ESTRENO EN NETFLIX
Irlanda sigue siendo un foco de atención constante para el audiovisual. Desde que John Ford la puso de moda en pelis como El hombre tranquilo o La taberna del irlandés, el país cuyo patrono es San Patricio suele aparecer de vez en cuando en las pantallas grandes o pequeñas. Bodkin es una nueva aportación al que podríamos denominar “subgénero irlandés”, historias que se desarrollan en la menor de las dos Islas Británicas y, por ello (por desarrollarse allí, se entiende...), tienen un sabor especial.
Bodkin, esta miniserie de 7 capítulos, se abre en Londres, cuando la protagonista, la periodista Dove, se encuentra con su informante ahorcado en su propia casa. Dove, que trabaja para The guardian, es enviada entonces por su jefe, para alejarla de ese vidrioso asunto, a cubrir un tema menor, acompañando a un podcaster, Gilbert, un norteamericano que se siente fascinado por la Irlanda rural, pero con una fascinación como de turista, un tipo más bien acarajotado, al que acompaña una joven becaria, Emmy, que parece ser más bien simple. Con estos dos compañeros botarates, Dove, que pica mucho más alto, se siente infravalorada. El asunto que van a investigar para el nuevo podcast de Gilbert, que se desarrolla en Bodkin, un pueblecito irlandés, no promete mucho: 25 años atrás, en el curso de una fiesta secular de aquella tierra, desaparecieron 3 personas. Ahora, un cuarto de siglo más tarde, se vuelve a hacer la fiesta, y los podcasters pretender desentrañar qué ocurrió dos décadas y media atrás, encontrándose pronto que allí, en el pueblo, hay muchos silencios, muchas cosas que la gente parece ocultar...
El creador de la serie es Jez Scharf, guionista de por ahora corta carrera, al que se le ha encomendado el proyecto que, ciertamente, nos parece le ha superado un tanto; Bodkin, la serie, tiene algunos elementos de interés pero, en su conjunto, parece evidente que resulta bastante irregular. Es cierto que tiene unos muy bonitos y originales títulos de crédito iniciales, a base de elementos tan peculiares como sombras chinescas, pero después la historia es bastante (por no decir demasiado...) embrollada, con varias líneas abiertas a la vez, que (más o menos) se intersectan, siempre con el papafrita del podcaster yanqui, la simple de la becaria, y la reportera de colmillo retorcido de la protagonista, cuyo personaje (que cree a pies juntillas que el fin justifica los medios) termina siendo odioso, aunque a la postre nos enteremos de cierto trauma infantil que podría hacer comprensible (que no justificable...) su comportamiento más bien encanallado, acudiendo a la coacción, el chantaje, incluso la violencia física, para conseguir sus propósitos.
Tiene la miniserie cierto humor irónico, con el pamplinoso americano entusiasmado por todo lo típico irlandés; como dice la protagonista en un momento dado, para él Irlanda es como Disneylandia... Y eso que, aunque supuestamente critica con ello a los que van a Irlanda a saborear lo exótico del país, la serie también termina incurriendo en lo mismo...
Inevitablemente, tendremos la tópica contraposición entre los estúpidos urbanitas americanos y los rústicos irlandeses, con frecuencia también bastante idiotas, pero que siempre quedan por encima de los yanquis, aquí pintados como unos bobos integrales.
Con cierto tono de comedia negra, la serie parece también ensayar una relativa crítica de la actual moda de los “true crime”. No contentos con exhibir una amplia y surtida muestra de irlandeses más o menos tópicos, se nos sirven también varias escenas con monjas expulsadas de la iglesia con tendencia a drogar a sus visitantes, especialmente si tienen intención de investigar lo que no les conviene a las sores, que aquí resultan ser lo que llegan a llamar “narcomonjas”.
La excusa del podcast, por supuesto, permite presentarnos una peculiar investigación de los crímenes ocurridos 25 años atrás, con dos posiciones contrapuestas, la del podcaster, cuyo único interés es conseguir el mejor producto posible para su plataforma, y la reportera protagonista, que lo utiliza exclusivamente para resolver el caso, quizá como una forma de huir hacia adelante, mientras en Londres las cosas se ponen feas para ella por el tema del informante suicidado. Habrá también, incidentalmente, una línea argumental que incluye a antiguos activistas del IRA, quitados voluntariamente de la circulación tras los Acuerdos del Viernes Santo que trajeron (¡por fin!) la paz a Irlanda del Norte.
La miniserie está correctamente filmada, aunque de forma bastante impersonal. No es un mal producto audiovisual, pero tampoco es, ni mucho menos, sobresaliente, con una trama un tanto enrevesada y tirando a confusa, y también con tendencia a alargarse innecesariamente... Tira Scharf, como creador y “showrunner”, del ya viejo recurso estilístico que hizo popular Mujeres desesperadas, esa voz en off reflexiva y filosofal que habla de lo humano y lo divino, en este caso en la voz del podcaster, un recurso que ciertamente termina por resultar estomagante...
El último episodio es una auténtica montaña rusa, con varios giros de guion y acción bastante trepidante, que al menos hacen amena la resolución de la trama, que no desdeña (aunque ya es un recurso también antiguo) el toque psicológico, por no decir de corte psiquiátrico...
Correcto trabajo actoral, con una Siobhán Cullen que hace convenientemente odioso a su personaje, la periodista a la que le importa un pimiento la moral y la ética, con tal de descubrir lo ocurrido; el americano Will Forte resulta adecuado en su personaje de podcaster, un tipo apocado y balbuciente que, ciertamente, resulta bastante chocante; y es que la miniserie no escatima en personajes imbéciles, como este prenda, su becaria o el policía irlandés, que compiten a ver cuál es el tonto más tonto…
(04-10-2024)