medios a su alcance, desde esa posición, a la vez privilegiada pero también, como se verá después, expuesta, exculpar al sospechoso que sabe positivamente que puede ser reo de muchos delitos, pero no precisamente de ese. Esa tarea devendrá en titánica, cuando haya de enfrentarse, con su poco espíritu, al resto de los jurados que, a la manera de la mítica 12 hombres sin piedad (1957), de Sidney Lumet (a la que esta rinde, sin duda, un cálido homenaje), están todos por la labor de condenar al obvio abyecto e irse a sus casas muy gentilmente a seguir con sus vidas.
De por medio estarán, conspirando (sin saberlo) en la resolución de la historia, un antiguo agente de policía, ya jubilado, también miembro del jurado, metido aquí a improvisado investigador (muy) privado, y la fiscal del distrito, de ambiciosa carrera política, a la que la peripecia del film abocará también a un tremendo dilema, de nuevo moral, o ético, sobre si hacer lo justo (con todos los matices de la palabra, como veremos más adelante...) o seguir en su meteórica carrera político-judicial aunque sea a costa de enviar a prisión a alguien que, por ese asunto en concreto (quizá sí por otros...), no lo merece.
Ese dilema moral, tanto en el protagonista jurado como en la fiscal que está promoviendo con todas sus fuerzas la condena del supuesto culpable, constituirá el meollo de esta historia, además de, evidentemente, un cierto sentido de culpabilidad por parte del prota, un poco a la manera del Raskólnikov de Crimen y castigo, de Dostoievski, aunque son evidentes las diferencias. Pero el hombre bueno (porque, asómbrense, ¡existen!), en su fuero interno, se siente culpable de una tragedia en la que él fue un cooperador necesario absolutamente involuntario.
Porque esa es otra: Estados Unidos, un país tan admirable por muchas cosas, tiene otras por las que es muy cuestionable. Por ejemplo, en su sistema judicial, que según se indica en la peli (vía un abogado amigo del protagonista al que consulta confidencialmente), por los hechos ocurridos, atropello en una zona de escasa visibilidad, de noche, lloviendo, en una zona en la que el peatón no debe estar (la calzada, sin paso de peatones ni nada), si tienes antecedentes de alcoholismo, y aunque no hayas bebido nada, te arriesgas a una condena de... 30 años. Aquí, en España, por algo así, el juez te da dos palmaditas en la espalda, te dice, ea, no lo hagas más, y te manda a tu casa. Así que, ¿justicia? ¿dónde está la justicia en una absolutamente desproporcionada condena por un alineamiento de carambolas que hacen que, de forma absolutamente involuntaria, seas el responsable de una muerte? Como se decía cuando el mundo era mundo (vamos, hasta ayer más o menos...): niego la mayor. En el dilema moral, o ético, de ambos, jurado número 2 y fiscal, falla la base: no puede ser justo, de ninguna de las maneras, enviar a la cárcel por un período de 30 años a alguien por una cuestión puramente fortuita, aunque haya tenido como consecuencia la desgraciada muerte de una persona que estaba en el lugar equivocado en el momento menos oportuno.
Aparte de ello, es evidente que Eastwood consigue un film muy estimable, que combina con buen tino la intriga de las deliberaciones del jurado (con el pie forzado que conocemos, el hecho de que el responsable del homicidio que se juzga se siente entre ellos) y las circunstancias externas que influyen en esas deliberaciones, con ese aspecto más filosófico, más moral, sobre culpabilidades e inocencias. En puridad, una de las características del cine de este viejo y sabio Clint, esa mezcla de acción exterior e interior, de creación de una atmósfera intrigante pero también de hacerse preguntas de índole más humana, incluso humanista, esa, ¡ay!, antigualla...
Buena película esta Jurado nº 2, como siempre irreprochablemente servida por un Eastwood que recupera el pulso de sus buenos trabajos como cineasta, y en la que, como siempre en el cine dirigido por el también actor y productor, los intérpretes son parte esencial del éxito; así, Nicholas Hoult, el protagonista, está magnífico en su personaje, un hombre que ha encontrado, contra toda esperanza, una segunda oportunidad, que se ha redimido al encontrar a la mujer de su vida, con la que ha creado un hogar, una familia, y al que el destino, a la manera de la tragedia griega, esperaba agazapado en un recodo del camino (bueno, en un tramo de carretera de difícil visibilidad, para ser más exactos...), un pobre hombre balbuciente, de ánimo apocado, que sin embargo intentará hacer lo correcto sin tener que inmolarse (y, sobre todo, inmolar a la mujer y a la bebé que quiere). Toni Collette, como la funcionaria estatal designada para poner entre rejas al malo, que habrá de decidir cuál es, de verdad, su prioridad como miembro relevante del aparato de justicia, si mirar para otro lado cuando descubre la realidad, o hacer que se aplique el castigo previsto, por muy desmedido que sea (que lo es...). El resto de secundarios muy bien, destacando quizá el veterano J.K. Simmons, que compone un policía retirado de fino olfato, que se olerá que aquello no es, exactamente, lo que parece...
(08-11-2024)
113'