Enrique Colmena

En artículo precedente, a raíz del estreno de la primera parte del musical Wicked, glosamos las películas de acción real (es decir, sin incluir las de animación) que habían llevado a la pantalla, de forma estricta o libre, el que podríamos denominar “universo Oz”, el mundo mágico y de fantasía, pero con tanta correlación con cuestiones de la vida real, que creó L. Frank Baum a partir de su seminal novela El maravilloso mago de Oz, publicada en 1900.

En ese artículo hablamos de las pelis que se habían rodado entre el período 1910 a 1966. En esta segunda entrega lo haremos con las que incidieron en ese universo Oz entre 1971 y 1990.

La primera de las películas que vamos a comentar entraría claramente en la sección de adaptaciones exóticas... y no es para menos, porque resulta que es una producción turca (de la época tutelada por los militares en el país). Su título internacional fue Turkish The Wizard of Oz (1971), con lo que parecía evidente que era una versión del libro pero adaptada a la sociedad turca de la época. El título original, “Aysecik ve Sihirli Cüceler Rüyalar Ülkesinde”, vendría a ser algo así como “Aysecik y los enanos mágicos en el país de los sueños”, a pesar de lo cual cuentan las crónicas de la época que fue una adaptación bastante fiel al original de Baum, aunque Dorothy se llamara Aysecik y el Espantapájaros apareciera como un estereotipo gay con pluma. Dirigió Tunç Basaran, realizador de larga y variada carrera, y del papel de la turca Dorothy llamada Aysecik se encargó Zeynep Degirmencioglu, que fuera niña prodigio durante los años sesenta y ya en los primeros setenta afrontó una etapa como adolescente que terminaría poco después, en 1975, al casarse (esto era bastante frecuente en la época...).

Pero para versión rara, rara, rara (gracias, Papuchi...), sin duda, la que hizo el británico John Boorman con Zardoz (1974), que en puridad ni siquiera es una adaptación del texto de Baum, sino más bien toma algunos elementos para construir una extrañísima distopía que es mucho más deudora de Nietzsche y su Superhombre que del autor de El maravilloso mago de Oz y su Dorothy, Espantapájaros, etcétera. Pero la huella del libro de Baum está ahí, no tanto en la peripecia argumental como en detalles muy significativos, como el hecho de que el nombre del dios creado “ad hoc” para dominar a las clases bajas, el Zardoz del título, se forme como acrónimo del título original en inglés de la novela, The wonderful wiZARD of OZ; el propio dios es, en el fondo, tan falso como el mago de Oz, siendo también un humano que habla a través de una máscara gigantesca, como en la novela de Baum y la película de Fleming, él también finalmente un “fake” carente de verdadero poder taumatúrgico. También habrá otras referencias explícitas en el film al seminal texto baumiano, hasta el punto de que, efectivamente, es y no es una adaptación del mismo, como también habrá influencias (además del pensamiento nietzschiano) de otros mitos humanos del calibre del Caballo de Troya, o de otros textos archiconocidos como Un mundo feliz, de Huxley En esa distopía ambientada en el siglo XXIII hay dos estratos sociales claramente diferenciados, los Eternos (que son, efectivamente, inmortales, pero también aburridos cual ostras) y los Brutales (personajes, estos sí mortales, con un intelecto apenas superior al de los animales), y hay también una rara capacidad visionaria, si la vemos con la perspectiva del tiempo; porque, por ejemplo, hace cincuenta años, cuando se hizo el film, se hablaba ya de una sociedad regida por una Inteligencia Artificial, así como un sistema que recuerda poderosamente a la actual comunicación vía “smartphones”, o una red mundial que tiene un parecido más que razonable con internet.

Del carácter ciertamente complejo del film da idea el espléndido comentario lapidario con el que terminaba un artículo sobre el film, en su estreno, difundido en el programa Vida de Espectáculos, en Radio Popular de Sevilla, del que era autor mi maestro y amigo Rafael Utrera Macías, y que venía a decir (aproximadamente: la memoria, esa traidora...) algo así como: “a la entrada del cine, un letrero indicará:“nadie pase sin hablar con el portero”; éste advertirá al espectador “nadie entre sin saber filosofía”.

Pero puestos a hablar de rarezas en las adaptaciones (pulcras o, sobre todo, libres), tampoco fue manca la titulada Oz (1976), a secas, un  film australiano dirigido por Chris Löfvén, un músico y ocasional cineasta que hizo una versión de lo más “underground”, de corte abiertamente hippie, en un film cuyo subtítulo (A rock’n’ roll road movie, o lo que viene a ser lo mismo, “una película de carretera de rock and roll”) ya indicaba por donde iban los tiros, en la que Dorothy es una fan de un grupo de rock que se golpea en la cabeza en un accidente de tráfico, lo que hace que pierda el conocimiento y lo recupere en una realidad alternativa que (lo han adivinado...) recuerda, aunque no de forma calcada, al original de Baum, aunque hay una Hada Buena, llamada Glyn, que resulta ser un... comerciante de ropa gay, que le regala (lógicamente...) unos zapatos rojos, que le permitirán a la adolescente viajar para ver el concierto de un famoso rockero llamado... El Mago, y por el camino se le unen un surfista tirando a carajote, un mecánico sin corazón y un bragado motero (hagan ustedes, si les place, las analogías con los originales de la novela...). Por cierto que la supuesta fan de 16 años estaba interpretada por una actriz, Joe Dunstan, que tenía en esa época 25 años, así que ya era una adolescente bastante talludita... Película evidentemente desinhibida y desprejuiciada (aunque seguramente hoy resultará candorosamente recatada...), no debió andar muy sobrada de presupuesto porque algunos intérpretes hicieron varios papeles, como Graham Matters, que además de encargarse del personaje del Mago hizo otros cinco más... Una auténtica rareza, sin duda, que añadió además una curiosidad más a sus particularidades, cual fue que, habiendo sido un fracaso comercial en su tierra, Australia, sin embargo en su estreno en los USA fue un bombazo (a su escala, se entiende), convirtiéndose en la cinta procedente del país de los canguros más taquillera en la tierra del Tío Sam, y adquiriendo con rapidez el rango de “película de culto”.

