[Esta película forma parte de la Sección Oficial (Fuera de Competición) del 21 Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF’2024)]
Julie Delpy (París, 1969) es sobre todo conocida como actriz (recordable en films como Tres colores: Blanco, y la trilogía de Linklater iniciada con Antes de amanecer), pero desde principios de este siglo XXI viene desempeñándose también, aunque en menor grado, como directora, siendo este Meet the barbarians su octavo largometraje como tal. Delpy tiende hacia la comedia, a veces romántica, a veces familiar, aunque también ha tocado el drama, incluso de época (La condesa biografiaba nada menos que a la –literalmente...- sangrienta condesa de Báthory).
Con este su nuevo largo Delpy toca el siempre controvertido tema de los refugiados de Asia o África en Europa, un fenómeno que se ha convertido en, probablemente, el gran tema de nuestro tiempo, y cuyas derivadas está por ver a dónde nos llevarán como sociedad.
La acción se desarrolla en nuestro tiempo, en el pequeño pueblo Paimpont (algo más de 18.000 habitantes), en la Bretaña francesa. Vemos, a través de un reportaje videográfico que está realizando una televisión local, al alcalde, que pomposamente informa de que el ayuntamiento, con la unanimidad de los concejales (a uno de ellos, el fontanero Riou, hubo que empujarle un poco...), ha aprobado acoger en la localidad a una familia de ucranianos huidos de su país por la guerra que lo asola desde hace ya varios años. Se hacen todos los preparativos, hasta con el izado de la bandera ucrania en el consistorio, pero a última hora Joëlle, la mujer que está gestionando todo el tema con las autoridades de París, le comunica al alcalde que, como los ucranianos están muy solicitados, “se han acabado”, y finalmente les enviarán a una familia siria... Entonces tanto el escéptico Riou como otros empiezan a mostrar serias dudas sobre ese acogimiento...
En 2023 el veteranísimo Ken Loach dirigió El viejo roble, un vibrante alegato a favor de los refugiados asiáticos y africanos en Europa, y contra el populismo barato que les atribuye todos los males habidos y por haber. Aquel notable film, en clave netamente dramática, llegó muy bien al público con su nítido mensaje esperanzado (quizá demasiado: un final en plan “viva la gente” la hacía no demasiado creíble...). Ahora es Delpy la que aporta su granito de arena, otro alegato en la misma dirección, pero ahora hecho en clave de comedia, de película “feel good” (ya saben: para sentirse bien), de film amable en el que incluso los imbéciles que se oponen a la acogida a una familia que ha sufrido lo indecible están vistos de forma si no empática, al menos sin cargar las tintas sobre su idiotez.
Con un guion bien construido, la película pone en solfa ese tipo de actitudes tan lamentablemente habitual como es el establecimiento de solidaridades asimétricas, de tal manera que los ucranianos, blancos, cristianos (aunque sean en su vertiente “ortodoxos”), europeos, son de primera clase, y los sirios, asiáticos, mayormente musulmanes (aunque procedentes de un país tradicionalmente laico), de raza árabe, son de segunda; incluso alguno de los personajes ensaya una especie de clasificación, que pondría detrás de estos a los malinenses (vale decir a los originarios del África negra), y tras estos a los gitanos, etcétera. Y es que en las solidaridades, como vemos, también hay clases...
Habrá lugar también para que aparezcan los mitos, trolas y “fakes” que con tanto desparpajo se tejen en torno al extraño, al foráneo, al que supuestamente viene a quitarnos el trabajo, a robarnos y a violar a nuestras mujeres (obsérvese el punto de vista abyectamente masculino de esa expresión, “nuestras mujeres”: machismo puro y duro...), con esas redes sociales, también conocidas como cloacas, en las que cualquier imbecilidad puede hacerse viral y convertir en un infierno la vida de gente normal, que solo quiere convivir en paz con sus nuevos vecinos.
Pero todo ello, incluso la segunda parte, en la que las cosas se tornan más duras, está hecho con amabilidad, buscando, con buen criterio, que el espectador se divierta a la vez que (si tiene dudas al respecto) se entere de la realidad de esa postura miserable que pone en el blanco de sus frustraciones al que viene de fuera solo porque viene de fuera, no tiene nuestro color paliducho, o reza a otro dios.
Articulada a través de cinco actos, como si fuera una pieza teatral, a través de los cuales van desarrollándose los acontecimientos, el film resulta muy divertido, sobre todo por las ironías y las ridiculeces de varios de los personajes, fundamentalmente los franceses, como ese pomposo alcalde al que su policía (un forofo de Johnny Halliday que se presenta a sí mismo a los sirios como el “sheriff” del pueblo...) le dice que no entiende el “macronés”, cuando su jefe le habla en la ininteligible jerga política puesta de moda por el actual presidente francés.
Simpática a la vez que combativa, Meet the barbarians cumple perfectamente su objetivo, desmentir las malevolencias interesadas que, sobre el tema de los refugiados, mucha gente impía se encarga de propagar, mayormente por redes sociales como Twitter (llámala X). En cuanto a la puesta en escena, Delpy pone su oficio al servicio de la historia, sin subrayados, aunque se permite algunos recursos fílmicos de directora con clase, como la escena en la que la familia siria, a petición del ayuntamiento, proyecta un vídeo del bombardeo del hospital en el que mataron al marido de una de las componentes del clan y mutilaron a la que a partir de entonces sería su viuda; esas tremendas imágenes del vídeo no nos son mostradas casi en ningún momento (sí el terrible audio con las voces y gritos de los que están siendo bombardeados), en un muy interesante uso del fuera de campo, mientras que la directora nos muestra solo los rostros de los asistentes a esa proyección: los franceses demudados ante lo que están viendo, los sirios reviviendo de nuevo, angustiados, aquel horror.
Buen trabajo actoral, en un film con un protagonismo esencialmente coral, en el que no cabe hablar de protagonistas individuales. Citaremos a la siempre excelente Sandrine Kiberlain, pero también a la propia directora, Julie Delpy, que se reserva un papel de cierta relevancia, o al villano, un Laurent Laffite que transmite muy bien la estolidez de la clase baja francesa (o de cualquier otro país europeo, o de Norteamerica) ante el fenómeno de las migraciones que nos llegan desde Asia o África por la incuria de las guerras o las penalidades de la pobreza.
(16-11-2024)
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