Recientemente se ha dado a conocer que Netflix, la poderosa plataforma de VoD (eso que en español se llama Vídeo bajo Demanda), ha adquirido los derechos para llevar a la pequeña pantalla la novela por antonomasia de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, cuya edición príncipe fue publicada en 1967 en Buenos Aires, considerándose de inmediato como una obra maestra de la literatura universal. La noticia tiene un interés añadido, aparte de la relevancia de la obra literaria, por cuanto García Márquez, cuando vivía, y después sus herederos, se habían negado reiteradamente a ceder los derechos para su adaptación al cine, argumentando que el universo etéreo y evanescente de la novela difícilmente podría tener cabida en los estrechos márgenes de un film al uso. Ahora, con las nuevas modas y modos de las series y miniseries televisivas, que permiten metrajes imposibles en cine, parece viable llevar esta obra maestra a la pantalla.
Gabriel García Márquez ha sido probablemente el escritor en español más importante del siglo XX. Pero lo curioso en Gabo, apelativo con el que familiar y amistosamente era conocido (por cierto, como Mandela era Madiba, apodo que a su muerte todo el mundo hizo suyo), es que, en contra de lo que ocurrió con la mayoría de los escritores del llamado “boom” (salvo Mario Vargas Llosa, que sí tuvo una relación importante con el cine, llegando incluso a codirigir una de las versiones de su novela Pantaleón y las visitadoras), sí tuvo una notable vinculación con el cinematógrafo, y no sólo porque sus novelas fueran llevadas en varias ocasiones a la pantalla, grande o pequeña. El hito de que en el futuro podamos ver Cien años de soledad en formato de miniserie de Netflix nos permite hablar del García Márquez cinematográfico, el Gabo interesado por el lenguaje audiovisual, que tuvo una relación muy estrecha con este otro arte, al margen del que le era propio, el literario.
La Internet Movie Database, la popular IMDb, censa 57 títulos, entre películas de largometraje, cortos, TV-movies y miniseries televisivas, en los que García Márquez puso la pluma, bien con obras escritas directamente por él para la pantalla, bien adaptando obras de otros escritores, bien, como fue más frecuente, con novelas o relatos de su autoría que fueron adaptados por otros guionistas. Como parece obvio, no vamos en estas líneas a tratar exhaustivamente un tan elevado “corpus” fílmico, sino que nos centraremos en aquellas películas o series que, a nuestro juicio, han tenido una cierta relevancia artística y/o comercial.
Como curiosidad, podemos decir que García Márquez llegó a codirigir un cortometraje, La langosta azul (1954), en su Colombia natal. Más tarde, en los años sesenta, ya afincado en México, escribió el guión, junto al también escritor Carlos Fuentes y el director Roberto Gavaldón, de El gallo de oro (1964), adaptación de un relato de Juan Rulfo, de lo que se desprende que, como hemos comentado, la relación de Gabo con el cine no fue la meramente pasiva del novelista adaptado, sino que él mismo se involucró hasta el punto de versionar obras ajenas (y no precisamente muy distintas, como corresponde al microcosmos del autor de Pedro Páramo). En esa función de guionista para textos de otros no se prodigó mucho, pero es cierto que en aquella primera época la ejerció, sin hacerle muchos ascos.
En esa misma época aportó la historia original y participó también en la adaptación y diálogos de Tiempo de morir (1966), la primera película del que después sería afamado realizador azteca, Arturo Ripstein, un western con temas y claves mexicanas. También con Ripstein en la dirección, en este caso en comandita con el hispano-azteca Luis Alcoriza, García Márquez estará en la elaboración de uno de los dos episodios de que constaba Juego peligroso (1967), film en tono de comedia ambientado en el tórrido paisaje de Río de Janeiro.
A partir del éxito de la publicación de Cien años de soledad, en 1967, que le coloca instantáneamente en la cima del mundo literario, los guiones de García Márquez sobre textos de otros escasearán, aunque no desaparecerán totalmente, y como es habitual en estos casos, serán sus obras las que, paulatinamente, irán siendo llevadas a la pantalla.
Desde entonces, como queda dicho, lo más relevante será la adaptación de sus obras, si bien habrá que decir pronto que, en general, Gabo no ha tenido mucha suerte en ello, pues, salvo algún caso, en general las adaptaciones de sus novelas o relatos se saldaron con fracasos o, en el mejor de los casos, con mediocridades que no se correspondían con la altura de los originales literarios.
Pero todavía entonces era tiempo de escribir guiones originales para la pantalla, como el que García Márquez elaboró junto a Luis Alcoriza para el film que éste último dirigió a mediados de los años setenta en el México que fue su segunda patria, tras su exilio de España; hablamos de Presagio (1975), preñado de malos augurios, en un tono muy telúrico, de alguna forma lorquiano.
Por su parte, La viuda de Montiel (1979), rodada en México por el chileno entonces exiliado Miguel Littin, adapta uno de los relatos de Gabo contenido en el volumen Los funerales de la Mamá Grande, aunque quizá el ortodoxo leninista Littin no fuera el cineasta más adecuado para este tipo de adaptación literaria plenamente imbricada en el “realismo mágico”. De ese mismo año será la adaptación que el mexicano Jaime Humberto Hermosillo hará de una historia de Gabo, que este también guioniza, María de mi corazón (1979), con María Rojo como protagonista, convertida ya entonces en la actriz fetiche de Hermosillo.
Otro de los grandes directores mexicanos, Felipe Cazals, estará a los mandos de la adaptación de la novela de Daniel Defoe Diario del año de la peste, que en cine se quedó simplemente en El año de la peste (1979), y que sería guionizada por García Márquez, una historia quizá alejada de los intereses y preocupaciones de Gabo, pero que él haría suya sin mucho problema, aunque el film no tuvo demasiada repercusión.