Como esta década fue rica en rarezas en torno a las adaptaciones de la novela por excelencia de L. Frank Baum, la siguiente, cronológicamente hablando, no se quedó atrás; su título fue simplemente El mago, comiéndose el “de Oz”, y con una peculiaridad muy de su momento: la década de los setenta fue la del fenómeno conocido como “blaxploitation”, cine hecho por negros y (fundamentalmente) para negros, en un tiempo que, tras la explosión reivindicativa de los años sesenta (Martin Luther King, Malcolm X, Panteras Negras...), la sociedad afroamericana se planteó hacer cine para los suyos, al margen del cine “de blancos” dominante en Hollywood. Se hicieron sobre todo películas policiacas, como Shaft (en España Las noches rojas de Harlem, 1971) o Shaft vuelve a Harlem (1972), pero también incidió en otros géneros, como el terror, con Drácula negro (1972), y el musical, con este El mago que comentamos (1978), film protagonizado de forma total por intérpretes de raza negra, si bien el director fue... el muy blanco Sidney Lumet... Adaptando la historia de Baum al universo afroamericano, Dorothy la encarnó una Diana Ross que tenía ya entonces 34 años, así que tuvieron que transformarla de adolescente con la cabeza a pájaros en maestrita ya adulta... El Espantapájaros lo hizo un Michael Jackson todavía lejos de la popularidad que adquiriría años más tarde (de hecho, en aquella época todavía era negro...), y el papel del mago lo interpretaba Richard Pryor, que entonces estaba en la cresta de la ola. La película partía del musical homónimo (The Wiz) de Broadway, que había tenido un notable éxito, si bien la película fue un “flop”, como llaman los yanquis a los fracasos en taquilla. Adaptaba la historia original a escenarios esencialmente negros, como Harlem, de donde parte Dorothy tras su perro Totó, para llegar (tornado de nieve mediante) a una extraña Ciudad Esmeralda sospechosamente parecida a Nueva York. Pero en general la historia sigue razonablemente lo imaginado por Baum, con los toques afros correspondientes. Las canciones de Charlie Smalls y la producción y supervisión musical de Quincy Jones (ambos artistas de raza negra) aportaron nivel al proyecto que, sin embargo, como decimos, se dio un batacazo considerable (con 24 millones de presupuesto, recaudó en todo el mundo solo 22 millones –fuentes: IMDb y The-numbers.com, respectivamente-).

Habrán de transcurrir siete años más, tras el fiasco de El mago, para que el cine norteamericano se fije de nuevo en el Universo Oz, bien que ya lejos de la clave musical de la película de Lumet. La nueva adaptación será Oz, un mundo fantástico (1985), y quizá un tanto escaldados por las adaptaciones (o no-adaptaciones...) de los años setenta de los libros de Baum, optaron por un acercamiento mucho más clásico, quizá también más estandarizado. Esta nueva película sobre el universo Oz, dirigida por Walter Murch, no se centraba en el libro seminal de este microcosmos, sino que lo hacía sobre dos de los volúmenes posteriores que desarrollaron personajes y situaciones baumianos, en este caso concreto La maravillosa tierra de Oz (publicado en 1904) y Ozma de Oz (que vio la luz por primera vez en 1907). La productora era Walt Disney Productions, con lo que en principio no era de esperar que fuera un producto heterodoxo, a pesar de lo cual el film tuvo una acogida popular claramente negativa, incurriendo en flagrantes pérdidas. Curiosamente, lo que se le achacó al film era su carácter más bien oscuro, alejado de la visión más o menos infantiloide que, por aquella época (hoy día la cosa ha cambiado, y de qué manera...), era consustancial a los productos Disney. Además de Fairuza Balk, que debutaba en la pantalla interpretando a la pequeña Dorothy (Fairuza tenía 11 años, así que se acercaba más al personaje de los libros de Baum), la película contó con un reparto de lo más apañado, con actores y actrices del calibre de Nicol Williamson, Jean Marsh y Piper Laurie.

La última película que vamos a glosar en este segundo capítulo (de los tres que compondrán el comentario general sobre el universo Oz en la pantalla) es también un tanto peculiar; su título es El soñador de Oz (1990), y no es realmente una adaptación del muy particular mundo creado por L. Frank Baum, sino... un biopic sobre este escritor, dirigido por Jack Bender, un curtido realizador de televisión que en ese ámbito se ha hecho de todo, desde las antediluvianas Con ocho basta o Falcon Crest hasta las mucho más recientes La cúpula o incluso la archifamosa Juego de tronos. Este biopic, en realidad, también era un producto televisivo, una TV-movie hecha para la cadena norteamericana NBC, con John Ritter como el escritor y Annette O’Toole como su esposa, que era la que narraba la historia en flashback, contado desde el punto de vista de la señora Baum ya anciana en el estreno de El mago de Oz, de Victor Fleming. Las críticas en su momento fueron alternantes, o mixtas, con frases que la describieron como “alegremente satisfactoria”, pero también dijeron de ella que tenía “mucha cursilería y poca magia”...

Ilustración: Cartel de Zardoz (1974), de John Boorman, una “no-adaptación” de El maravilloso mago de Oz.

Próximo capítulo: El universo Oz en la pantalla (2007-2024) (y III)