Ves esta 15:17 Tren a París y empiezas a entender por qué Clint Eastwood, probablemente el más interesante de los directores norteamericanos de los últimos treinta años, pidió el voto en las últimas elecciones presidenciales para Donald Trump: la respuesta es evidente, a la vista de este film que no le merece: ya está gagá. Porque no hay otra explicación (tampoco para lo del apoyo al tocayo del pato Donald...), no es posible que el mismo y sutilísimo director de obras maestras o esplendorosas como Sin perdón, Los puentes de Madison, Million Dollar Baby, Un mundo perfecto, Bird o Mystic River, por solo citar algunas de las más evidentes, haya podido perpetrar esta cosa que no hay por donde cogerla.
Ya en los últimos tiempos, es cierto, Eastwood viene emitiendo signos de que no es el que era; su última gran película data de 2011, y es, obviamente, J. Edgar, la matizadísima biografía, por supuesto no autorizada, del que fuera todopoderoso y temible director del FBI durante nueve presidencias, que ya es decir. Después de eso ha hecho Jersey Boys, que no estaba mal pero tampoco era como para tirar cohetes; El francotirador, que tampoco le merecía; y Sully, poco apreciada pero en la que advertimos algo parecido a su antiguo esplendor. Con esas dos últimas películas esta 15:17 Tren a París completa lo que se ha venido a llamar la Trilogía del Héroe Americano (así, con muchas mayúsculas...), por la que ciertamente Eastwood no hubiera pasado a la Historia del Cine. Menos mal que antes hizo otras muchas realmente importantes...
Tren Amsterdam-Paris, con salida a la hora que figura en el título (y seguro que salió: Holanda no es España...). Tres norteamericanos tirando a cabezas huecas viajan en él, como casi final de etapa de un periplo turístico por Europa, durante las vacaciones que disfrutan; en el transcurso del viaje en el tren, el que parece un fanático musulmán sale del baño armado hasta los dientes, en lo que se intuye puede ser una masacre. Los tres yanquis lucharán contra el terrorista denodadamente hasta reducirlo. Previamente habremos asistido a algunos esbozos de las vidas de los tres, desde su infancia, cuando se conocieron, hasta que ya adultos se convirtieron en los zoquetes integrales que prometían ser de niños...
Realmente quizá sea esto último lo que nos parece que pudiera haber interesado a nuestro gagá favorito: porque, aunque a buen seguro que los tres memos que serían héroes, en su estupidez, no se hayan dado cuenta, la pintura que se hace de los tres, y en especial de Spencer Stone, es desoladora: un tipo con déficit de atención que no fue tratado como tal por culpa de su señora madre, se estrellará en cuantos proyectos se le pongan por delante, sobre todo el de incorporarse a la Fuerza Especial de Rescate del ejército yanqui, a la que aspira, por su evidente inepcia, su incapacidad para madurar, su torpeza como de inspector Gadget. Así las cosas, que incluso estos tres patanes fueran capaces de hacer algo tan valioso como salvar las vidas de decenas, quizá centenares de pasajeros en aquel infausto tren, puede ser la causa de que Eastwood se embarcara, como director y productor, en este por lo demás nefasto proyecto, aunque, eso sí, le da para terminar esa Trilogía del Héroe Americano que concibió hace ya varios años.
Es posible que otro de los alicientes del film para Eastwood haya sido rodar con los propios tres protagonistas de la historia haciendo cada uno de sí mismo. Son pocas, muy pocas, las películas que se han rodado re-creando una peripecia concreta con las mismas personas que intervinieron en ella, y parece que eso también ha podido mover al bueno de Clint a afrontar este reto. Reto que, digámoslo ya, y como era de prever, no se ha saldado positivamente, porque los tres pencos que fueron héroes son, como era de esperar, cortitos con sifón como actores; y eso que se autointerpretan... Da gusto cuando profesionales de verdad, como las actrices Judy Greer o Jenna Fischer, están en pantalla, mientras que cuando aparecen los tres torpes nos dormimos...
Porque además no se entiende cómo se ha hecho un largometraje de esa peripecia, cuando el meollo real de la historia, el rato en el que sucede todo en el tren, con la lucha entre los tres amigos y el terrorista, se salda con un cuarto de hora y va bien despachado... El resto, como hay que cubrir, más o menos, el horario estándar de un largo, se va primero en demostrar lo carajotes que eran los tres protagonistas, apuntando maneras ya de niños, y cómo se gradúan “cum laude” en gilipollez cuando llegan a adultos. Eso además de un larguísimo, extenuante viaje de los tres por Europa: Roma, Venecia, Berlín, Amsterdam, finalmente París (y querían venir después a España, cielos...), en lo que parece un documental turístico financiado por los distintos países donde se enclavan esas ciudades, en una interminable cadencia de postalitas a cual más inane, en una parte de la historia que no cuenta nada porque nada hay que contar.
Lástima que la última etapa de Eastwood flaquee tanto: el cine impecable que como director ha hecho no se merece este testamento que, ojalá (aunque con 87 años cuando se escriben estas líneas, quién sabe) no sea lo último que haga, no sea por lo que se le recuerde en primera instancia, aunque quede el resto de su extraordinaria filmografía. Ojalá...
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