Uno de los casos “de libro” en cuanto al desaprovechamiento de un tema literario original de García Márquez será Eréndira (1983), adaptación rodada por el brasileño Ruy Guerra del relato corto de Gabo titulado La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, film que pasó por completo (y con razón...) desapercibido, a pesar de la racial interpretación (en el papel de la abuela, se entiende) de la gran Irene Papas. Tampoco la versión que de Crónica de una muerte anunciada (1987) rodó el italiano Francesco Rosi tuvo mayor interés, una pulcra adaptación del texto pero exenta de verdadera creatividad, aunque contara con un reparto internacional de lo más apañado, desde Rupert Everett a Ornella Muti, de Anthony Delon (sí, el hijo de Alain), que hacía el personaje del muerto del título, Santiago Nasar, a Gian Maria Volontè. Incluso estaba de nuevo Irene Papas, además de otra matriarca hispano-italiana, Lucía Bosé. Pero tanto talento reunido no dio lugar a un producto mínimamente interesante, quedándose en la “cáscara” de la historia, sin profundizar en ella ni aportar nada distinto en un lenguaje diferente como es el del cine.
Fernando Birri, cineasta argentino pero en realidad ciudadano del mundo, rodaría en la Cuba que sería su segunda patria Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988), que el mismo protagonizaría, y en la que, a partir de una historia propia, contó con la colaboración de su amigo García Márquez en el guion, en una fantasía emparentada con el llamado “realismo mágico” en el que Gabo, evidentemente, se movía con comodidad.
También en Cuba, con coproducción con España, se graba la miniserie televisiva Me alquilo para soñar (1991), historias originales escritas directamente para la pantalla por García Márquez y el brasileño Ruy Guerra, quien se encargará de la filmación, contando con algunos actores españoles de relumbrón, como Fernando Guillén y Charo López, e incluso con la musa fassbinderiana Hanna Schygulla.
Una de las escasas adaptaciones que hizo García Márquez de un clásico (bien que de forma muy libre) sería Edipo alcalde (1996), film del colombiano Jorge Alí Triana que se basaba, obviamente, en la tragedia Edipo rey, de Sófocles, con Jorge Perugorría (entonces muy de moda tras el gran éxito de Fresa y chocolate), y nuestros Paco Rabal y Ángela Molina, en una película que, ciertamente, no alcanzó el interés que cabía esperar de tal cónclave de talentos.
A finales del siglo XX se rodará la que probablemente sea la mejor adaptación que se haya hecho nunca (hasta el momento de escribir estas líneas) de una obra de García Márquez: El coronel no tiene quien le escriba (1999), bajo la batuta del mexicano Arturo Ripstein, tiene auténtica talla cinematográfica, es una obra paralela al original: partiendo de él, logra tener una autonomía plena, no depende del texto. Compartiendo Gabo las tareas de guion con Paz Alicia Garciadiego, habitual colibretista (y esposa) de Ripstein, esta transposición del universo colombiano a un muy verosímil microcosmos mexicano fue una afortunada versión que consiguió tomar lo mejor de la historia literaria y adaptarse como un guante al lenguaje cinematográfico, tomándose las libertades necesarias para que el resultado fuera óptimo, contando con una estupenda pareja protagonista, el mexicano (aunque nacido en Colombia) Fernando Luján y la española (gachupina dicen allí, deliciosamente) Marisa Paredes.
No se puede decir lo mismo de la feble adaptación que Mike Newell realizara de El amor en los tiempos del cólera (2007), la novela que el propio García Márquez reputa su mejor obra, pero que en manos del mediocre artesano británico (con la connivencia de un Javier Bardem claramente inadecuado para el papel protagonista) resultó ser un fiasco de marca mayor.
En su Colombia natal se rodará la versión al cine de su novela Del amor y otros demonios (2009), bajo la dirección de la cineasta costarricense (nacionalidad que también coproducía) Hilda Hidalgo, quien se encargó del guion en comandita con Gabo, en una historia que contó con la presencia de varios actores españoles en papeles protagonistas, como los catalanes Pablo Derqui y Jordi Dauder, y el valenciano Joaquín Climent, a pesar de lo cual no se estrenó en nuestro país.
Memorias de mis putas tristes (2011), una de las últimas obras de García Márquez, publicada en 2004, tendrá su versión al cine, con el mismo título, en una ambiciosa coproducción entre España, México, Dinamarca y Estados Unidos, bajo la dirección del cineasta danés Henning Carlsen, tampoco estrenada en España, de nuevo con un reparto cosmopolita (como correspondía con tanto país coproductor), en el que destacaban Ángela Molina y Geraldine Chaplin.
Como decíamos al principio, hasta ahora no se había llevado Cien años de soledad a la pantalla legalmente (hay algunos films exóticos por ahí que se reputan libérrimas versiones “de extranjis” de la novela), porque García Márquez, en vida, se negó en redondo a ello, y sus herederos se mantuvieron en sus trece, decisión que nos pareció correcta, dada la exuberancia literaria, la restallante creatividad de su obra maestra. Esperemos que, ahora ya con la autorización de los propietarios de los derechos, la miniserie de Netflix dé con la tecla para hacer que su visión, cuando llegue, sea un disfrute y no un suplicio. Crucemos los dedos...
Ilustración: Gabriel García Márquez (guionista), Arturo Ripstein (director) y Alfredo Ripstein Jr. (productor), en una pausa del rodaje de Tiempo de morir (1966).